Narrar la sociedad contra el Estado es renovar la tarea antiquísima de responder la cuestión filosófica sobre cómo se articula lo uno y lo múltiple.
Las agregaciones conocidas como Sociedad y Estado siguen siendo abstractos que designan a las fuerzas del conjunto de personas y el conjunto de poderes. Y bien que nos gusta inspirarnos en estos grandilocuentes abstractos discursos sin saber qué significa, por ejemplo, Pensar como país” (emoticón del grito), porque ejercemos la misma violencia que se ha ejercido durante la historia con la inconsistencia e irrealidad de la dialéctica que dicta: todo futuro será mejor. Justamente, porque lo abstracto nos permite regodearnos predicando sobre la fragilidad de lo que es futuro y de lo que es mejor.
Pienso en la idea del progreso, de la Revolución y del extremo, el totalitarismo, ideas que articulan pasado, presente y futuro bajo el sino ilegítimo de la violencia (y me susurran mis musas de la historia: porque la violencia es justificable, pero nunca legítima) hacia la naturaleza, el orden y hacia la misma esencia humana. Y digo “extremo” viciada por la misma dialéctica que rechazo, porque mientras vivamos en un mundo donde es posible destruir todo vestigio humano en apenas segundos, nos sigue desafiando la tarea de ejercer el poder sobre el poder.
Me parodio a mí misma y reconozco la (im)posibilidad de escapar del lenguaje. Regreso a escalas más mesurables, donde también regresa el sentido y la posibilidad de acción. La escala que interesa ahora es la que Aristóteles nombraría como la parte irracional del alma, o sea, la vegetativa, concupiscible y desiderativa, la vida sensitiva —hartos como estamos de la vida activa de la parte racional del hombre—, las excelsas y nunca bien ponderadas: sabiduría, comprensión, prudencia, liberalidad y templanza. Dejemos eso a los intelectuales y sobre todo a sus élites —que apoltronados engordan—. Sin embargo, la mirada de reojo hacia lo ir-racional, en tanto que engendro de lo racional impensado, queda dispuesta a nuestros servicios.
Las coordenadas espacio-temporales son la Cuba de hoy; no hablo del caso de la Cuba posterior a 1959 —tanto venerada como anatemizada—, sino la Cuba de hoy, la Cuba de ahorita, la Cuba que nos está pasando, de los cubanos vivos. Y aún más mesurable, hablo de la metodología y el proceso de Estudios Culturales que nos propuso el artista e investigador Henry Eric Hernández, el pasado septiembre, para una renovación de la dialéctica entre pensar y sentir con el taller: Afectar el afecto; ficcionar el documento, auspiciado por el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) y el proyecto Transdisciplinariedad: Arte y Ciencias Sociales.
Un tema que como mínimo es iniciático en la intelectualidad cubana, en cuanto a su tensión entre profundizar la cultura del afecto y advertir comportamientos más cívicos, desafío que hermana los proyectos INSTAR y Transdisciplinariedad: Arte y Ciencias Sociales.
La violencia política se nos ha vuelto problemática, ya es hora de contextualizar, datar e interpretar con profundidad el discurso sobre este fenómeno. ¿Puede plantearse seriamente una interrogante sobre la violencia? ¡Claro que sí!
Se ha planteado con todo rigor desde que la antropología sospechó, y luego confirmó, que los habitantes allende Europa, mucho antes de la hipervelocidad de las comunicaciones, eran seres humanos ricos en el conocimiento de las cosas, reflexivos en el destino de los suyos, seres opuestos al uno sin lo múltiple.
Relata Pierre Clastres en La sociedad contra el Estado:
Tenemos, pues, entre los tupi-guaraní del tiempo del Descubrimiento, por una parte, una práctica —la emigración religiosa— inexplicable si no vemos allí el rechazo de la vía hacia donde el liderazgo conducía la sociedad, el rechazo del poder político separado, el rechazo del Estado; por otra, un discurso profético que identifica al Uno como la raíz del Mal y afirma la posibilidad de escapar. ¿En qué condiciones es posible pensar el Uno? Es necesario que de algún modo su presencia odiada o deseada, sea visible. Y es por esto que creemos poder desentrañar, bajo la ecuación metafísica que iguala el Mal al Uno, otra ecuación más secreta, y de orden político, que dice que el Uno es el Estado”.
Del otro lado de la cultura Hannah Arendt (Sobre la violencia) también se ocupa en la fórmula de lo uno y lo múltiple: La extrema forma de poder es la de Todos contra Uno, la extrema forma de violencia es la de Uno contra Todos. Y esta última nunca es posible sin instrumentos”.
Y aclara incitándonos a profundizar:
No es un intento de igualar la violencia con el mal; solo quiero recalcar que la violencia no puede derivarse de su opuesto, que es el poder, y que, para comprender cómo es, tendremos que examinar sus raíces y su naturaleza”.
¿El uno es el mal o el Estado, la violencia no es el mal, pero está mal?
La acción cívica y la espiritualidad son llamadas a dar a esta aporía no una solución sino una respuesta, que solo se volvería fecunda si se prosigue el trabajo del pensamiento en el registro del actuar y el sentir. Por eso el objetivo del taller Afectar el afecto; ficcionar el documento, consistió en analizar la cultura del afecto desde la representación de la violencia divina: la compuesta por la fe en la violencia revolucionaria y la justificación de la represiva.
La cuestión de la violencia se ha planteado muy poco y las pocas respuestas han sido falsas, elusivas y poco rigurosas dentro de Cuba y sobre Cuba, e insisto, no la Cuba de ayer sino la que nos está pasando a los vivos. Y sabemos que el dominio de la pura violencia entra en juego ahí donde se está perdiendo el poder.
Ante este desafío, incluso el fracaso, que supone el modo en que la violencia es recibida, Henry Eric, distinguiendo la lógica de lo real y de lo abstracto, reconoce que lo que percibimos a través de las sensaciones nos acerca demasiado, pero dejar a un lado las sensaciones, sentir de manera abstracta, nos aleja demasiado.
En ambas interpretaciones el fenómeno desaparece. Por eso invita a evitar ambas y tomar una tercera interpretación de tomar la violencia como aparece: “un mecanismo victimario que no siempre requiere de acciones violentas de nitidez extrema pues se consuma, por ejemplo, en la introducción de seguridades acompañadas de incertidumbres, en la recapitulación de discursos de normalidad en medio de crisis y carencias democráticas, y en la generación de una determinada confianza anonadando esperanzas a diestra y siniestra”.
Pero Henry Eric va más allá, pues el pensar no basta, se requiere enlazar a respuestas que sean tributarias de la acción y del sentimiento. Por eso las cápsulas teóricas propusieron autores como Tzvetan Todorov, Paul Ricoeur, David Le-Breton, Manuel Cruz y Sara Ahmed, que enlazan sus investigaciones con los modos en que se usan las emociones para generar efectos, lo que Ahmed conceptualiza como economías afectivas.
Según Henry Eric:
No debemos ver [al mecanismo victimario concebido por la sociedad cubana] como la medida objetiva de un hecho, sino como un tejido de interpretaciones pues, a causa de estas, se consolidan las emociones y los sentimientos; es debido a ellas que los miembros de dicha sociedad permanecen solapando su humanidad con la politización de las sensaciones”.
El carácter performativo de las emociones nos hace pensar enseguida en acciones, y en casos de sensaciones intensas, en reacciones. Por eso, abrir un espacio reflexivo que ponga en tensión la misión política afectiva con el pensamiento, significa movilizar narrativas dentro del ámbito público y desenmascarar las normas implícitas que afectan nuestro entorno, siendo a través de la colectivización que orientamos nuestros comportamientos.
Recordemos que la colectivización es una de las maneras de suprimir el carácter de responsabilidad y desligar el poder de la persona, convirtiendo su ejercicio en un fenómeno natural —sin iniciativa y sin conciencia— o lo que se ha querido llamar irracional; sin embargo, sabemos y estudiamos esta racionalidad de las emociones, específicamente, los valores comunes, políticamente instituidos a través de ellas.
El efecto del poder es siempre una acción —o, al menos, un dejar hacer—, hallándose, en cuanto tal, bajo la responsabilidad de una instancia humana, aún bajo el caos o la apariencia del mismo. Aparece un elemento de indeterminación solo explicable —si hablamos de sentimientos fijados como políticamente esenciales por y para el totalitarismo; pensemos en el miedo y el odio, la ira y la culpa, e incluso algunos positivos como la esperanza y la alegría— apunta Henry Eric.
Entonces surge una pregunta que pone al centro la identidad, en este caso, el sí mismo colectivo, ante la violencia, ¿describir o prescribir? Tensión entre ética y acción. La tendencia del individuo que juzga es responder con una bisagra: ¡Narrar!
Y he aquí que aparece en esta liminalidad la necesidad de una identidad que emerja de la competición entre programas narrativos. Se pondera supremo el abstracto y se dice: “Estado contra el pueblo”.
¿Qué pasaría ante una inversión de factores? O sea, ¿qué tal si narrásemos la sociedad contra el Estado? Pues la reacción de las personas violentadas es considerada como una avería del aparato burocrático que es necesario dominar mediante métodos más exactos y una opresión más dura.
Se trata entonces de empoderar a la sociedad, al menos desde la narración, que es decir la imaginación. Henry Eric nos convoca a visionar, reflexionar, leer, disertar, escribir e intervenir a propósito de una selección de videos caseros, publicados por anónimos en Facebook y YouTube, que documentan la represión.
Los filmes fueron tratados como textos visuales, algunos visionados de manera silente, centrados en lo escópico y con un análisis básico: ¿qué consta en la imagen?, ¿cómo se construye el documento?
Los filmes provienen del archivo que se genera espontáneamente en las redes sociales, fruto de tomas clandestinas e incluso valerosas ante la prohibición (nunca positivada) de las autoridades de documentar ciertos escenarios (ciertos). Archivo accesible, creciente, no por obra de una investigación, sino por la emergencia de coincidencias entre tecnología y oportunidad. Si se quiere cine amateur o un subgénero del cine independiente. Posibilidades de acción desde el recurso amateur, posibilidades que han estado actuando siempre, pero casi nunca consideradas en su riqueza y evidencia, un archivo, novedad que entrega Henry Eric.
Y cuestiona: ¿Cómo es posible hablar de cine independiente sin tener en cuenta lo que pasa en las redes? Propone, en su lugar, un concepto de cine más abierto donde también se incluya el cine diario, subgénero del cine de ensayo, lo que se ha dado en llamar cine antropológico y responde a este giro del Antropoceno de tomar la acción humana como la cualidad que introduce más transformación.
La violencia política no es una preocupación para los intelectuales cubanos, complicidad nunca gratuita. Lo tácito, lo anónimo pasan a ocupar el lugar de la responsabilidad y el diálogo. Secuelas de la estatización y la colectivización, secuelas de una política afectiva deshumanizante y, digámoslo, secuelas del totalitarismo en curso. Las preguntas: ¿Quién? ¿Quién es el locutor del discurso? ¿Quién es el agente o el paciente de la acción? ¿Quién es el personaje de la narración? ¿A quién se le imputa la acción colocada bajo los predicados de lo bueno o de lo obligatorio? Investigaciones tomadas de la filosofía analítica en debate con la hermenéutica, fueron resumidas por Henry Eric de la siguiente manera: ¿Qué sucede cuando una sociedad politiza los sentimientos? (Permítaseme el recurso de la viñeta asfixiada).
Los estudiantes de cine hablaron sobre densidad del plano; la crítica de arte resaltó el recurso amateur y la reproducción de lenguajes y códigos también violentos; el jurista, la falta de instituciones como la libre asociación y el derecho a juicio justo y tratos respetuosos; la guionista, la teatralidad y confusión de los personajes y la carnavalización de la escena; la madre, la politización de la infancia y la violencia pedagógica; el maestro, la mutilación de la memoria histórica y el olvido de los actos cardinales no heroicos; el poeta terminó diciendo: Nosotros los sobrevivientes, a nadie le debemos sobrevivir.
¿La violencia política es extraña tanto teórica como prácticamente? El concepto de extrañeza encierra múltiples elementos. Incluye, en primer lugar, el hecho de que no dominamos ni entendemos la naturaleza del fenómeno de la violencia política. Además, significa el extrañamiento que procede de este separarnos, de este matar la empatía ante el dolor o la injusticia ajena, el hecho de que la violencia política contradice la legitimidad de cualquier fin por más justo que se nos quiera presentar este dentro de una convivencia política, entiéndase plural.
Henry Eric nos pide hacer un examen más detenido de los procesos culturales para alcanzar un realismo y una profundidad completamente diferente de las interpretaciones corrientes: ante la disección de la cultura del afecto interpela: ¿Cómo se pueden advertir comportamientos más cívicos?
Si conocemos la conexión existente entre causa y efecto o la complejidad del ciclo, se siente y comprende el sentido de la figura funcional y se pueden dirigir los diferentes momentos de la acción hacia la realización. El ser humano se puede elevar por encima de las condiciones inmediatas, decidir y obrar. Reúne y desarrolla experiencias, las toma de otros y las prosigue, etc. Pues no hay ningún efecto que se refiera solamente a su objeto. Cada efecto influye también en quien lo causa.
En esta visión de una relación originaria con el poder, todas estas formas de actuar a nivel de los sentimientos, de la construcción de narrativas, de trabajar a nivel social el resentimiento recordando lo que ha pasado, de cruzar el texto público y anónimo con el análisis, de crear archivos que emerjan de las urgencias, de intervenir, de empatizar tanto con la víctima como con el verdugo, de promover el activismo culto y la cultura del debate, de legitimar el apoyo crítico frente al mimetismo y de desentrañar la política afectiva del miedo son también poder, y su ejercicio constituye un dominio.
A esta transformación del proceso y del resultado obtenido corresponde una transformación del mismo hombre que lo realiza. ¿Hemos olvidado que ejercer el poder en el sentido de una disposición arbitraria, es decir como violencia, confiado a su propio impulso, conduce a la desaparición de todo poder?
Empoderarse en el sentido de la práctica cívica urge sin separar nunca más la vida activa del alma y la del cuerpo. INSTAR insta donde tus ideas se convierten en acciones en la secuencia de desear-pensar-actuar y su directora, Tania Brugueras, hace por una necesaria alfabetización cívica.
Narrar la sociedad contra el Estado, en lo metafísico de los tupi-guaraníes de rechazo al uno, a la vez que se afirma el escapar y lo múltiple; en lo «fenomenológico» de Arendt, la oposición del poder a la violencia pues donde uno domina absolutamente falta el otro; y desde la idea del panóptico y lo escópico, explorada también en el taller.
El ser capaz de estudiar y hacer consciente la imposición de conductas a la población, a partir de la idea de que estamos siendo vigilados, puede ser reciprocada. La emergencia de nuevos documentos, gracias a las posibilidades tecnológicas, pone en mejores condiciones a la sociedad para entrar en la competencia de programas narrativos hasta ahora dominados por el Estado Total, autoritario y carcelario, en su forma suma de violencia: el Uno contra todos.
En esta posibilidad que abre INSTAR de metanoia constante y generación de nuevos contenidos y procesos, Henry Eric invita a la limpieza y cambio de pensamiento que generen calidades y seriedades, sin querer buscar fundamentos últimos ni agotarse en razonamientos, sino empatizar, tal vez a costa de nuestra repugnancia y dolor, con la experiencia de la violencia. Con el material compilado —material de lecturas, archivos de video, libretas de notas, grabaciones de conversaciones y otros documentos— se creó un archivo que guarda INSTAR, con la idea de recuperar en otro taller o como progress de una publicación o documentación para un proyecto determinado. El tema queda dispuesto en categorías y evidencias accesibles a todos.
Clandestina mainstream
Algunos cubanos en la Isla y en la diáspora no estuvieron contentos con el último desfile de la marca independiente Clandestina, y así lo expresaron en las redes sociales. ¿En qué momento, se preguntan, una firma iconoclasta y popular se puso a coquetear con referentes de la moda global, comercial y mainstream?