Oídos sordos

El 5 de diciembre de 2018, dos días antes de que entrara en vigor la nueva legislación que reinaba en el incipiente sector privado de Cuba, el nuevo presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez, de 58 años, utilizó Twitter para anunciar una modificación en la ley:

“Hoy directivos de varios ministerios actualizarán en la Mesa Redonda situación del trabajo por cuenta propia (TPC). Tenemos confianza en la dirección colectiva y en el vínculo permanente con el pueblo, garantizando su participación en las tareas revolucionarias y en la toma de decisiones”.

Díaz-Canel se refería indirectamente a la resonante protesta de la clase empresarial emergente de Cuba, conocida coloquialmente como “cuentapropistas”, sobre el conjunto de nuevas regulaciones, que fueron a la vez autoritarias y onerosas. 

Si bien las nuevas regulaciones de autoempleo se elaboraron originalmente a puertas cerradas, sin el aporte de los propios cuentapropistas, después de que se hicieron públicas el 10 de julio de 2018 (cuando se convocaron reuniones locales con estos empresarios), el gobierno recibió un rechazo sostenido y reclamos de revocación o alivio.

Cuando las nuevas regulaciones entraron en vigor, el 7 de diciembre, ya se habían eliminado dos de las medidas más polémicas (aunque quizás no de las más fundamentales) de la nueva ley: los empresarios cubanos aún podrían tener más de una licencia de negocios y el tamaño de las “paladares” solo estaría limitado por los parámetros físicos del área de comedor y no por la regla arbitraria e infame de las 50 (o 20 o 12) sillas. 

Rechazando la idea de que este cambio de reglas de último momento fuera un retroceso para su gobierno, el presidente Díaz-Canel volvió a Twitter ese mismo 7 de diciembre para aclarar: 

“No hay por qué creer que las rectificaciones son retrocesos, ni confundirlas con debilidades cuando se escucha al pueblo. Revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado. Ninguno de nosotros puede tanto como todos nosotros juntos. #SomosCuba #SomosContinuidad”. 

Dicha declaración ignora el hecho de que las “voces del pueblo” estuvieron hablando durante muchos años sobre la imprudencia de la legislación existente, y el gobierno era completamente sordo a ellas, especialmente durante el congelamiento de 11 meses en la emisión de nuevas licencias para las ocupaciones más populares y lucrativas, entre agosto de 2017 y julio de 2018. 

De hecho, fue esta sordera inicial la que llevó al gobierno a redactar leyes casi universalmente rechazadas por el sector privado y luego le obligó a cambiar de rumbo una vez que las leyes ya habían sido publicadas. ¿No habría sido mejor “escuchar al pueblo” antes y de manera más sistemática?

La maldición de Los Zafiros. Rafael Almanza

La maldición de Los Zafiros

Rafael Almanza

El matrimonio igualitario es una necesidad para los cubanos.

En el libro Voces de cambio en el sector no estatal cubano: cuentapropistas, usufructuarios, socios de cooperativas y compraventa de viviendas (Iberoamericana, 2016; University of Pittsburgh Press, 2018), los autores (Carmelo Mesa-Lago, Roberto Veiga González, Lenier González Mederos, Sofía Vera Rojas y Aníbal Pérez-Liñán) citan a un cuentapropista que aconseja al gobierno: 

“Debe haber rienda suelta a toda esta fértil imaginación que estamos demostrando los cubanos, que se realice sin trabas, de manera libre, que el gobierno permita que esto fluya, no lo dificulte, y controle solo lo que debe controlar”. 

Dado que dicho consejo fue expresado en un libro presumiblemente disponible en Cuba para políticos que dicen que les importa lo que las “voces del pueblo” expresan, uno esperaría ver algún eco de ello en la legislación futura. 

Sin embargo, es más probable que estos consejos no hayan sido escuchados ni tomados en consideración por los políticos cubanos, ya que chocan con la orientación centralizada de mando y control del sistema socialista estatal cubano. De hecho, dirigida a ese punto es esta respuesta de un vendedor de casas cuando los autores del libro le preguntaron qué le gustaría ver cambiado o mejorado en Cuba: 

“Me gustaría que quienes gobiernan comenzaran a pensar en cómo hacerles la vida más sencilla a los ciudadanos, y menos en cómo preservar los preceptos que se ha demostrado que no ofrecen más que penurias”.

Este episodio reciente de la actual e impredecible saga del sector no estatal (SNE) en Cuba hace que libros como el que aquí comento sean tan importantes. Tal como sugiere su título: Voces de cambio…, el objetivo principal del libro es comprender, analizar y compartir lo más ampliamente posible las experiencias, opiniones, obstáculos y deseos de cambio de una amplia gama de pioneros en el emergente sector privado de Cuba. 

El SNE incluye no solo a los del sector privado que trabajan como cuentapropistas, sino también a los agricultores que son pequeños propietarios o usufructuarios de tierras, a los miembros de las nuevas cooperativas no agrícolas, y a compradores y vendedores de viviendas. Uno de los aspectos más innovadores del presente libro es que se basa en un análisis minucioso de 80 entrevistas realizadas en Cuba con miembros de estos cuatro grupos, entre 2014-2015. 

Como alguien que ha publicado un libro y varios artículos sobre los cuentapropistas en Cuba, basados ​​parcialmente en entrevistas directas con ellos, puedo dar fe de la gran dificultad (y, por tanto, del gran valor que tienen para los estudiosos y especialmente para los responsables de la formulación de políticas) que es escuchar estas voces sin adornos. También puedo asegurar que la rigorosa metodología empleada por los autores, junto con el amplio alcance de las experiencias y las ocupaciones entre los entrevistados, no tiene paralelo en el área académica existente sobre el tema.

Los autores comienzan el estudio justificando su interés en el SNE de Cuba. Afirman que este ha aumentado de un 20 % estimado en 2005 a 29 % de la fuerza laboral de la isla en 2015. Sin embargo, ahí admiten abiertamente que las estadísticas cubanas sobre el tamaño exacto de varios sectores de su fuerza laboral son cuestionables, y citan cifras oficiales que compiten entre sí y que ubican al SNE entre el 22,8 % y el 35,8 % de la fuerza laboral. 

La otra justificación en su enfoque sobre el SNE de Cuba es que, como aclaran desde la primera página, creen que “tiene el potencial de transformar la economía estatal predominante (71 % de la fuerza laboral), que se encuentra en una situación precaria”. 

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Además de compartir las voces de los actores del SNE, el objetivo de los autores del libro es cuantificar el sector e identificar con mayor precisión los cuatro grupos que lo conforman. 

En este sentido, conocemos que los cuentapropistas representan la mayor parte de la fuerza laboral no estatal en un 41,4 % (483.400 con licencias en 2015, un total que ha aumentado a casi 600.000 en 2019). Le siguen los agricultores usufructuarios que comprenden el 26,7 % de la fuerza laboral no estatal (312.296) y los miembros de las diversas cooperativas agrícolas de Cuba, que constituyen el 19,8 % de la fuerza laboral no estatal (231.500). El resto del sector está formado por pequeños propietarios privados (8,5 % o 99.500), campesinos (2,8 % o 32.000) y agricultores arrendatarios (0,2 % o 2.843). 

Irónicamente, a pesar de las expectativas iniciales de una gran expansión, dada a su forma supuestamente más “socialista” de organización y administración laboral, el nuevo experimento de Cuba en cooperativas no agrícolas (NAC) representa solo el 0,5 % de la fuerza laboral no estatal con solo 5.500 miembros.

Aparte del análisis meramente estadístico, Voces de cambio… ofrece, además, muchos datos complementarios. En el frente cuantitativo, nos da acceso a una gran cantidad de información sobre el SNE de Cuba que de otra manera no estaría disponible, incluidas las características demográficas de sus trabajadores (edad, sexo, raza y nivel de educación). 

También, a través de las respuestas de los diferentes cuestionarios administrados a los 25 cuentapropistas, 25 agricultores usufructos, 25 compradores, vendedores y corredores de viviendas, y a los cinco miembros de las nuevas cooperativas no agrícolas que participaron en el estudio, aprendemos sobre sus niveles de satisfacción, ocupaciones anteriores, ganancias, dependencia del capital de inversión, remesas o microcréditos, cantidad de empleados, competencia, uso de la publicidad y sus planes de expansión. 

Uno de los hallazgos que los autores admiten con sorpresa es que los niveles de satisfacción entre los trabajadores de SNE son muy altos, a pesar de los muchos obstáculos burocráticos o francamente políticos con los que tienen que lidiar a diario.

Los aportes más útiles del libro son sus secciones extendidas, donde estos trabajadores del SNE descifran los principales problemas que enfrentan y los cambios que desean. Por ejemplo, conocemos que los principales desafíos para los trabajadores por cuenta propia son el acceso a insumos y la necesidad de un mercado mayorista, seguidos por la burocracia y la legislación restrictiva. 

Asimismo, según los autores, la pregunta sobre los cambios deseados “es esencial para escuchar las voces de los trabajadores por cuenta propia y darles publicidad para que sean escuchados”. De hecho, “su deseo de cambio es concomitante con los problemas que identificaron” e incluyen “más libertad y menos regulaciones” y “mejor acceso a insumos y precios más bajos”. 

A pesar del riguroso procesamiento cuantitativo recopilado por los autores del estudio, el libro también es honesto en abordar la casi imposibilidad de realizar una investigación de encuestas científicamente sólida y generalizable en la Cuba de hoy. Por esta razón, los autores insisten en que sus hallazgos, si bien son valiosos y ciertamente sin precedentes, son más indicativos que representativos.

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Otros tres elementos le dan a Voces de cambio… un valor especial como recurso para la investigación posterior sobre el tema:

Primero, en el frente cualitativo, antes de presentar cualquier dato de la encuesta, cada uno de los cuatro capítulos centrales del libro comienza con una sección de “antecedentes”, donde los autores realizan una encuesta enciclopédica sobre los conocimientos existentes del tema y de las políticas gubernamentales que lo determinan, y donde incluyen datos sobre el tamaño y las tendencias, características claves, avances, obstáculos e impactos en el sector. 

En conjunto, estas subsecciones del libro representan un espacio ideal para que cualquier observador repase el contexto político y económico que precedió a las recientes reformas en estos sectores de la economía cubana.

Segundo, el libro termina con una intención de establecer vínculos y comparaciones entre las cuatro subsecciones del volumen. Al mismo tiempo, reúne los diversos temas y lecciones de cada subsección para arribar a un conjunto de recomendaciones generales y sugerencias específicas dirigidas a los legisladores cubanos, los cuales deberían estar interesados ​​en prestar atención a esas “voces del pueblo”. 

Estas sugerencias incluyen eliminar la burocracia excesiva, eliminar la lista de ocupaciones permitidas y reemplazarla por una breve lista de ocupaciones prohibidas, permitir a los profesionales universitarios ejercer como tal por cuenta propia, reducir los impuestos excesivos (especialmente aquellos en la contratación de empleados adicionales), permitir al SNE contratar a empresas estatales, crear mercados mayoristas y facilitar el crédito para el SNE y permitirle importar insumos y exportar sus productos, y, finalmente, ir más allá de la “etapa experimental” del desarrollo cooperativo no agrícola.

Y, en tercer lugar, en un esfuerzo loable por la transparencia, los autores proporcionan dos apéndices finales en los que comparten los cinco cuestionarios de entrevista utilizados en el estudio, y una lista de las 18 preguntas comunes formuladas a todos los encuestados.

Como alguien cuyo trabajo sobre la economía cubana ha sido profundamente influenciado por la labor de Carmelo Mesa-Lago, el autor principal Voces de cambio…, quiero terminar este comentario mencionando algunas características que este libro comparte con su obra anterior. 

Voces de cambio… es una muestra ejemplar de los beneficios que tiene una colaboración interdisciplinaria entre profesionales de diferentes países. Mesa-Lago, economista cubano-estadounidense, trabajó junto a Roberto Veiga y Lenier González, quienes realizaron y compilaron las entrevistas sobre el terreno en Cuba. (Veiga y González son dos de los principales intelectuales públicos cubanos que se dedican a las ciencias políticas y la sociología; coeditaron la revista Espacio Laica y luego fundaron Cuba Posible). A la colaboración de ellos tres se suman Sofía Vera Rojas y Aníbal Pérez-Liñán, una estudiante de doctorado y un profesor de ciencias políticas, respectivamente, de la Universidad de Pittsburgh, quienes se dedicaron a procesar y tabular las entrevistas.

Otra característica que hace que este libro sea particularmente valioso es su buen uso de la literatura cubana sobre el SNE, incluido el trabajo científico de la academia y el periodismo tanto oficial como independiente. 

Además, Carmelo Mesa-Lago se aseguró de que este libro, al igual que muchos de los suyos, se publicara tanto en español como en inglés, para que su impacto e influencia fueran más amplios. Hay que felicitarlo por el arduo trabajo de establecer una base estadística confiable en aspectos tan dispares de la economía cubana (y advertir, abiertamente, cuando una base de este tipo es un sueño efímero); su éxito en establecer un terreno estadístico común para académicos, políticos y expertos, que a menudo no están de acuerdo en sus análisis y opiniones, es un logro inmenso dentro este campo polarizado de los estudios cubanos. 

Porque, como dijo el político e intelectual estadounidense Daniel Patrick Moynihan: “Todo el mundo tiene derecho a su propia opinión, pero no tiene derecho a su propia realidad”.

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