Caibarién, crónicas del desastre (III)

En los primeros 190 años de la Villa Blanca, en la antigua provincia de Las Villas.




Ecosistema al pairo

Harto sabida es la depauperación creciente del ecosistema costero cubano, que incluye los muy publicitados “humedales salvados” del deterioro progresivo, en una zona declarada Reserva de la Biosfera por la Unesco. 




En 2000 —nuestra bahía de Buena Vista, con el ex puerto de Caibarién muriéndosele adentro—, debieron constituir aquí otro espacio “protegido” con suma cordura, pero no era ese el real interés en aquel llevaitrae burocrático.

Un año después de la proclama triunfal, el CITMA (Ministerio de Ciencia, Tecnología y el Medioambiente) adhirió esta ensenada al Convenio de Ramsar, con los comúnmente exorbitados ojos del claustro puestos en los ansiados dineros por venir.[1]




No obstante “el interés en preservar la zona”, cangrejos azules —nuestro ridículo emblema local que es el símbolo del progreso en marcha atrás —, subespecies de otros crustáceos tales como: violinistas, moros, variedad de jaibas y centollas que abundaban en el área, todos desaparecieron de un tirón, al construírseles una barrera antinatural en forma de pedraplén, el cual interfirió en sus cursos creacionales, desarrollistas y migratorios. Tal nigromancia expeditiva del comandante “inderrotable, estadista de clase mundial” se concretó entre 1982 y 1992 de formas abrasadora y arrasadora.[2]




Hasta un premio internacional obtuvo aquel polémico proyecto “constructivo”, nada menos que de España, reino exportador/explotador de hoteles, dables casualmente en la mirilla.[3]




Como parte del archipiélago Sabana-Camagüey, compartido también con las provincias de Villa Clara y Sancti Spíritus, se exhibe —sin obstar lisonjas— una contaminación despampanante en salíferos y márgenes, viales e inviables, así como en otras muchas fuentes biodiversas del país que constituyen reservorio vital del ámbito acuífero, por los efectos secundarios de la adversa colateralidad más la sequía. 

El peso específico del agua salada aquí —química impura— permite demostrar tal aserción según aumentan las acumulaciones de materias orgánicas que a su vez dan origen a tan peculiares olores mezclados con la fea turbidez, especialmente al descomponerse. 

Un referente en forma de guiño artístico sería aquella misma agua embotellada “de globitos”, en la peli-polémica “Alicia en el Pueblo de Maravillas de Noveras”, de Daniel Díaz Torres, liberada en 1991 bajo un lead por encargo del DOR a Roxana Pollo en la prensa castrista: “Festín para rajados”.[4] La pregunta clave es si no se hartará un mal día Mamá Natura de tanto y tanto reciclar cantidades industriales de derrames anormales y decida dejar morir dentro toda especie que de sus bondades dependa.

Los habitantes del área ya están tan habituados al nada extraordinario percibir en el ubicuo aroma hostil, que exceptuando el espanto improbable de que un monstruo prehistórico emerja —como consecuencia de algún movimiento telúrico—, pues nada les turbará tan plácido existir. Como tampoco bastará escuchar advertencias médicas sobre crasas crisis dermatológicas y/o respiratorias en curso, y sigan zambulléndose felices, con toda su prole lerda, en estas aguas negras. Sin mucho escrúpulo, ávidos del divertimento irresponsable que la envidia de no tener dineros les provea. Y, en lugar de disfrutar de límpidas playas —destinadas hoy preferencialmente al capital extranjero—, continúen compulsados al suicidio lento.

Esta zona aparece —según el Atlas que la Academia de las Ciencias de la URSS “nos regaló en 1971” cuando la prospección petrolera de sus técnicos fue abortada por descansar el archipiélago sobre unas cuencas sulfurosas dignas del terrenal infierno que somos— como hospedera del mayor epicentro sísmico que hubo en toda la costa norte de la isla: 8,5en la escala Richter, ocurrido el devastador terremoto a mediados del siglo XVIII y repetido en el mismo vórtice de paralelos y coordenadas a principios del XIX. 




Eso equivaldría anteponer por qué esta bahía inspira peligros a pesar de su escaso calado, entre un cayerío hoy superpoblado de hoteles y playas celestes (hasta hace bien poco, costas vírgenes que ni se enteraban de la cagazón que detrás de la frontera sur le esconden), y de una ribera churrosa a más no poder. Con áreas geográficas de cenagales otrora repletos de vida y ahora “en súbita extinción”, que es como se les cataloga científicamente. 




Porque el maltrato añadido engrandece al riesgo

Otro utópico proyecto de la ANPP del municipio (en forma de PowerPoint) lleva años proponiendo un cambio drástico en esta ya alterada infraestructura geográfica, lo que afectaría doblemente los márgenes naturales, con el único fin de satisfacer al voraz turismo. La encomienda estatal que prioriza dividendos sobre la extenuación de su endeble hidroeconomía no deja a flote sino ilógicas catástrofes.




La labor perjudicial de construcciones “primermundistas” que a coro añoran —inminentes campos de golf, por ejemplo, que acabarán con la escasa disponibilidad del agua subterránea, hasta el proyecto de un hipotético aeropuerto que barrería con todo lo que Flora y Fauna “defiende”—, resulta impúdica burla a los ecologistas conversos, ya en guiñapos, seres impotentes y rumiantes, aunque abrieran una planta potabilizadora en los cayos del norte ahora, tras veinte años de extenuación del manto freático local que no pudieron salvar aquellos defensores del ecosistema ni a dentelladas, amén del emponzoñamiento paulatino de sus afluentes en vías de franca salinización, afrontarán en masa nuevos dilemas que quizá terminen un día en sanador proceso judicial.

Los complejos agroindustriales activos (Chiquitico Fabregat, Heriberto Duquezne, etc.) que tributan a los escasos ríos (porque otros como el Marcelo Salado entró en recesión cuando el desmantelamiento azucarero, ocurrido en los 90 por obra y desgracia del innombrable), aún descargan residuos de la producción y destilación de alcoholes —aparte de las aguas albañales que generan las poblaciones de bateyes y caseríos asentados en todo el recorrido fluvial hacia los mares cercanos— sin que visible obstáculo les sea interpuesto por las administraciones. Las industrias de la tenería, la alimenticia, la química y sideromecánica adjuntas también agregan lo suyo, con franco prurito.

Los ríos Guaní, el Reforma, el Jiquibú, y demás arroyos apegostrados con cachaza desde aquellos sitios altos y malolientes, ruedan su porquería varios kilómetros mar adentro. Van, desde la época seca hasta las torrenciales lluvias, aportando el desastre que han ocasionado hombres y animales al ecosistema, porque en ellos evacúan, mutan, procrean y anidan multitud de gérmenes parásitos, roedores perniciosos y alimañas innúmeras. 




Las lagunas de oxidación construidas en los nuevos repartos habitacionales han sido mal calculadas, peor trazadas, y hoy ayudan a polucionar la orilla marina al desbordarse. Si estas zonas anegadas ya causaban conmoción vecinal, cuando el verano arrecia la cosa empeora. Los manglares son nidos para especies autóctonas, pero también cobijan solidarios a la ponzoña. 




Las casas levantadas a la vera de cualquier zanja del municipio carecen de brocales o supiaderos para contener residuales. Y los complejos e instalaciones socioeconómicas y de los recreos erigidos desde el pasado siglo, y que todavía hoy funcionan en urbes como Caibarién, Yaguajay y demás nortes costeros implicados en un falso desarrollo estructural, también ignoraron la existencia de las ingenierías hidráulica y sanitaria en su estrábico decursar. Por tanto, el entramado albañal ha sido desiderátum de la sandez combinada con la abulia, aún sin soluciones claras. 




La zona —sin embargo— ha sido privilegiada con un subsuelo rico en agua dulce y pozos de gran aforo, pero el uso indiscriminado más el sobredimensionamiento de sus aljibes en épocas cruciales han terminado por reventarle la capacidad de abasto.

Las zanjas públicas y las alcantarillas de los poblados anexos que desembocan en la bahía podrida no solo arrastran lluvias ácidas, larvas de insectos y clarias amerizadas, sino que esconden los efluvios de cárcavas ocultas en los traspatios comunes que coadyuvan asimismo al deterioro del manto freático y barranca abajo.




Pues cuando hace calor, se multiplican las enfermedades, engordan mosquitos y sobrevienen las calles—maltratadas y peor atendidas por la aséptica dirección de Comunales— en caminos imposibles.

Desde finales de 2021, cuando comenzó el decrecimiento de la mundial pandemia, las zonas periféricas fueron afectadas por el dengue hemorrágico/chikunguña/zica/diarreas bacterianas, y más recientemente por un preocupante rebrote de Hepatitis A. Así como reapariciones agravadas del tipo B, C; hasta casi completar abecedario.

¿Responsables?

Los sistemas de drenaje y potabilizado, con infiltraciones peligrosísimas existentes, especialmente en el Consejo Popular No. 2 (Punta Brava), son el área beneficiada con el programa nacional de resiliencia costera, patrocinado por la Unión Europea con 2 millones de euros distribuidos entre otras tres zonas igualmente conflictivas del país.[5]

Entrevistados trabajadores y habitantes (porque los directivos/responsables no emiten palabra inteligible, ni inteligente —razón o excusa—), la mayoría desconoce que debajo de sus recintos, centros laborales y demás instalaciones socioculturales, unas madejas de tubos siniestros conducen al lecho marino, pero primeramente a sus bocas, una carga mortífera que va rebosando mierda.

De niño, recuerdo que apodaban a toda la pesca —obtenida de la bahía fermentada donde crecí y que se extraía burlando las eternas prohibiciones—como “chopas mojoneras”. Y el asco afloraba, naturalmente, pues los populares puestos de minutas y fritas se nutrían de esas inciertas capturas.

Ahora que las últimas interdicciones (Ley 129/2019) han puesto a la pesca de cabotaje y hasta de orilla al borde del arresto o la multa impagable, además del decomiso inmediato de los medios —asimismo la quema en una pira abominable a manos de su majestad la peneerre—, no nos demuestran esos presuntos vigilantes del bien otra cosa que el propósito de priorizar aquello del paisaje “estelar” para concesión de la industria turística: “preservando intactos los fondos marinos”, al liquidar el arrastre que empleaba tarrayas, palangres y nasas entre otras artes paupérrimas diseñadas para la supervivencia de un pueblo autóctonamente pescador. Igualmente y sin explicación desaparecieron la siembra, cosecha, selección y comercialización de la esponja. 




Quedará por saberse si una nueva afectación inducida a la salud a través de la alimentación enfilada en futuros consumidores estará exenta de cualquier prerrogativa constatable, realidades aparte.

Porque la gente aquí, como en toda Cuba, sobrevive y sobrevivirá por los siglos de los siglos mediando cazas furtivas, tragando prohibidas pescas como sostén y como estén. Aunque hayan digerido conjuntamente con sus presas el azogue del termómetro que ellos mismos botaron —inconscientes— cuando terminó rompiéndosele, cual si otra “perla de la mora” fuera, en tierno tributo martiano.

Los biólogos, que no accedieron a dar índices confiables sobre la inmundicia, ni de planes de limpieza inmediatos o estudios medioambientales, mostraron un arrumaco de espanto ante las preguntas de este indagador, enfático en cuestiones que nadie suele averiguar. Saben que, de hablar mucho, se les acaba el buen vivir (el que por supuesto, incluye al pescado que reciben por detrás de la frugal dieta/libreta), así como la muy cuestionable libertad de movimiento o la huella de otra extorsión palmaria.

La prensa partidista no ha cubierto ni una sola vez tema que incrimine a las autoridades en sus espacios —noticioso o desinformativo— y se intuye que no lo hará porque, de hacerlo, la pondría en peligro mayor que las toxicidades que enfrenta. 

Porque nada al cabo pasará. A menos que estalle un escándalo ecológico superior al que ya existe, o algún turista extranjero —al mismo rango VIP del dirigente que vacaciona a expensas del CCPCC— muera ahogado en súbita albañalidad o se quede ciego al chocar —entre muy preclaras inmersiones— con una mole fósil de caca petrificada.

Sabrosa ambientalidad

Una reunión ordenada este junio sobre recuperación comunitaria (la que han dado en recalcar como “resiliencia costera”) del país, y nada menos que celebrada en el cercano (y lejano) Hotel Grand Aston, de Cayo Las Brujas, intentó analizar los resultados —previamente convenidos como “satisfactorios” por las partes implicadas— de la ayuda recibida del viejo continente para la implementación (y el gasto dispensado) de ambos programas, lo cual demostró el menoscabo que a la tragedia acontecida sobre la población indefensa dedican las autoridades que mangonean los apócrifos dineros a ellos encomendados.[6]

Selmira Perdomo Sierra, coordinadora nacional de Comunicación y Visibilidad en la Agencia de Medio Ambiente (AMA), señaló antes del mitin que “con la creación de un catálogo general, el cual incluye a otros sitios de la intervención directa en Villa Clara, Sancti Spíritus y Ciego de Ávila, se mostrarán todas las soluciones naturales basadas en ecosistemas y comunidades empleadas”.

La especialista precisó en esa ocasión “que la calidad de la recuperación ante al cambio climático y el desempeño de la comunicación para el desarrollo de ese proceso resultan vitales, sumado al acceso a la plataforma de gestión del conocimiento y la difusión de materiales comunicativos”.[7] Un galimatías preciosista; consecuencia del nuevo discurso acomodador e incoherente.

Encantadora palabrería la suya, pero haría falta mencionar en cualquier encuentro —de esos que desde entonces se suceden aquí o allá bajo apremiantes sufragios— el tema circunscrito a “valorar el impacto en la recuperación”, o cuánto ha sido “donado” del presupuesto binacional dedicado de manera directa a tales áreas para el “empoderamiento ciudadano” (que incluyan asuntos ajenos a la calamidad natural como lo sea «la igualdad de género» u otras cuestiones que se exceptúen de “el éxito en la implementación de las políticas de turno”) y cuánto destinable a la burocracia inhábil, organizadora de tantos y suculentos“ encuentros valorativos” análogos.[8]

Un excelso programa anterior también proporcionó fondos por un monto de 119 millones de euros —en 2020— para intentar resolver los muchos problemas que aún persisten,[9] independientemente de que “todos los esfuerzos han sido ejecutados” para ponerles fin gloriosamente,[10] (IRES es la cuarta iniciativa diseñada por la FAO en América Latina y el Caribe que ha sido aprobada por el Fondo Verde del Clima), aunque sigan renuentes a hacer sonar contantes cifras. Como en todo cambalache pro estatal que inmiscuya a sus socios extranjeros. 




Si alguien desea extasiarse con los rotundos triunfos conseguidos en esta área, también arrasada por más de un evento climatológico más la desidia gubernativa a costa de esa costera resiliencia, pues que observe detenidamente esto: 




En el material, se muestra un patio “rescatado” con parcos sembrados y un espacio desproporcionado para “la descarga sociocultural”; un dirigente zonal propone impertérrito convertir cierta pared derruida en mural para la propaganda ideológica. Retrotrayendo aquel delirio guevariano del “revés en victoria”, siempre: Como sea y para lo que sea, ordene usted…, etcétera. 

Otro artículo sobre lo bien que avanza el jelengue publicó el órgano oficial del partido comunista (que no es comunitario ni mucho menos comunista) con un encomio que se combustionó en el instante mismo de su eclosión letrada.[11]

En la nota, doblemente entrecomillada, se destila que “La concreción del Plan de Ordenamiento Urbano de Caibarién incluye la reanimación del entorno costero” y signa la frase con una foto aérea del malecón, el que jamás fuera concluido. 

Los habitantes —quienes conocen del horror vivido durante el paso del huracán Kate por esa franja costera en 1985, casi cuatro décadas después repetido por el Irma—, darán razón a la sinrazón propagandística de que esa construcción “social”, ordenada por el Fidel Castro, se extendiera durante más de veinte años, todavía sin terminarse, como si la fuerza encargada del rescate marítimo emulara a los egipcios levantadores de pirámides, para desfalco global de aquel prestigio. 




“Hacer de Caibarién un lugar mejor, donde el hábitat y los servicios que allí se prestan, así como el patrimonio histórico, cultural y arquitectónico que atesora, constituyan orgullo para sus moradores, resulta el principal objetivo del Plan General de Ordenamiento Urbano de ese territorio”, se expresa sin pudor ni conmiseración en la nota.

No bastan, pues, razones para que “El Instituto de Planificación Física (IPF) y representantes de los Ministerios de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma), del Turismo (Mintur), así como de los Institutos de la Vivienda y de Recursos Hidráulicos (INRH), entre otros organismos, [sigan] laborando [como] desde hace varios años [paralelos al muro del malecón] en la concepción de una estrategia coherente que contribuya a la materialización de dichos propósitos”, cuando la verdad es otra.

“La aprobación por el Consejo de Ministros —el mes de marzo— del referido plan, ha significado un impulso adicional para el desarrollo de Caibarién”, aseguró Osvaldo Fariñas Viera, director del IPF en la provincia, quien añadió que “ese resultado es fruto de varios años de labor, por muchísimas instituciones”.

Baste efectuar breve recorrido por los mares, ríos, balnearios, calles y avenidas infectas del poblado para desdecir el párrafo anterior.

“Las acciones, en este caso, se han dirigido a evaluar los impactos asociados al manejo inadecuado de los residuales líquidos sobre el municipio y el estado de los ecosistemas priorizados, incorporando a los programas, planes, proyectos y acciones encaminadas a informar, promover y actuar en respuesta a la problemática ambiental identificada”.

Al respecto, el ingeniero Javier Gómez, subdirector del IPF en Villa Clara, explicó que, “a pesar de mostrar avances en la gestión ambiental de las empresas, aún hay mucho por realizar en este tema, atendiendo a la complejidad de una ciudad que no posee alcantarillado para evacuar los residuales”.

Y ahí aparece, entre florescencias bacterianas y evasiones bien distintas, otra mentira. No por omisión, sino por abandono, o lo peor: autocensura. Varias calles y avenidas fueron modernamente diseñadas en el trazado inicial de esta ex Colonia de Vives, como se nos nombró precozmente, con funcionales alcantarillas, tal cual lo demuestra un grabado del siglo XIX. 




Que la desidia gubernamental más la indisciplina ciudadana redujeran su durabilidad, no quiere decir que no haya sino obstructores poderosísimos frente al libre fluir de las corrientes, pero empeorar el cuadro ha sido norma no escrita a partir del “glorioso triunfo revolucionario”, pues muy poco o nada se hizo para preservarle.

Porque el pueblo no ha conocido gobierno más destructor que este. Y sus aceras, erigidas sobre zanjas abiertas, se han tornado asesinas por defectuosas, donde resbalan y caen como moscas gente común, sobre cabillas peladas y aguas matadoras. Algunas acaso fallecidas por causa de complicaciones ulteriores pero muertas al final.[12]

Particular y triste historia es la de una anciana de 77 años, Herminia V. González, que feneció durante una intervención quirúrgica de urgencia, cuando le operaban la cadera por haberse desplomado sobre sus propios pies, caminando la intercepción de las calles 14 y Ave 23, encima de contenes en pésimo estado.

Otro fue el terrible momento que vivió la niña Teresita Rivas, de 9 años, quien se precipitó dentro de un hueco descomunal frente a la farmacia Luis Lazo en la misma calle, y un objeto punzante y oxidado le atravesó la clavícula.

Pero “dibujados” —y bien concebidos en aras del drenaje fluvial— estaban los alcantarillados y las avenidas que hoy, según aducen funcionarios tarados, ya no funcionan.

Recientemente, cual suerte de guinda perniciosa al cruento pastel, de los centros de reclusión para enfermos pandémicos, vacunatorios y policlínicos cercanos a la playa artificial, lanzaron al mar los restos de materiales de curación usados durante esa larga campaña. Incluidas las nocivas jeringuillas hipodérmicas, noticia que fue denunciada en su momento por un diario independiente.[13]




Siguiendo otros derroteros del desastre consumado, la reconstrucción, modernización y apertura de una sala de hemodiálisis en el Hospital Municipal María del Carmen Zozaya hace unos años,[14] puso de relieve la irresponsabilidad de supervisores a cargo del montaje tecnológico, al colocar sus adiestrados las tuberías de desagüe de residuales directamente enfocadas hacia la bahía contigua, contaminando también el subsuelo y al mégano en la “zona de pesca popular” —como se le conoce por ser mayoritariamente “de usurpación ciudadana”, esa entelequia temerosa de la ley que la circunscribe y multa copiosamente. 

Además, los procesos para el reciclado de los filtros purificadores de la sangre en pacientes nefríticos también fueron adulterados y, en consecuencia, terminó infestada sin distingos estaduales más de una treintena de enfermos renales crónicos, quienes constituían en ese momento la totalidad, pero desde entonces viéndose agravados como portadores de la Hepatitis C, ahora doblemente incurables.[15]




Otra “visión” de supervisores miopes

José Javier Palomino —quien advirtió no es su verdadero nombre— trabaja como asesor conjunto para la ingeniería civil y la arquitectura en la Dirección Provincial de Planificación Física y Urbanismo en Villa Clara. 

El experto profesional viene con alguna frecuencia a nuestro pueblo “a supervisar obras que aquí se ejecutan” —y sépase que gran parte de ellas se encuentran detenidas o atrasadas por largas temporadas, “lo nunca previsto” dice— como parte de sus insolubles funciones.

Por ejemplo —cita Palomino—, el nuevo reparto destinado a los dirigentes del turismo, obra de la Empresa Constructora Militar, “fue entregado simbólicamente a algunos trabajadores destacados hace apenas unos meses”, para nuevo incumplimiento en “el cronograma de entrega”, ¡con par de añitos de retraso! nada menos.

Pero ese no es el quid del asunto. Casi inmediatamente después del performance verde olivo con himno y develación, han ido presenciándose allí “dificultades en el orden cohabitacional”, porque la fosa (ampliación de la única laguna de oxidación que servicia ambos repartos del Van Troi) encargada al Sectorial de Comunales y destinada a almacenar vertimientos fisiológicos, que en un primer planeamiento fuera ignorada por tan competentes proyectistas, se ha repletado y desborda la avenida trasera, apestando y corrompiendo barrios conurbanos.

La Ciudad Pesquera, el sitio costero más poblado —hoy desarticulado del propósito vital con que fuera concebido—, inaugurado en el otoño de 1966 por el Comandante en Jefe lui même —quien se solazaba entonces en función de ser salvador del pueblo—, tiene un museo al aire libre de inmundicia sobrecogedora. 




Quería él, con este Reparto para Pescadores desharrapados y descalzos, otorgarles una pizca de dignidad condicionante a sus vidas antepasadas, para que la gratitud fluyera de inmediato entre aquellas almas largamente desprovistas, agazapando un mensaje en el gesto de entregarles un hogar como “respuesta revolucionaria al abandono de sus malas suertes”, desde dictaduras precedentes, “mediante toque” (a degüello) en son de guarecerle en sus pechos desgajados —y también puertas adentro— cualquier pogromo futuro de ocasión, junto a la humildad analfabeta de aquella orilla.

Eran los años del empirismo populista de Pastorita Núñez y sus construcciones masivas, para creernos la otra Cuba; la prometida. Cada puerta cubana luciría aquella gratitud interpuesta en vasta calamina: ¡Esta es tu casa, Fidel!

Como Alamar y otros repartos obreros edificados a posteriori, poco a poco la mugre cubrió —sin permiso— los espacios que eran solares yermos, repletos ahora de cerdos, aves, pescados y cangrejos, vertederos improvisados e insalubres, carapachos pútridos en tongas homólogas del descascaramiento nacional, y demasiado invivible todo: meadero para caballos de coche, único trasporte. Hogar de perros y gatos huérfanos, epítome del horror cotidiano.

Cabalgando hasta la reconquista del erial

Actualmente, junto a lo que queda de la vetusta Tienda del Pueblo Trabajador, unos contenedores sui géneris —camas de camiones salidos de algún subconsciente Sci-Fi—, permanecen varados varios meses en la zona, sin vaciarse, atiborrados, y que no se abducen ni invocando fuerzas celestiales. 




Mucho de ello proveniente de la vecina bodega; envases irrecuperables, huevos cluecos, cajas rotas de mercancías, plásticos de todos los colores desvaídos, desechos orgánicos —incluso de las paladares que justo en frente, sus dueños, aspirantes a MiPYMES segurosos, parecen ignorar, absortos del caos que engordan—, más la hediondez que asfixia clientelas y también a la familia propia.

El imperio del sancocho

A nadie parece importar lo que a otros por obviedad atañería. La muestra de inmundicias queda tendida al ojo público desde unas alturas sorprendentes, como de alpinismo, en espera de suicidas trepadores.

Quizá por ello, en alguna de estas fotos espantosas, el área haya sido designada por el INDER para la “Sana y Permanente Recreación del Pueblo”. 




Si Virgilio Piñera estuviera y pasara visita en vilo por Caibarién en plan “Control y Ayuda de la Nación”, reescribiría aquel egregio poema suyo: La Isla en Peso.

Pero primeramente lo actualizaría a Peso Convertible y después, mirando suspicaz en torno, sustituiría el conocido verso aquel por este otro: “La malsana circunstancia del agua por todas partes”.

Para, con plenitud de conciencia fratricida, nueva ablución tomarse, y… sanseacabó.




Notas:
[1] https://www.excelenciascuba.com/turismo/los-sitios-ramsar-ideales-para-el-turismo-de-naturaleza.
[2] https://www.juventudrebelde.cu/cuba/2018-04-30/el-polo-turistico-que-vislumbro-fidel.
[3] https://www.granma.cu/granmad/2001/11/07/nacional/articulo17.html.
[4] Roxana Pollo. “Alicia, un festín para los rajados”. Granma. 19 de junio de 1991.
[5] https://teveo.cu/media/fwEBWrunmJqUze2Y.
[6] https://www.prensa-latina.cu/2022/06/15/expondran-resultados-de-proyecto-cubano-sobre-resiliencia-comunitaria.
[7] http://www.acn.cu/especiales-acn/93502-resiliencia-costera-apuesta-ante-el-cambio-climatico-en-cuba.
[8] https://teveo.cu/media/Tq8tT3WksTytaWjH.
[9] https://www.radiocaibarien.icrt.cu/2022/02/03/dos-anos-construyendo-resiliencia-costera-en-caibarien-audio/.
[10] http://www.cubadebate.cu/noticias/2020/08/12/proyecto-internacional-resiliencia-costera-en-cuba-ya-exhibe-logros-en-caibarien/.
[11] http://www.granma.cu/cuba/2020-08-07/caibarien-a-la-medida-del-desarrollo-perspectivo-07-08-2020-23-08-24.
[12] https://www.cubanet.org/destacados/cuba-avenidas-inconclusas-aceras-mortales/amp/.
[13] https://diariodecuba.com/cuba/1663425023_42302.html.
[14]http://www.vanguardia.cu/cultura/11-villa-clara/9012-comenzara-servicio-de-hemodialisis-en-caibarien.
[15] https://www.cibercuba.com/noticias/2020-10-28-u207801-e199482-s27061-primer-ministro-cuba-vive-su-crisis-octubre-caibarien.





de-brigitte-bardot-para-power-ranger-rojo

De Brigitte Bardot para Power Ranger Rojo

Elena Llovet

Un poema limpio y aseado será siempre un poema hermoso. ¿Cuánto escondemos detrás de las palabras?Quiero romper ese vínculo dictatorial entre el orden de estas líneas y tus ojos”.






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