Raúl Rivero, El Maestro

Maestro y profesor

En español, la palabra maestro tiene dos significados: maestro y profesor. Raúl Rivero fue ambos.

Fue un poeta consumado, ampliamente considerado como uno de los más importantes y prolíficos del periodo revolucionario.[1] Participó en la fundación de la revista literaria cubana El Caimán Barbudo, en 1966; ganó los dos principales premios de poesía del país, siendo aún joven; y publicó más de diez volúmenes de poesía, tanto en Cuba como en el extranjero.[2] También impartió clases de periodismo en la Universidad de La Habana, tras graduarse, en 1969, como parte de la primera generación de periodistas formados profesionalmente, luego del triunfo de la Revolución.

Rivero fue también un maestro del periodismo. Como señaló con ironía Pablo Díaz Espí, su editor en CubaEncuentro y Diario de Cuba, su práctica ágil y simultánea de la poesía y el periodismo lo hizo “bilingüe” como escritor. Por supuesto, su talento periodístico estuvo bastante silenciado durante las décadas de 1970 y 1980, debido al bozal ideológico que debió llevar como propagandista de la prensa oficial, tanto en Cuba como en el extranjero.

Sin embargo, su destreza como cronista capaz de componer textos breves, vívidos y estéticamente originales sobre la vida cotidiana en la Cuba contemporánea se hizo evidente entre 1995 y 2003. Durante ese periodo publicó cientos de crónicas en el extranjero a través de Cuba Press, gracias a sus diversos editores y colaboradores internacionales. De hecho, una de sus crónicas más emblemáticas de esos años fue la serie de cinco partes titulada La vida cotidiana, escrita en diciembre de 1998 para aportar una dosis de realidad sobria en medio de las celebraciones por el 40º aniversario de la Revolución.[3]

Finalmente, Rivero es elogiado casi de forma unánime por sus colegas del movimiento de periodismo independiente en la isla (GarcíaQuinteroEscobarCinoDomínguez y Olivera) por la sabia orientación reporteril y los consejos de redacción que prodigaba constantemente a sus compañeros de Cuba Press y de otras agencias de prensa independiente, siempre acompañado de una infinidad de cigarrillos y tacitas de café cubano.



La crónica

El género periodístico conocido en español como crónica es un estilo de no ficción literaria —de larga tradición y uso extendido en América Latina— que narra los detalles de la vida cotidiana en breves y vívidas viñetas, con frecuencia atravesadas por un mensaje de crítica sociopolítica de corte progresista. Entre los practicantes más conocidos e influyentes de este estilo se encuentran los escritores del siglo XIX, Rubén Darío (Nicaragua) y José Martí (Cuba/Nueva York) y, en la época contemporánea, los periodistas argentinos Tomás Eloy Martínez y Rodolfo Walsh. 

A diferencia del periodismo tradicional, que busca transmitir únicamente “los hechos” sobre el quién, cuándo, dónde y por qué, la crónica es un estilo narrativo marcadamente literario que combina el rigor del reportaje con la estética y la creatividad propias de la ficción o la poesía. Por esta razón, la crónica suele solaparse con el costumbrismo, una tradición literaria española y latinoamericana que retrata la vida cotidiana, las costumbres y los modales característicos de épocas, regiones o países concretos. Así, la crónica habita un espacio liminar entre la literatura, el periodismo y las memorias personales, ya que muchas veces incluye también testimonios en primera persona.

La ficción del escritor colombiano Gabriel García Márquez dio origen al término “realismo mágico” gracias a novelas como Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera, en las que lo mágico aparece imbricado en lo cotidiano. Del mismo modo, las crónicas que Raúl Rivero escribió en Cuba, entre 1995 y 2003, pueden calificarse de “surrealismo cotidiano”, por su capacidad de evocar con humor lo surreal en sus provocadoras y decididamente políticamente incorrectas reflexiones sobre la vida diaria en la Cuba de ese “período especial”.

El difunto poeta cubano Manuel Díaz Martínez captó a la perfección el carácter singular de la prosa de Rivero en la siguiente descripción, extraída del prólogo al libro Recuerdos olvidados (2003, Hiperión), una recopilación de textos de el maestro, publicada mientras el autor se encontraba encarcelado en Cuba, entre 2003 y 2004:

“Lo mejor de Rivero prosista son sus crónicas de la actualidad nacional. Revitalizan en clave moderna la gracia y la agudeza del mejor costumbrismo cubano. En ellas, con su humor tan criollo, con esa ironía suya que en ocasiones estalla en un sarcasmo espectacular, con el mismo asordinado sentimentalismo que atraviesa sus versos, Rivero nos ha dado una visión facetada y al mismo tiempo integradora, a base de viñetas que son como fotogramas de un filme interminable, de la realidad cubana. Estas crónicas nos llevan a la calle, nos acercan a la gente. Y dan testimonio del surrealismo cotidiano que se vive en la isla”.

Así mismo, en su prólogo al libro de Rivero, Orden de registro (2003, Editorial Hispano Cubana), el novelista cubano exiliado Guillermo Cabrera Infante coincide con esta valoración, al afirmar que Rivero demostró una “notable originalidad” en la prosa periodística que produjo durante esos años. Cabrera Infante también destaca que las crónicas de Rivero fueron leídas y admiradas a ambos lados del Atlántico, no solo porque revelaban a los lectores —acostumbrados a historias de sacrificio y logros revolucionarios— un “país inexplorado” crudo y largamente reprimido, sino también porque Rivero —el maestro periodista— fue “capaz de inventar una forma de narración a caballo entre la ficción y la viñeta de denuncia”.



Orden de registro

El jueves 20 de marzo de 2003, agentes de la Seguridad del Estado allanaron el apartamento de la calle Peñalver en Centro Habana, que Raúl Rivero compartía con su esposa Blanca Reyes. Confiscaron todos los materiales de trabajo del poeta y director de Cuba Press y lo detuvieron. Aunque Reyes estaba acostumbrada al teatro de los agentes de la Seguridad del Estado, al verlos recoger minuciosamente cada rastro de la vida de su esposo como poeta y periodista —como si fueran peritos forenses en la escena de un crimen— pensó: “Si eso las presentan ante el mundo, la gente terminará riéndose, porque todos los periodistas, graduados o no, usan esas cosas para trabajar” (Beaulieu 2013: 343).

El propio Rivero debió de haber sonreído por dentro, pensando al menos fugazmente en su irónicamente profético poema “Orden de registro”, publicado apenas un año antes en México, en su más reciente poemario Puente de guitarra. El poema describe con economía poética el absurdo de un allanamiento como aquel en casa de un poeta y periodista:

“Ocho policías
revisan los textos y dibujos de mis hijas
se infiltran en mis redes afectivas
[…]
con una orden de registro
una operación limpia
una victoria plena
de la vanguardia del proletariado”.

Mientras los agentes terminaban el inventario del apartamento, Rivero logró hacer una rápida llamada a Jorge Rouillón, corresponsal del diario argentino La Nación. Reyes tomó el teléfono discretamente y describió al periodista, en voz baja, lo que ocurría: “¡Están registrando la casa! ¡Que lo sepa todo el mundo, por favor!”. Luego añadió: “Están en la sala, vienen para acá…”, antes de que la línea se cortara (Beaulieu 2013: 344).

Dado que aquel era ya el tercer día de la redada y que la casa de Rivero era un conocido punto de encuentro para escritores disidentes y periodistas independientes, la calle frente al edificio estaba abarrotada de vecinos y otros curiosos. Cuando los agentes introdujeron a Rivero, esposado, en el coche patrulla como si se tratara de un terrorista, un grupo de vecinos indignados comenzó a gritar. Sin embargo, los gritos que resonaban en la calle no estaban dirigidos contra Rivero, como había ocurrido durante su “acto de repudio” en 1997, sino contra los propios agentes. “¡Abusadores!”, clamaban. “¡Libertad!” (García 2013).

Por su parte, los colegas de Rivero en Cuba Press, Tania Quintero y su hijo Iván García, permanecieron durante los meses siguientes en una especie de tensa espera, bajo el peso de aquellos “días cargados de espanto” (García 2010), aguardando una segunda ola de arrestos que —por fortuna para ellos— nunca llegó. Al ordenar esta amplia ofensiva represiva coincidiendo con la invasión estadounidense a Irak, Fidel Castro había anticipado una respuesta internacional tibia ante la llamada “Primavera Negra” cubana. En lugar de ello, la condena internacional fue inmediata, generalizada y casi unánime. Contó, incluso, con el repudio de reconocidas figuras progresistas y antiguos simpatizantes intelectuales de la Revolución, como José Saramago y Eduardo Galeano. De hecho, la Unión Europea reaccionó rápidamente acordando una “posición común” que incluía sanciones económicas contra la isla.

Esa enérgica reacción ayudó a que Tania e Iván no acabaran en prisión, y llevó a Tania a concluir, como escribe en sus memorias, que el gobierno cubano “calculó mal” al lanzar una ofensiva tan amplia, tan rápida y tan prolongada. Esto, a pesar de que muchos de sus antiguos compañeros —los mismos que habían liderado la fundación de la prensa independiente en la segunda mitad de los años noventa— acabarían languideciendo en cárceles lejanas a sus hogares durante casi una década.

El propio Rivero pasó el resto de 2003 y casi todo 2004 en la prisión de Canaleta, en la provincia de Ciego de Ávila, no lejos de donde había nacido, pero a unos 400 kilómetros de su esposa y su hogar en Centro Habana. Sin embargo, gracias a una oleada de presión internacional y bajo el pretexto humanitario de su delicado estado de salud (que en efecto era muy grave), fue excarcelado —aunque no absuelto— el 30 de noviembre de 2004.

Regresó a casa siendo otro hombre. Como atestiguan tanto Reinaldo Escobar como Iván García —quienes lo visitaron por separado en su apartamento de Centro Habana antes de su exilio a España, el 1 de abril de 2005—, aquel a quien solían llamar cariñosamente “el Gordo Rivero” se había vuelto visiblemente más delgado tras su paso por prisión, habiendo perdido, quizás, unos 20 kilos durante el último año y medio (García 2021).

Pero la pérdida de peso era el menor de sus problemas. De hecho, cuando Escobar le preguntó por las dificultades que había vivido en la cárcel, Rivero prefirió no hablar de las duras condiciones, la comida escasa, las amenazas físicas de otros presos o sus largos meses en aislamiento (Machover 2009: 44-63). En lugar de eso, respondió simplemente: “Tremenda mierda me hicieron, ni siquiera un golpe”, frase que Escobar interpretó como señal de que los golpes más fuertes habían sido internos y que lo marcarían para el resto de su vida (Escobar 20212025).

Durante la visita de García, Rivero explicó a su joven protegido con tono casi de disculpa: “Nos vamos a España. Es un destierro, el régimen me ha dejado sin opciones”, y añadió, con su habitual sarcasmo teñido de nostalgia anticipada: “Parquearon el avión en la prisión de Canaleta para que me marche del país. Ojalá no sea un viaje solo con boleto de ida” (García 2021).

Algunos meses después de su llegada a España, Rivero fue entrevistado por el investigador cubano-francés Jacobo Machover sobre su experiencia en prisión y sus sentimientos ante la libertad recobrada. Rivero no podía negar la alegría que le producía estar libre. Al mismo tiempo, cargaba con un profundo resentimiento por haber sido obligado a abandonar su amada patria, y con un pesado sentimiento de deuda hacia los compañeros de lucha —como Ricardo González Alfonso— que seguían presos en Cuba.

“No me siento culpable”, aclaró a Machover. “Lo que siento es la deuda con esa gente. Yo no me puedo sentir culpable de mi propia libertad”.



Notas:
[1] Incluso Manuel David Orrio, el hombre que se hizo pasar por periodista independiente durante once años y luego testificó contra Rivero, durante su juicio de abril de 2003, como agente “Miguel”, se refiere a él como “un periodista y poeta distinguido —considerado el mejor de su generación […] la figura emblemática del movimiento de periodismo independiente en Cuba”, en un capítulo de sus memorias inéditas que compartió conmigo en diciembre de 2024.
[2] Estas obras son Papel del hombre (Premio David, 1969), Poesía sobre la tierra (Premio Julián del Casal, 1972), Corazón que ofrecer (1980), Cierta poesía (Premio MINFAR, 1981), Poesía pública (1983), Escribo de memoria (1987), Firmado en La Habana (1996), Estudios de la naturaleza (1997), Puente de guitarra (2002), Recuerdos olvidados (2003), Corazón sin furia (2005), Vidas y oficios (2006) y Contraseñas para la última estación (2015). También se han publicado dos antologías de su poesía: Herejías elegidas (1998, reeditada en 2003) y Orden de registro (2003).
[3] Publicada por primera vez en Le Monde, el 2 de enero de 1999, y reeditada muchas veces desde entonces, esta serie de viñetas cotidianas describe el “otro mundo” que vive la mayoría de los cubanos, muy distinto del que habitan los funcionarios del gobierno, los diplomáticos extranjeros en La Habana y los turistas que visitan los cada vez más numerosos hoteles y balnearios de la isla. Es una versión cubana de la célebre obra fotoperiodística de Jacob Riis How the Other Half Lives (1890), pero sin fotografía. Las luchas diarias y los “inventos” para conseguir comida y transporte (“Inventar, resolver, escapar” y “Camellos en el Caribe”), la triste realidad de los tan alabados sistemas de salud y educación (“Espíritu y material”), y la búsqueda constante de algo en lo que creer (“El regreso de Dios”) están todas magistralmente descritas, así como la sensación generalizada de fracaso y desesperanza ante el incierto futuro tras 40 años de Revolución (“¿Hacia dónde vamos?”). Esta serie y muchos otros textos de Rivero pueden encontrarse en los tres volúmenes de crónicas que recopilan su trabajo en Cuba Press entre 1995 y 2003: Pruebas de contacto (2003), Sin pan y sin palabras (2003) y Lesiones de historia (2005).





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