Mariela Brito y el show del gusano

Estando en silencio todo parece fácil. Pensar. Hablar en voz baja. Susurrar. Pero hoy NO se susurra ni se dice palabra alguna. Hoy las palabras son gestos. 

En El Ciervo Encantado, mientras espero que comience el performance de Mariela Brito, Zona de silencio, me vienen a la cabeza imágenes de aquel biopic de Allen Ginsberg protagonizado por James Franco: el momento en que le celebran un juicio por usar palabras obscenas. 

Palabras que atentaban contra la moral del establishment de un Estados Unidos conservador. Palabras que no significaban nada para aquellos conservadores, más allá del gesto contestatario de hacer pública la palabra pinga. 

La palabra revolución seguirá siendo la antinomia de la palabra establishment, aunque quieran mentir sobre ello. Aunque quieran habilitar irónicamente un maridaje en la misma sintaxis (ejemplo: “Revolución en el poder”).

Las autoridades nunca entendieron el aullido de Ginsberg en un bar underground:

“¡Moloch! ¡Soledad! ¡Suciedad! ¡Cestos de basura y dólares inalcanzables! ¡Niños gritando bajo las escaleras! ¡Muchachos llorando en los ejércitos! ¡Viejos sollozando en los parques! 

¡Moloch! ¡Moloch! ¡Pesadilla en Moloch! ¡Moloch el sin amor! ¡Moloch mental! ¡Moloch el potente juez de los hombres! ¡Moloch la prisión incomprensible!”.

Un poeta que hablaba de una generación de soledades y ausencias. Un aullido de liberación. 

Y a las autoridades solo les interesó aquel gesto de Ginsberg de publicar la palabra pinga.


Ahora encienden las luces en la sala de El Ciervo Encantado. Aparece frente a mí una alambrada de púas. Minutos más tarde, Mariela Brito se desnuda y comienza a atravesar el alambre. Comienza el viacrucis del gusano. Un ejercicio de análisis-parálisis-katábasis-anábasis. 

El gusano es un animal político que habita siempre el terreno de la zozobra. Un montón de arena y sequedad simula el ecosistema hostil donde el gusano debe escarbar la escasa luz para encontrar la verdad. El gesto de publicar esa verdad en palabras es el objetivo final del gusano. Atentar contra el establishment.

Luego de una hora esquivando la alambrada y escarbando en la arena, Mariela Brito expone varias denuncias: 

DISIDENCIA POLÍTICA, 
FEMINICIDIO, 
RACISMO, 
HOMOFOBIA, 
CORRUPCIÓN, 
BRUTALIDAD POLICIAL, etc. 

Lo inquietante no fue la carga política en estas palabras, sino la ausencia de sonido en su gesto. Durante más de una hora no se escuchó sonido alguno. 

Por más que el alambre se mostrara como una zona militar, nunca logró ocupar el cuerpo de Mariela Brito. El al(h)ambre nunca la hizo gritar. Es por eso que la opresión es invisible e inaudible. 

El público experimentó una impaciencia/impotencia, en forma de calambre y dolor en las nalgas, por no hacer nada más que observar el show del gusano. ¿No será acaso esta inmovilidad la de un país completo? ¿No será esta indolencia nuestra indolencia cotidiana?

El performance terminó y Mariela Brito invitó al público a exponer sus propios pensamientos. Sus opiniones coaguladas por décadas de abulia y ataraxia.

En las púas expusimos, uno a uno, nuestros sentimientos. ¿Alguien nos había preguntado antes cómo nos sentíamos?

PLURIPARTIDISMO. 
TRAUMA HISTÓRICO. 
PENA DE MUERTE. 
REGIONALISMO. 
SEGURIDAD DEL ESTADO. 
VIOLACIONES. 
DERRUMBES. 
BLOQUEO INTERNO. 
CRÍMENES IMPUNES. 
LIBERTAD DE EXPRESIÓN. 
PRESOS POLÍTICOS. 
LIBERTAD PARA CUBA. 
LIBERTAD PARA LUISMA.

Nuestra mente es un campo minado. Para el que nunca se expresa, el ejercicio de la expresión resulta en extremo caótico. 

Caótica fue también la expresión por redes sociales para liberar de la incomprensible cárcel al artista Luis Manuel Otero Alcántara

Resultó llamativa la conexión que establecen diferentes obras políticas, tanto dentro como fuera del país. Será que verdaderamente estamos conectados. 

Del caso de Luis Manuel Otero, me llevo principalmente tres cosas:

  1. El arte político, tanto dentro de un teatro cerrado como en plena calle, logra activar zonas de silencio, o más bien silenciadas por el poder. 
  2. Un gesto basta para desarticular el miedo social y conectar una experiencia colectiva.
  3. El establishment intenta invalidar el gesto afirmando que es obsceno y atenta contra los principios construidos, porque sabe que dicha conexión puede ser nefasta para su existencia.

Esa conexión puede entenderse como red de resistencia: cuando ya no se le puede pedir al individuo que piense como país. Que entregue su creación y su vida a un absolutismo que no le reconoce. Que se sume a una masa. Entonces se ha creado una resistencia que debe conservar su Yo ante una masa informe que intenta aplastar constantemente. 

Afirma Lezama Lima que “cuando la resistencia ha vencido lo cuantitativo, recuerdos ancestrales de despensero, y las figuraciones últimas y estériles de lo cualitativo, entonces empieza a hervir el hombre del que se han arrepentido de haberlo hecho, el hombre hecho y desprendido, pero con diario arrepentimiento de haberlo hecho el que lo hizo”.

Cuando nos desprendamos de las paredes prefabricadas con la que se ha construido la arquitectura gubernamental del totalitarismo, entonces esas estructuras caerán tan apoteósicamente que once millones de personas tendremos que buscar nuestros rostros entre los escombros. 

Para ese momento, ya nadie sabrá quién es quién y en quién confiar. El gran ojo ha vigilado y castigado por demasiado tiempo y uno comienza a tartamudear su nombre. 

Si uno escribe desde el Yo y siempre anda rescatando compulsivamente su individualidad, es porque estamos desamparados y no queda otra cosa a la que aferrarse como única verdad. 

El logos a la mierda, porque nada nos ha resuelto. Es tiempo del gesto sobre la palabra. 


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