José Ramón Sánchez

Acepté organizar este dosier por placer y vanidad. Me di cuenta de que tenía en las manos un atisbo de poder: juntaría en un solo Word a poetas cubanos que admiro, con cariño desconocido e incomprensible. El cariño de la poesía, debe ser. Un deseo, de nuevo. 

Martha Luisa Hernández Cadenas se negó y me pidió disculpas por su desánimo. Le respondí que no había nada que disculpar porque yo también lo estaba; lo que pasa es que yo me había convertido en una vieja formal, alguien que ha ido aprendiendo a disimularlo (casi) todo. Convencerla de que aceptara fue un añadido poético que me hizo pensar, con curiosidad, en la poesía.

Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanos recomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía, en el que la escritura se lleva a cabo y en el que se construye la instalación a base de una o más sílabas. 

Estoy profundamente interesada en las sílabas. Este dosier también es un impulso. Los autores que me vinieron a la mente y que con tanto gusto aceptaron mi invitación, irán apareciendo por orden de llegada, como aquellos poemas que solo están disponibles después de formularse en el pensamiento durante, como mínimo, un segundo.

Legna Rodríguez Iglesias



6 poemas

Yo soy el Pueblo, la chusma, la multitud, la masa

Carl Sandurg (Estados Unidos, 1878-1967)
(Traducción: Agustín Bartra)

Yo soy el Pueblo, la chusma, la multitud, la masa.
¿Sabéis que todas las grandes obras que existen en el mundo las he hecho yo?
Soy el obrero, el inventor, el que fabrica los alimentos y los vestidos del mundo.
Soy el público de la Historia, los Napoleones y los Lincolns han salido de mí. Ellos
          mueren. Y entonces yo mando a buscar más Napoleones y Lincolns.
Soy la semilla de la tierra. Soy una pradera que soportará muchas labranzas. Terribles
          tempestades pasan sobre mí. Yo olvido. Lo mejor de mí es chupado y
          consumido. Yo olvido. Todo menos la Muerte se acerca a mí, me hace trabajar y
renunciar a lo que tengo. Y yo olvido.
A veces gruño, sacudo mi cuerpo y esparzo algunas gotas rojas para que la Historia
          recuerde. Luego me olvido.
Cuando yo, el Pueblo, aprenda a recordar; cuando yo, el Pueblo, aproveche las lecciones
          de ayer y no me olvide de quién me robó el año pasado o me tomó por tonto…
          no habrá entonces en el mundo ningún orador que diga: “el Pueblo” con un
          acento de burla en la voz o sonriendo despreciativamente.
La chusma, la multitud, la masa… entonces llegará.



Sol de los humildes

José Manuel Poveda (Cuba, 1888-1926)

Todo el barrio pobre,
el meandro de callejas, charcas y tablados, de repente
se ha bañado en el cobre
del poniente.
 
Fulge como una prenda falsa el barrio bajo,
y son de óxido verde los polveros
que, al volver del trabajo,
alza el tropel de obreros.
 
El sol alarga este ocaso,
contento al ver las gentes, los perros y los chicos,
saludarle con cariño al paso,
y no con el desdén glacial de los suburbios ricos.
 
Y así el sátiro en celo
del sol, no ve pasar una chiquilla
sin que, haciendo de jovial abuelo
le abrase a besos la mejilla.
 
Y así a todos en el barrio deja un mimo:
a las moscas de estiércol, en la escama,
al pantano, sobre el verde limo,
a la freidora, en la sartén que se inflama,
al vertedero, en los retales inmundos;
y acaba culebreando alegre el sol
en los negros torsos de los vagabundos
que juegan al base-ball.
 
Penetra en la cantina
buen bebedor, cuando en los vasos arde
la cerveza, y se inclina,
sobre nosotros, a beber la tarde.
 
Pero entonces comprende
que se ha retrasado,
y en la especie de fuga que emprende
se sube al tejado.
 
Un minuto, y adviene la hora de esplín,
la oración misteriosa y sin brillo,
y el nocturno, medroso violín
del grillo.



Poema de amor

Roque Dalton (El Salvador, 1935-1975)

Los que ampliaron el Canal de Panamá
(y fueron clasificados como “silver roll” y no como “gold roll”),
los que repararon la flota del Pacífico
en las bases de California,
los que se pudrieron en la cárceles de Guatemala,
México, Honduras, Nicaragua,
por ladrones, por contrabandistas, por estafadores,
por hambrientos,
los siempre sospechosos de todo
(“me permito remitirle al interfecto
por esquinero sospechoso
y con el agravante de ser salvadoreño”),
las que llenaron los bares y los burdeles
de todos los puertos y las capitales de la zona
(“La gruta azul”, “El Calzoncito”, “Happyland”),
los sembradores de maíz en plena selva extranjera,
los reyes de la página roja,
los que nunca sabe nadie de dónde son,
los mejores artesanos del mundo,
los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera,
los que murieron de paludismo
o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla
en el infierno de las bananeras,
los que lloraran borrachos por el himno nacional
bajo el ciclón del Pacífico o la nieve del norte,
los arrimados, los mendigos, los marihuaneros,
los guanacos hijos de la gran puta,
los que apenitas pudieron regresar,
los que tuvieron un poco más de suerte,
los eternos indocumentados,
los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo,
los primeros en sacar el cuchillo,
los tristes más tristes del mundo,
mis compatriotas,
mis hermanos.



América o el resplandor

John Kinsella (Australia, 1963)
(Traducción: Víctor Rodríguez Núñez y Katherine Hedeen)

Como un disco rayado,
leía el Manifiesto Comunista
en Vietnam y casi
se celebra sus nupcias allí, como un borrón
las arenas del desierto
sirven mejor a las mentes arábicas,
teórico de la conspiración,
puertas de par en par
que demuelen la selva
ruedan películas,
palmariamente contra la guerra,
disfrutan los helicópteros.

*

Se delega la protesta, mientras los blasones
y dioses resplandecientes
en las personas matan a las personas no las armas,
matan dioses en gatos y pájaros perseguidos
a través de la nieve decrépita,
donde se entrevén úlceras de pasto,
una rara liebre polar introducida
es acosada por un demonio de penacho y botas pesadas;
ninguna religión ni color cambia
el flujo de la sangre; la oscuridad esplendente
de Cuba mortifica en Florida.

*

Al borrar el World Trade Center
del capitalismo, se negaron a considerar
el simple peso de los encenizados;
ya limpia, Times Square relumbra
con esmero, la multitud responde al saludo
de Eminem, que cruza las líneas
los datos resplandecientes; Marianne Moore en alguna parte
sentada en su trono; en el sol de Brooklyn
maneja los apartamentos y los barrios
como un pastiche de música y metonimias
para plantas y animales, palmas al revés,
el escape y el propósito en la huida
rocosa de las aceras.

*

Dios está en todas partes, Dios está en Sion
no muy lejos de aquí, Dios no deja
que tus hijos pasen tiempo con los hijos
de “ateos” o de “los que dudan”; Dios es un luchador
en los enclaves de los pasivos, Dios es el mercado
libre, Dios es una garantía extendida
de un vehículo deportivo útil, capaz
de llegar a todas partes; Dios es el camuflaje;
Dios es luz eléctrica barata, combustible barato,
ropa barata, comida barata, entretenimiento
barato, Dios, si no es renovable,
hace gestos en esa dirección,
Dios es extensible, miniaturizado,
salido en versión X-Box, digitalizado y con sonido estereofónico,
o hecho a mano tan sólido como una piedra, Dios
está contra el aborto, a favor de la fuerza, a favor de la familia,
a favor del espacio y a favor de las artes marciales.
Dios está en todas partes.



Kuwait

Pablo García Casado (España, 1972)

Dame una semana. Yo lo he visto sudar en el garaje, ayudando con la carga, uno más y nos vamos. Seis camiones, 100.000 litros al mes, una gota en el mar de petróleo. Me dice que está esperando que paguen los suecos. Pero llega el martes, Suecia no paga, y yo, mira, no puedo esperar, voy a tener que cortarte el suministro. No puedes hacerme esto, y lleva razón, es un buen tipo, de los que ya no quedan, un tipo con las manos llenas de grasa. Uno de sus camiones cayó por un barranco hace tres meses, siniestro total, el chaval se ha quedado tetrapléjico. No tenía papeles, aquí no ha pasado nada, dijo el hermano, pero quieren su dinero y eso es justo. ¿Puedes entenderlo, Alfonso? Llevo dos meses esperando, te había dicho el martes, ¿verdad?, teníamos un trato, ¿no? Su respiración al otro lado, dame una semana. Lo siento, tío, no soy Dios. Y colgué.



Ana Fabricia Córdoba

Jandey Marcel Solviyerte (Colombia, 1974)
(7 de junio de 2011)

Mujer y negra soy. No tengo miedo.
Si callo, nos matarán en silencio.
Mi lucha se remonta más allá
de las costas de África, de donde,
encadenados y en barcos de esclavos,
fueron traídos a América mis ancestros
surcando el Atlántico, para huir luego
a las selvas en busca de su libertad:
en mi voz claman, a través de los siglos,
por cada una de sus bocas, justicia.
Me llamo Ana Fabricia Córdoba;
nací en Apartadó en los años cincuenta,
después de que mis padres llegaran de Tibú
huyendo de la violencia bipartidista.
A fuerza de trabajo, sus manos hicieron fértil
la tierra salvaje del Urabá indomable,
hasta que de nuevo la violencia, madre
de todas las infamias, tocó a nuestra puerta,
llevándose a nueve gotas de mi sangre
y a mi esposo que se negó a dejar la tierra.
Con mis cinco hijos abandoné el golfo
y llegué a Medellín, una ciudad como el cielo,
donde todos se paseaban tan limpios
por calles repletas de lujo y de cristal.
Desde la Comuna 13 la veía brillar
de noche: millones de estrellas relucientes,
pero en toda su belleza esconde fealdad.
Solo buscaba un techo donde guarecerme
y una forma digna de vivir, alegre siempre,
porque nunca he sido amiga de lamentos.
Gusta la guerra de perseguirme como sombra.
Cuando las milicias y los paramilitares
incendiaron la comuna, huí con mis hijos
hacia el barrio La Cruz, en esta vertiente
oriental de las montañas de Medellín,
la ciudad que comenzaba a ser infierno
para mí, tras el velo roto de su barbarie.
¡Ay cómo duele ver que tus hijos mueren
cuando apenas comienzan a vivir
y todos sus sueños se destrozan!
¡Y no callé jamás! ¡No pude hacerlo!
Reclamé las tierras que, con sudor,
habíamos sembrado, y regado con sangre.
Denuncié las alianzas entre el Estado
y los paramilitares, con la frente en alto.
Nueve desplazamientos, y aún me niego
a callar; y mientras tomo la buseta de Santa Cruz,
en donde vivo escondida por las amenazas,
veo en la silla trasera al negro Batei,
y sé que la muerte también pagó su pasaje.



© Imagen de portada: Evelyn Sosa.




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Damaris Calderón, Dolan Mor y Antonio José Ponte

Legna Rodríguez Iglesias

Este dosier podría llamarse: “Los poetas cubanos recomiendan”. Pero entonces sería traicionera con el tiempo perfecto de la poesía.






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