La Nueva Guerra Fría hace temer una catástrofe nuclear

La sombra de la crisis de los misiles cubanos de 1963, un recuerdo inquietante para muchos estadounidenses, ha resurgido en el panorama geopolítico actual, proyectando una larga y ominosa sombra sobre el estado actual de los asuntos internacionales. En un escalofriante recuerdo de la época de la Guerra Fría, los últimos acontecimientos sugieren que estamos más cerca que nunca del precipicio del desastre nuclear.

La búsqueda de armas nucleares, justificada durante mucho tiempo como elemento disuasorio frente a la agresión exterior, parece estar ahora más impulsada por una búsqueda temeraria de dominio y beneficio mundial, sin tener en cuenta el potencial de aniquilación total. Esta cruda realidad contrasta fuertemente con la época de la Crisis de los Misiles de Cuba, en la que la amenaza de una guerra nuclear era una preocupación destacada. Hoy, sin embargo, a pesar de la peligrosa escalada de tensiones, especialmente tras la invasión rusa de Ucrania en 2022, la perspectiva de un conflicto nuclear parece haber desaparecido de la conciencia pública.

El mundo de la posguerra fría ha adormecido a muchos en una falsa sensación de seguridad, con conflictos percibidos como más localizados o manejables sin recurrir a la guerra nuclear. Este cambio de enfoque, desde el espectro de un imperio soviético nuclear a las amenazas planteadas por el terrorismo y otros problemas globales, ha enmascarado el riesgo subyacente de un compromiso nuclear. La complacencia y el negacionismo que se han colado en el discurso público y en la formulación de políticas subestiman peligrosamente el desarrollo continuo de los arsenales nucleares y la erosión de los tratados de control de armas.

Daniel Ellsberg, el célebre denunciante de la guerra de Vietnam, subrayó la gravedad de esta amenaza en su obra de 2017 “The Doomsday Machine”. Advirtió que el riesgo de aniquilación nuclear sigue siendo tan alto como durante el apogeo de la Guerra Fría, un sentimiento del que se hacen eco otros expertos que ven el potencial de catástrofe nuclear como un peligro claro y presente.

Esta “nueva” Guerra Fría, marcada por la intensificación de las rivalidades entre las grandes potencias, especialmente Estados Unidos, Rusia y China, ha reavivado el temor a un enfrentamiento nuclear mundial. El debilitamiento de los acuerdos sobre armas nucleares y la escalada de las tensiones geopolíticas señalan una peligrosa trayectoria, con la posibilidad de que conflictos menores se conviertan en espirales de enfrentamientos nucleares en toda regla.

El panorama político de Estados Unidos refleja esta tensión creciente, con un consenso bipartidista sobre las amenazas que suponen Rusia y China. Esta narrativa, que ganó tracción durante la administración Trump y ha continuado bajo el presidente Biden, enmarca a estas naciones como agresivas y expansionistas, aumentando el riesgo de conflicto militar.

Especialmente preocupantes son los focos de tensión en regiones como el Mar de China Meridional, Europa Oriental y las fronteras rusas, donde la expansión de la OTAN y las disputas sobre la integridad territorial podrían desencadenar una crisis mayor. La erosión de los principales acuerdos sobre armas nucleares bajo la administración Trump y las posteriores medidas de Biden para desplegar nuevas capacidades nucleares no hacen sino echar más leña al fuego.

El inquietante recuerdo de la crisis de los misiles cubanos sirve como dura advertencia de la delgadísima línea que separa la paz de la guerra nuclear. Los simulacros de “agáchate y cúbrete” de aquella época, símbolo de los inútiles esfuerzos por protegerse de la lluvia radiactiva, resuenan hoy como una metáfora del enfoque actual de la gestión de la amenaza nuclear: una combinación de negación y ofuscación.

Como el Boletín de los Científicos Atómicos ha puesto recientemente el Reloj del Juicio Final a sólo 90 segundos de la medianoche, lo más cerca que ha estado de la catástrofe en su historia, la urgencia de hacer frente a estas amenazas no podría ser más evidente. La necesidad de una diplomacia sólida y de un movimiento antinuclear revitalizado es fundamental para alejarnos del borde de la aniquilación nuclear y desafiar la mentalidad predominante que arriesga el destino del mundo por un beneficio económico o geopolítico.




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