Hypermedia Interroga (VII)

La escultura ambiental Viaje infinito, de Wilfredo Prieto, es una monumental carretera sin principio ni final en Zaza del Medio. En serio: ¿no hubiera sido más artístico agregarle un tramo a la Autopista Nacional?

¿Asfaltar todo San Miguel del Padrón? ¿Poner un edificio decente en Sancti Spíritus?

Si tienes suficiente dinero y renombre y recursos para construir a lo grande en medio de la pobreza y los matorrales, ¿por qué mejor no hacer algo que resuelva algún problema, algo que en realidad vaya hacia alguna parte?

¿Y cómo se las arregló el artista para conseguir las toneladas de LC3 —primer cemento ecológico cubano— necesarias para rellenar un kilómetro de largo y doscientos metros de ancho?

¿Podría ser Wilfredo Prieto, ahora mismo, un acaparador de materiales de la construcción?

¿A Fernando Martirena, creador del LC3, no se le ocurrió una mejor manera, más “constructiva”, de “colocar el cemento en la visión de Cuba y el mundo entero desde Sancti Spíritus”?

¿Cabe la posibilidad, ahora que Marina Abramovic ha decidido someterse a una descarga eléctrica de un millón de voltios, de que Tania Bruguera quiera electrocutarse en la próxima edición de la Bienal de La Habana?

¿Tania Bruguera tendría prohibido participar en la 13 Bienal de La Habana incluso para electrocutarse?

¿Tendrían órdenes los muchachones de la Seguridad del Estado de retirarle el pasaporte a Bruguera —deteniéndola durante X cantidad de días en prisión— para evitar esa performance?

El hecho de que ciertos cómics aparezcan ya en las listas literarias —los mejores libros del año, los finalistas de un booker prize—, ¿es indicativo del nivel que ha alcanzado el cómic como género? ¿O más bien del nivel lamentable en el que se halla actualmente la literatura como industria?

Que hasta ahora nunca haya figurado ningún libro “literario” —es decir, compuesto sólo por palabras— en las listas de los mejores cómics, ¿no debiera decirnos algo? ¿Nadie ve ahí una lección de sentido común?

¿Alguien se imagina una novela —por ejemplo de Ottessa Moshfegh, o de Rodrigo Fresán— incluida en una lista de los mejores cómics, o entre los finalistas de un premio de cómic?

Pero, por otra parte, ¿por qué no? ¿No sería interesante imaginarlo?

¿Será que la industria editorial contemporánea necesita y pretende siempre, secretamente, encontrar eso, regurgitar eso: la llamada “novela gráfica”, aún cuando no tenga ninguna gráfica, aún cuando haya que llamarla novela a secas?

¿No son precisamente los escritores más cotizados aquellos que escriben historietas: historias con dibujos y con viñetas, aunque en sus páginas —¡a simple vista!— no se encuentren ni dibujos ni viñetas?

¿Y si Alfonso Cuarón hubiera rodado Roma en colores? Exactamente la misma película, pero en colores. ¿Y entonces qué?

¿Y si la hubiera rodado tal como lo hizo, pero poniendo de vez en cuando un colorcito por aquí o por allá, como esa otra película mexicana: Sin City, de Robert Rodríguez?

¿Y qué pensarán ahora en Venezuela de aquella novela de Rodrigo Blanco Calderón (The Night, Alfaguara, 2016) que empezaba así: “Al principio fue un largo, inesperado, apagón de cinco horas”?

¿Alguien podría endilgarle a Blanco —como hicieron con el periodista Luis Carlos Díaz— una acusación de “sabotaje eléctrico”? 

Para sabotear algo —el sistema eléctrico de un país, por ejemplo—, ¿vale también escribir una novela? ¿Tuitear?

¿Cómo leer el más reciente título de Michiko Kakutani? Si tu libro se llama La muerte de la verdad (Galaxia Gutenberg, 2019), ¿lo que dices en él es verdad o no? Si dices que la verdad ha muerto, ¿no es automáticamente mentira que haya muerto la verdad?

¿Y por qué está deprimido —clínicamente deprimido— Justin Bieber? ¿Alguien de por aquí, de los que leen esto, es capaz de entenderlo?

(Continuará…)