I
Miami Daddy es una ciudad con alma latina y chichis de silicona. Miami Daddy es la ciudad artificio. Miami Daddy es la imagen Univisión y Telemundo de una realidad más compleja, pero no tan chic ni tan cuqui. Miami Daddy es la zona de Miami donde la superficialidad es el fondo. Miami Daddy es el lugar donde pretenden vivir actores de televisión, políticos corruptos, La Gaviota y Jorge Ramos. Y en Miami Daddy, el reguetón es el himno nacional.
En la gran capital de Latinoamérica en Gringotitlán, con gran afluente de migrantes venezolanos, colombianos, peruanos, argentinos y brasileños, más la gran base de cubanos que, desde los años ochenta, construyeron la identidad del sur de la Florida, el reguetón se establece como el soundtrack de la vida. No hay espacio WASP, ni ruso, ni oriental, donde dejen de escucharse los castrantes loops, conjugados con letristas en español de una complejidad tan extrema como un examen gramatical de tercer año de primaria.
Tiendas de autoservicio, supermercados, transporte turístico y el Ross colorean su ambiente con la suavidad de estas rolas misóginas, arrabaleras y que presumen una facilidad en la letra y en la rima como para cagarse en toda nuestra tradición literaria:
“Músico llanto en lágrimas sonoras / llora monte doblado en cueva fría, / y destilando líquida armonía, / hace las peñas cítaras canoras…” (Quevedo dixit).
Con esta música endógena como sino, los miamenses pueden hacer compras en Publix o Sedano utilizando el ritmo reguetonero:
Deme dos cuartos de jamón
Con vinagre y con limón
Yo que soy guapo y mamalón.
Te lo unto en mi tripón…
Ante tal desolador panorama solo queda encontrar un verso donde desembocar la amargura:
“Suspiros tristes, lágrimas cansadas, / Que lanza el corazón, los ojos llueven, / Los troncos bañan y las ramas mueven / De estas plantas, a Alcides consagradas… (Góngora remix).
II
Como en todos los encuentros de poesía, había poetas malos y otros peores, más el homenajeado que cabía en cualquiera de las dos categorías anteriores. Pero usted no empiece de perspicaz, también alguno bueno se logró colar y era cuando la multitud enloquecía (la hipérbole en estos casos es falsa, pero necesaria).
Me habían invitado a leer textos gratis y por supuesto que acepté. Explico: en Miami Daddy todo se cobra. Presentarse en una lectura de poesía de la Miami Book Fair puede costar hasta 85 dolarucos. Hace más de 15 años que no escribo poesía para ser expuesta públicamente, pero al igual que en el súper, en la vida hay que aprovechar las ofertas y Asta La Vista, baby.
Así fue cómo el capitalismo voraz regresó al hado de la poesía a mi pluma. Me inventé un proyecto que me quedó muy chingón y con el que mínimo gano el Aguascalientes y me lancé a la cita.
En Miami Daddy no existe el ágora. La Plaza Pública ha dejado su lugar a la plaza comercial. Los ciudadanos solo pueden encontrarse con sus iguales comprando entre tienda y tienda. Por tanto, la lectura pública no podía ser en otro lugar más que en el City Place del Doral. Zona que también es conocida como DoralZuela por la gran cantidad de migrantes venezolanos que ahí se han asentado tras el éxodo provocado por la dictadura y alimentado por la ignorancia.
En el centro de la plaza hay una rotonda donde se había colocado el escenario. Detrás, la fuente permeada de colores y una noche seductora del Miami Daddy hacían la combinación perfecta para subrayar el gran trabajo hecho por los integrantes de Milibrohispano.
Es necesario destacar que, ostentando un espíritu quijotesco, la organización apoya, difunde y organiza la literatura en español en un lugar que, hace unos años, era un páramo yermo para las letras en nuestro idioma. Da gusto hallar personas tan dedicadas a proyectos artísticos de esta índole.
En el acto había decenas de sillas inmaculadas, un sonido realmente bueno que dejaba escuchar claramente a los poetas (necesito uno para mi sala) y varias banderas latinoamericanas subrayando el origen de los participantes. Las bases de las banderas se movían de un lado a otro debido al aire hasta que las amarraron.
Ver a tu bandera ondear en las entrañas del Imperio siempre causa orgullo. No estaba la de México.
En torno a la rotonda se ubican diversos bares y restaurantes, desde Salsa Fiesta hasta Martini Bar, cuya música aquella noche se ahogaba ante el sonido del evento. La Pérez Prado con letra de Agustín Lara. Al igual que Belinda, los poetas: ganando como siempre. Nunca había vivido una experiencia similar, y el desmadre entre el agua, la poesía, las rolas a lo lejos y la gente comprando al mismo tiempo, me pareció inigualable. Se trataba de un pandemónium que paradójicamente no dejaba de fluir de manera armoniosa. Por un segundo les creí a los padres del liberalismo económico: el mercado se rige a sí mismo.
Fue un segundo hasta que unos motociclistas rodearon el escenario. Los rugidos de sus Harley Davidson, con equipo de sonido incluido, opacaron la lectura. La primera vuelta posiblemente fue fortuita. Pero los hijos de la chingada se dieron cuenta que molestaban y lo siguieron haciendo. No se crea que junto a los caballos de acero se escuchaban las clásicas canciones de motociclistas como “Born To Be Wild” o “Bad To The Bone”.
Como buenos latinos, los chavorucos-rebeldes-sin-causa de Miami Daddy escuchan reguetón cuando andan surcando las calles de la jungla de asfalto. Con sus chamarras de piel, su actitud de degenerados y sus lentes oscuros (eran la nueve de la noche) miraban el escenario, mientras el soundtrack de su travesura señalaba: “La noche está para un regueetón lento, de esos que no se bailan hace tiempo”.
Ante tal atmósfera me entusiasmé sobremanera. Esta experiencia no se vive ni en la Feria del Libro de Frankfurt. Cuando me tocó leer nunca hubiera pensado que los plagios que hice de Gilberto Owen, Amado Nervo y Bukowski se escucharían tan mamalones acompañados con música de Maluma Bebé.
III
José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera y Rubén Darío son tres soles en el universo poético finisecular de Hispanoamérica. Con la absorción del simbolismo y del parnasianismo franceses, la recuperación de formas clásicas y la presentación de temas múltiples que iban desde el Orientalismo hasta las costumbres indígenas de los pueblos de América, la tercia de genios logró que su voz se escuchara como nunca antes en nuestro idioma.
Era una voz única, que ya no copiaba lo que sucedía en el centro de las capitales culturales con París como piedra de toque, sino que absorbía las influencias y las incorporaba a sus tonos. El Modernismo fue el primero de los movimientos hispanoamericanos que nació en la periferia y se exportó a la metrópoli. Desde ese momento los poetas, narradores y ensayistas españoles reconocieron que la sensibilidad de sus hermanos de ultramar ya tenía un lenguaje propio al que no solo se tenía que reconocer, sino incluso se podía copiar.
Con el Modernismo, el pueblo hispanoamericano se ganó un espacio en las letras universales. A finales del siglo XIX, con la llamada Belle Époque como escenario, junto a Martí, Nájera y Darío se compuso una nómina que se nutría desde todos los rincones del continente. Desde La Patagonia hasta el Río Bravo y desde La Habana hasta los Andes, fueron incorporándose autores de la altura de Leopoldo Lugones, Ricardo Jaime Freyre, José Asunción Silva, Julián del Casal, Enrique Gómez Carrillo, Amado Nervo, Luis G. Urbina, José Juan Tablada, José Santos Chocano, Julio Herrera y Reissig y Rómulo Gallegos.
Con el movimiento modernista como punto de inicio, la literatura en Hispanoamérica se solidificaría posteriormente en las propuestas estéticas de genios como Jorge Luis Borges y Juan Rulfo. Y luego el Boom como comprobación última de la madurez de nuestras letras en el ámbito global. Lo sucedido en la esfera literaria no se ha repetido o, mejor dicho, no se había repetido en otros espacios estéticos.
Debido a la Colonización Cultural, sustentado en los mass media y en el neoliberalismo salvaje, es casi imposible que un fenómeno artístico de la periferia llegue al centro no como discurso exótico, sino como una propuesta digna de permear los discursos dominantes del momento. Así pasaba con la música hasta que el reguetón irrumpió en el mercado anglo para exigir su espacio y conquistar conciencias, con lo que nos chingamos las almas educadas en el buen gusto.
Como sucedió con el Modernismo, los hijos de la simplicidad melódica se nutrieron de ritmos como el hip-hop, el pop y la música electrónica para componer su propuesta. Pocos creían que el resultado fuera avasallador. El nuevo género empezó a ganar adeptos, primero en el Caribe para luego pasar a Centro América y México y por último conquistar Estados Unidos desde su capital latinoamericana instaurada en Miami.
Al igual que los poetas modernistas, los reguetoneros han elaborados mitos alrededor de su doctrina. Como aquellos literatos decimonónicos que visitaban al Hada Verde por medio del consumo de absenta, los prelados del perreo han popularizado una droga llama “Lean”, cuyo significado y efecto no podrían estar más alejados del significado del verbo “leer”. De color morado y como un guiño a la “Llamarada Homero”, la pócima se prepara a base de un jarabe contra la tos denominado Preveral. Contiene codeína y prometazina, sustancias recetadas contra los dolores musculares y el insomnio.
El antigripal es mezclado con refresco de limón o alguna bebida alcohólica como vodka o cerveza, a lo que se le agregan algunos caramelos para darle ese color característico y poder hablar relajadamente con el Hada Púrpura.
Estoy consciente de que es muy desagradable aceptar que Daddy Yankee sea el Rubén Darío del siglo XXI y que “La Gasolina” sea nuestra postmoderna equivalencia de Azul; que Don Omar se homologue con Nájera por sus experimentaciones rítmicas y que Residente, de Calle 13, sea una especie de Martí por sus críticas al imperialismo yanqui. Pero si la teoría resulta tener visos de verdad, los críticos del reguetón nos asemejaríamos a los literatos románticos que no dejaban de fustigar a los modernistas por su propuesta insana y simplista.
Las barreras generacionales, aunadas a los diques de comunicación con las redes sociales como intermediarios, hacen que sea complicado degustar toda esa insípida música englobada en el reguetón. De ninguna de las partes es la culpa, si es que llegara a existir alguna culpa. Cada uno goza y padece la vida como mejor pueda.
En caso de que se acepte al Reguetón como nuestro nuevo Modernismo, es justo señalar entonces que el Miami Daddy no es otro lugar que el París del siglo XXI.
De la antología Escritorxs salvajes. 37 Hispanic writers in the United States
(Editorial Hypermedia, 2019), de Hernán Vera Álvarez (ed.).
Librería
De la misma manera que en el nuevo milenio los géneros sexuales languidecen, por fortuna, lo mismo ocurre con los literarios. Esta antología incluye cuento, poesía, crónica, ensayo personal y novela. Muchos de los textos están felizmente contaminados de uno y otro estilo.
Autores reunidos en el libro
Liliana Colanzi / Pedro Medina León / Carlos Pintado / Jorge Majfud / Melanie Márquez Adams / Mariana Graciano / Anjanette Delgado / Ado (Antonio Díaz Oliva) / Ana Merino / Giovanna Rivero / Fernando Olszanski / Luis Alejandro Ordóñez / Jennifer Thorndike / Raquel Abend van Dalen / Richard Parra / Rodrigo Hasbún / Andrés Pi Andreu / Sara Cordón / Gastón Virkel / León Leiva Gallardo / José Ignacio Valenzuela / Ulises Gonzales / Alexis Romay / Gabriel Goldberg / Ivón Osorio Gallimore / Keila Vall de la Ville / María Cristina Fernández / Hernán Vera Álvarez / Grettel Jiménez-Singer / Naida Saavedra / Xalbador García / Lizette Espinosa / Pedro Caviedes / Manuel Adrián López / Teresa Dovalpage / Douglas Gómez Barrueta / Rey Andújar.
En el tiempo de los boardwalks
“Adoras ese universo de tienditas, bares y cafeteríasensartados entre el mar y un parque de diversiones. El boardwalk. Como si estuvieses en el mismísimo Cheers, como si el tiempo circular te transportase a un recuerdo perdido en la memoria de algún abuelo”.