Uber Cuba 0092

[ Uber Cuba: durante un año la Sección más leída en Hypermedia Magazine ]




Los mediodías de verano son venenosos en el Midwest norteamericano. Un horno, una caldera. Una cámara de gas.

El gas no es Zyklon B, aquel veneno barato que fue usado por medio mundo para matar en masa. Lo mismo en los Estados Unidos que en la Rusia del paraíso proletario que en la Alemania nazi. El gas contemporáneo se llama “ferias comunitarias”.

No se escandalicen todavía. Permítanme al menos intentar explicarme.

Saint Louis y las aldeas aledañas se repletan de tedio y tiroteos desde que termina la primavera, a veces a principios de julio y a veces a finales de mayo. Luego viene el verano vil, que dura siempre hasta el primero de septiembre, cuando puntualmente comienza el otoño, llamado aquí “la caída”. El resto del año es invierno. Como ven, las estaciones en libertad son muy relativas.

Es entonces, desde el fin de la primavera hasta el inicio del otoño, que el antídoto contra la violencia vencedora de los imbéciles consiste en reunirse para vender y comprar algo, fuera de las grandes cadenas de mercados. En un área privada protegida, por ejemplo. En un parque reserva nacional. En una finca post-esclavista de las afueras, con comida manufacturada al por mayor y pomaditas hippies sobresaturadas de cannabidiol: una sustancia sagrada que ya es legal en Missouri, al contrario de la marihuana completa.

Este no sé qué de agosto me cayó una carrerita de 40 o 50 dólares. Al parecer, eran una pareja de veganos crudos, que son los primermundistas que sólo comen las cosas que se caen vivas de una mata. Y eso sin lavarlas ni cocinarlas, siempre tras pedirles perdón por masticarlas, digerirlas y después cagarlas crudoveganamente.

Los llevé desde el Café falsamente porno Shameless Grounds hasta un laguito de los suburbios multimillonarios de la ciudad. Allí era la feria comunitaria de ese domingo, Día no del Señor sino del Socialismo.

Al bajarse, mis Uber pasajeros me invitaron a participar del evento igualitario. Me dio curiosidad. Así que apagué el carro y me quedé un rato en la zona, a recorrer y reconocer la realidad de lo que en Cuba los cubanos nunca le quisimos creer a Fidel, por malagradecidos que somos: la lucha continúa, la justicia social es cierta.

No quiero hacer aquí una descripción estereotipada, ni mucho menos ridiculizarlos en su afán de ecodiversidad. Todo lo contrario. Estoy escribiendo esto para hacerles ahora una confesión en público. Es decir, al público. 

Y esa revelación radical es a la vez la más natural del mundo, de acuerdo con las leyes termodinámicas de toda la vida, así como según la lógica de la acción y la reacción, que es como decir de la revolución y la contrarrevolución: 

―Estoy cansado, compañeras y compañeros: cansado como el recontracoño de mi madre, cansado con cojones, con un cansancio cósmico de cadáver a la cubana.

He dicho.

En la feria de la felicidad, compré piedrecitas milagrosas y alfombras de meditación pacifista. Compré un jabón rejuvenecedor hecho sin jabón. Compré un masaje para dármelo después, en el dojo, con música de compasión universal. Compré un jugo capaz de activarme los chakras, según me aconsejaron. Y compré, como colofón, mi consabido cofrecito de cannabidiol.

Estaba happy, en definitiva. Que en cubano del exilio se traduce como triste a más no poder

Otra vez era domingo bajo las nubes mudas y yo no tenía ni un techo donde esconderme del sinfín socializante de la sociedad.

Pensé en que había sido una sabia decisión el que yo no portara armas de asalto semiautomáticas. Pensé en hasta cuándo me duraría esa abstinencia atroz. 

Pensé también en mis pobres padres, en lo inverosímil de que yo fuera todavía su hijo. Y pensé entonces en cuándo tendría yo el mío, mi pequeño Orlando Luis Pardo Lazo huérfano de Cuba, para así prorrogar el metraje milagroso de esta película pobre, pobrísima, con un guión más allá de la vida y el bodrio, redactado para colmo con el puño y letra de Fidel.

Me despedí de todos con mi mejor reverencia hindú. Prendí el carro y me fui. Un taxista no tiene derecho a perder media tarde en aras de la paz planetaria. 

La lucha es la lucha es la lucha, hasta el final. Y, como dijo creo que Nguyen Van Troi: si después de muerto se viviera, continuaría luchando.

A estas alturas de la historieta patria, los cubanos ya no tenemos opción. Dejarse comer por el cansancio sería como pintarnos el alma de un color inconsolable.


La luna, Uber Cuba, UberCuba, Orlando Luis Pardo Lazo

Uber Cuba 0091

Orlando Luis Pardo Lazo

Conozco de sobra esa expresión facial. La vi muchas noches, con y sin luna en el cielo caribe, hecha mueca de muerte en los rostros de los agentes para nada secretos que me arrestaban a sueldo del Ministerio del Interior.


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