Putería en bandeja

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Después de ver muchas veces la célebre penúltima secuencia de Blade Runner, donde Roy (el líder de los Nexus-6) le dice a su perseguidor que ha visto cosas difíciles de creer (“naves de ataque incendiadas más allá de Orión, rayos C brillando en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser”), uno tiene la impresión de que es allí donde se manifiesta la humanidad del personaje: evocando experiencias próximas, quizás, a la naturaleza de la poesía.

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“Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia… Es hora de morir”, dice Roy. 

Para él esas naves incendiadas son un espectáculo raro y bello, como los rayos C. ¿Dónde está la Puerta de Tannhäuser? Misterio. Pero qué importa saberlo. La clave de todo reside entre lo ignoto y la imaginación: “He visto cosas que ustedes, humanos, no creerían”, dice Roy pocos segundos antes de que su corta vida se apague.

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Hace más de 20 años publiqué mi primera novela, Capricho habanero, cuya mitad inicial transcurre a mediados de los años 90 en la calle Obispo (la segunda mitad aún pertenece al porvenir: año 2027, también en La Habana). 

Los 90, en Obispo, constituyeron un panorama exacerbado por los espejismos y los enigmas. Estaba iniciándose una época diferente: la del mundo real. Hasta entonces, toda o casi toda la vida nacional había transcurrido en el interior de una burbuja.

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En los 90, muy a principios de la década, empezaron a sentirse los primeros efectos del Período Especial. Por esas fechas se dio inicio a las obras de rescate y remozamiento de varias calles y edificios coloniales y neocoloniales del casco histórico habanero, de acuerdo con un Plan de Restauración Patrimonial. 

La calle Obispo se benefició, naturalmente. En definitiva, en aquel momento creo que tal vez fue esa la calle más importante de la ciudad: por ser la más cosmopolita y porque allí convergían pasado remoto, pasado inmediato, un presente desvaído y un futuro que anhelaba brillantez y nombradía.

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Recuerdo que, antes de escribir esa mitad finisecular de Capricho habanero, me fui varias veces a caminar por Obispo, desde la esquina del hotel Ambos Mundos hasta El Floridita. Cuando llegaba allí, entre buscavidas, mujeres raras y observadores misteriosos, ni por la mente me pasaba la idea de entrar a saborear un daiquirí (para cumplir con una de las banalidades de la mecánica turística). Simplemente retrocedía unos metros y me detenía a mirar los libros de la Moderna Poesía antes de emprender el camino de regreso rumbo a la Plaza de Armas.

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Muchas veces hice ese recorrido doble y tomaba notas en una libreta. Me sentía envuelto por lo novelesco. Pero evitaba la caída del sol. A esa hora aparecían los nightwalkers. Sin embargo, muy cerca de la entrada de la calle, unos ya desaparecidos baños públicos anunciaban lo suyo. Y no había que esperar al anochecer para topar con esos nightwalkers porque los baños públicos abrían desde las 7:00 a.m. para todo aquel que pudiera pagarse una meada urgente, o lo que fuera. 

Junto a la acera, en una pared, podían leerse hojas de papel que repetían una inscripción: VIENTO SOLAR.

Criptopornografía y zoofilia

Criptopornografía y zoofilia

Alberto Garrandés

La criptopornografía es un ámbito muy cultural cuando se articula con la criptozoología. Y eso no está nada mal porque nos allegamos al territorio de la fantasía y la ciencia ficción.

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Si en La Habana (en especial la zona antigua) careces de visión, no puedes ver a los tenues y hasta armoniosos dueños del submundo. Y te quedas como Deckard escuchando a Roy, entre incrédulo y asombrado, cuando este le dice que no creerá lo que sus ojos han visto. 

La calle Obispo cobraba un aspecto de catedral impresionista (su aspecto iba cambiando casi de hora en hora como la de Ruan, pintada por Monet). Un fantasma solo necesita repetición y un contexto inmóvil. Y entonces se manifiesta.

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Lo que hizo el protagonista de Capricho habanero fue ir de El Floridita hacia el mar, por Obispo, y vivir allí una aventura de las tinieblas a lo largo de ese bulevar. Practicó una especie de descendimiento por la horizontal de la calle hasta tropezar con el malecón oleoso y pútrido de aquellos días. 

Uno piensa en esa palabra, malecón, y en lo oscuro ve a los hijos de Yarini apostados con sus muchachas. Fue entonces cuando La Habana, y la calle Obispo en particular, se convirtieron en destinos preferenciales del turismo sexual. 

Pero el malecón se trocó, además, en escenario del célebre Maleconazo, la violenta protesta popular desatada a inicios de agosto de 1994, y en punto de partida de muchos balseros. En cualquier caso se trataba, supongo, de una manera angustiosa y difícil de dialogar con fronteras visibles e invisibles, abiertas y cerradas.

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“Si pudieras ver lo que tus ojos han visto”, le dice Roy al ingeniero Chew, diseñador al servicio de la Tyrell Corporation, que es donde se hacen los Nexus-6. Chew es el hombre que ha fabricado los ojos del propio Roy. 

El protagonista de Capricho habanero se adentra en la calle Obispo, y antes de cruzar la avenida atraviesa la Manzana de Gómez, que hoy se ha metamorfoseado en un hotel. Espacio laberíntico, pero con varias entradas y salidas, la Manzana de Gómez siempre fue teatro de cruising, de negocios raros, de puterías diversas, de borrachos dormidos, de perseguidores y perseguidos.

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La gran travesía del personaje por el paseo de Obispo ocurre un día cualquiera de 1996. Hay un sitio que se llama La Lluvia de Oro. Allí los fantasmas se mueven por entre las mesas. Otro, El Clip, no es sino una relojería. Y Vía Venetto, donde se comía a la italiana.

En lo que vendría a ser el traspatio de los baños públicos había (me contó un chulo que solía pintar cuadros abstractos los fines de semana) una puerta que conducía a unos cubículos rústicos (de mala muerte, se diría) destinados a encuentros sexuales rápidos. Quien quería hacer algo, pagaba. Y quien solo quería mirar (a través de agujeros incómodos), pagaba mucho más.

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El Atelier Studio, la Lloyd’s Agency, la peluquería Ensueño, el Ten Cents Variedades. Y las obras de construcción del futuro Hotel Florida, a cargo de Habaguanex (empresa cubana) y el Grupo Tognozzi S.A., de Firenze. Un sitio esquinado, lleno de tabiques de madera y cercas de lata, donde, de madrugada, era posible dar con putas, espectros y gente con ganas de divertirse. 

A ciertas horas podías entrar allí y tomar, con valentía, los apuntes de tu hipotético reportaje sobre una Habana invisible. 

¿Y la galería Forma y el Café París? También. 

Y los pingueros: arribo de putos praxitélicos frente a un ejército de forasteros tan masculinos como ávidos.

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Alguna vez me asomé, tras la publicación de Capricho habanero, a Vía Venetto. Se ofrecía un plato nuevo cuya invención atribuí a ingenios temerarios y perversos: espaguetis con sugo alla puttanesca (salsa a la putería). 

¿Qué era aquello? Bueno, al menos la salsa combinaba el sabor fuerte de las anchoas con el de las aceitunas negras, aunque no estaba seguro de la virginidad del aceite de oliva. En cualquier caso se trataba, descubrí después, de una receta arcaica, casi medieval, rehabilitada en una Habana en pos de alguna dosis de redención y donde el meretricio renacía esplendoroso y trágico. 

Putería en bandeja, para decirlo en cubano. 

Una metáfora tangible. Sobra añadir que lo real termina siendo, como siempre, más novelesco que cualquier escritura que se afane en serlo. 

La aristocracia del clítoris Alberto Garrandés

La aristocracia del clítoris

Alberto Garrandés

En una carta a Nelson Algren, dice Simone de Beauvoirque si ella fuera un hombre sería un malvado que tomaría “por la fuerza” a muy jóvenes amantes. 

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