En la última década, Cuba se ha convertido en un escenario recurrente de gestos diplomáticos y políticos que se apoyan en la cultura popular como recurso mediador. Presidentes extranjeros, delegaciones diplomáticas, celebridades internacionales e incluso autoridades locales han participado en espacios y prácticas de fuerte arraigo comunitario: juegos de dominó en barrios habaneros, partidos de béisbol, presentaciones en programas humorísticos, bailes y celebraciones populares.
Estos actos, más allá de su apariencia espontánea o de su cercanía cultural, han respondido a una estrategia orientada a ganar credibilidad y simpatía entre la población. La apropiación de tales expresiones busca influir positivamente en la opinión pública, suavizar tensiones y allanar el camino a acuerdos o decisiones que, en su origen, podían resultar polémicos.
El Observatorio de Derechos Culturales considera pertinente examinar cómo estas prácticas evidencian la objetivización e instrumentalización de la cultura popular en el marco de la diplomacia cultural cubana. En lugar de promover un intercambio auténtico y respetuoso, se observa la utilización de símbolos y expresiones comunitarias como herramientas políticas, lo que abre interrogantes sobre el respeto a los derechos culturales y sobre la línea que separa la representación simbólica de la manipulación cultural.
Cuba como condimento exótico: el extractivismo de la cultura popular
Conforme las redes sociales y los medios de comunicación se vuelven más accesibles y adquieren un eco internacional cada vez mayor, el diálogo de los agentes de opinión se desplaza hacia un plano menos elitista, más vocal y “popular”. El ODC ha documentado estas fórmulas narrativas que buscan, a la vez, generar un afecto inmediato entre la población local y exhibir, frente a audiencias extranjeras, una supuesta capacidad de permeabilidad cultural. En este sentido, la cultura se recrea según el grado de visibilidad que se pretende alcanzar: mientras las calles habaneras se transforman en escenario performático para todo tipo de figuras prominentes que, acompañadas de su séquito de asistentes y personal de seguridad, encarnan interacciones “populares” y consumen de primera mano “costumbres auténticas”, otras experiencias y realidades quedan relegadas tras esa fachada.
Así como los códigos de la cultura popular pueden funcionar como mecanismo de convencimiento vs. distracción, son también completamente desechables o reciclables según convengan, ya que el peso de la narrativa no reside en lo “popular” de la cultura, sino en el agente externo a ella y en su objetivo de legitimación. Por ejemplo, entre el 2013 y el 2016, Cuba se registró como el destino más deseado por personalidades políticas y culturales. La isla estaba “en tendencia”, había que ir “antes de que cambiara” y la vitrina museística del socialismo tropical se condimentó con interacciones de ese pueblo “feliz”, “amigable” y “resiliente” que convenía al discurso del momento.
En este periodo se sucedieron visitas de turismo, trabajo o intercambio cultural de personalidades como Beyoncé & Jay-Z (2013), Rihanna (2015), Naomi Campbell (2015), Paris Hilton (2015), Madonna (2016), quienes fueron grabadas y divulgadas comiendo en paladares cubanos, caminando por barrios habaneros o circulando en Chevrolets del pasado siglo, bailando rumba o interactuando con los cubanos elegidos por su cerco de seguridad. En el 2016, otros como The Rolling Stones, Karl Lagerfeld o Vin Diesel irían más allá y usarían el apogeo vintage de la isla como escenario para sus carreras. El documental Havana Moon del primero, la versión de moda de tránsito a la temporada de verano de la casa Chanel del segundo, o la filmación de la película 8va de la saga Rápido y Furioso del tercero,utilizaron las concurridas avenidas, estadios y fachadas que La Habana ofrecía como fórmulas exóticas de venta.
Sin embargo, estas interacciones fueron tan irreales como muestra el post de Madonna que acompaña una imagen de la visita, donde llamó “chimeneas” a los tanques de agua con los que precariamente se abastecen los hogares cubanos, tropicales, además: “The Chimney’s say it all. Best Birthday Ever! Viva Cuba!”
Madonna en una azotea habanera (2016). Fuente: X, @Madonna.
Cuando la “etapa del deshielo” pasó, demostrando la nula voluntad del Gobierno cubano respecto a cualquier flexibilización que conllevara a una mínima concesión de poder; y al país sumirse en una profunda crisis multidimensional y estructural, la conveniencia de estas interacciones desapareció y, con ella, los elementos atractivos de la cultura popular, como habían sido concebidos por estos agentes externos.
La cultura popular como recurso en la diplomacia y la política
La práctica que hemos analizado no ha sido ajena al marco político y diplomático en su paso por Cuba. Tanto líderes extranjeros como representantes diplomáticos y autoridades locales han recurrido al espacio de identificación colectiva que ofrece la cultura popular para proyectar una imagen de afinidad y cercanía, con el fin de allanar sus objetivos. Al integrarse en prácticas cotidianas, estos actores persiguen producir un efecto inmediato de emocionalidad y autenticidad que trascienda el plano estrictamente institucional. Veamos tres de los casos más relevantes y recientes:
Figura: Barack Obama (Cuba, 2016).
Código cultural usado: Juego de dominó/Partido de béisbol.
Descripción del evento: En un sketch coordinado por la Casa Blanca, el entonces presidente en funciones Barack Obama juega dominó en el programa humorístico Vivir del cuento y conversa en spanglish, elogiando la comida, la música y la hospitalidad cubana. Más tarde, en el mismo viaje, asiste junto a Raúl Castro al Estadio Latinoamericano de La Habana, presenciando un juego amistoso entre la selección nacional cubana y el equipo estadounidense Tampa Bay Rays.
El presidente Obama juega dominó en «Vivir del Cuento» (2016). Fuente: Martí Noticias.
Figura: Mike Hammer (Cuba, 2025).
Código cultural usado: Juego de dominó.
Descripción del evento: El entonces jefe de la misión diplomática estadounidense en Cuba, mientras caminaba por un barrio en Camagüey, es invitado por unos jóvenes a compartir un juego de dominó.
Fotograma del Encargado de Negocios estadounidense jugando dominó con jóvenes camagüeyanos (2025). Fuente: Facebook, La Tijera.
Figura: Miguel Díaz-Canel (EE.UU., 2018).
Código cultural usado: Baile de casino.
Descripción del evento: Durante su primer viaje como mandatario a Nueva York, un video del gobernante cubano bailando salsa con su esposa Lis Cuesta fue grabado y compartido por redes de diplomáticos cubanos presentes en el evento. Esa noche Díaz-Canel también tocó tumbadoras al ritmo de conga, acompañado por los músicos de la delegación. Este código ha sido reiterado en otros encuentros, como en el marco de la cumbre entre la Unión Europea y la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe en el año 2023, donde la pareja volvió a protagonizar las redes del servicio exterior cubano.

Díaz-Canel y Cuesta bailan durante una visita de Estado a Bruselas (2023). Fuente: Periódico Cubano.
Estas imágenes, difundidas por las redes de las instituciones respectivas, exhiben a las figuras como líderes y representantes accesibles, “de pueblo”, una postura de legitimación doméstica que contrasta con la imagen ortodoxa del campo diplomático y político anterior. Es así cómo, prácticas culturales compartidas (un juego de dominó callejero, un partido de béisbol, un toque de tambores o una improvisada vecinal) pueden ser extraídas y apropiadas instrumentalmente por diferentes actores como táctica de poder blando.
Cultura popular como herramienta de diplomacia blanda
Los ejemplos anteriores muestran cómo, en lugar de la diplomacia tradicional sustentada en discursos o acuerdos formales, ciertos gestos simbólicos apelan a la hiperpersonalización del poder mediante la conexión emocional. El poder blando opera así a través de valores, imágenes e ideales “cálidos” que sustituyen la coerción y el pragmatismo, en un tiempo marcado por identificaciones rápidas y espontáneas.
En contextos de larga enemistad o desconfianza – como el de Estados Unidos y Cuba – estos gestos culturales buscan suavizar la imagen del “otro”. El caso de Barack Obama es paradigmático: su administración indagó qué personaje humorístico tenía mayor índice de audiencia y planificó cuidadosamente su aparición en el programa Vivir del Cuento.
Por su parte, la instrumentalización doméstica de lo popular pretende legitimar una imagen de frescura tras décadas de austeridad revolucionaria; no obstante, en Cuba ello ha derivado más bien en rechazo y en la rápida identificación de la parafernalia oportunista.
Tampoco se trata de un fenómeno nuevo. Ya existen precedentes históricos, como el partido amistoso de béisbol entre Cuba (Fidel Castro) y Venezuela (Hugo Chávez) en 1999, que remite a una práctica con nombre propio: la “diplomacia del ping-pong”, acuñada en los años setenta para describir el intercambio de jugadores de tenis de mesa entre EE. UU. y China. Aquella iniciativa alivió significativamente las tensiones de la Guerra Fría y abrió el camino hacia la normalización diplomática.
Una mujer sostiene paletas de ping-pong con las imágenes del presidente estadounidense Richard Nixon y del presidente chino Mao Zedong (1971). Fuente: Associated Press.
Con todo, ninguno de estos escenarios tendría vigencia sin el papel amplificador de los medios de comunicación y las redes sociales, pilares de la sociedad del espectáculo. Y allí reside también su desventaja: depender de plataformas mediáticas para producir impacto evidencia lo efímero del gesto y lo contraproducente que resulta encerrar en un guion controlado un ámbito naturalmente diverso y conflictivo como la cultura popular. La ausencia de un compromiso real resalta la arbitrariedad de muchos de estos encuentros: un gobierno extranjero no puede pretender generar consenso jugando dominó con los receptores de sus políticas restrictivas, del mismo modo que un gobierno local no puede legitimarse bailando en tarima mientras el país atraviesa una crisis económica y social.
El ODC recuerda que las interacciones políticas, diplomáticas o de entretenimiento deben partir del respeto a los pueblos. La cultura no puede ser explotada ni trivializada como adorno de negociación, pues ello resta protagonismo y autenticidad a quienes la sostienen cotidianamente. La representación fiel de la identidad nacional constituye un componente esencial de los derechos culturales universales.
Toda comunidad tiene derecho a preservar, desarrollar y transmitir sus expresiones culturales sin manipulación externa ni instrumentalización política. Cuando gobiernos o figuras extranjeras utilizan prácticas culturales como simple escenografía diplomática, no solo banalizan dichas expresiones, sino que también vulneran el derecho de los pueblos a ser sujetos activos y no objetos de pseudorepresentación. Del mismo modo, cuando autoridades nacionales recurren a la cultura popular para maquillar crisis estructurales se convierte en un acto de explotación simbólica que distorsiona la función social de la cultura.
El ODC defiende la cultura como espacio de memoria, creatividad y diálogo social, rechazando toda reducción de esta a un gesto efímero o a un instrumento de propaganda. Respetar los derechos culturales implica reconocer la diversidad, garantizar la participación genuina de las comunidades en la toma de decisiones sobre sus expresiones simbólicas, y evitar que estas se conviertan en meros recursos decorativos al servicio de intereses políticos o comerciales.

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