Lugares comunes en la recepción intelectual del 11J

El silenciamiento de la sociedad cubana, más no el silencio, lleva más de sesenta años aconteciendo. El 11 de julio de 2021 una grieta profunda se abrió en ese estado de silenciamiento. La sociedad gritó, corrió y lanzó su cuerpo a la calle. “Nos quitamos el ropaje del silencio”, “libertad”, “patria y vida”, “abajo Díaz-Canel”, “hay hambre”, fueron las palabras espontáneas que expresaron los manifestantes de las más de 300 protestas multitudinarias que se dieron a lo largo de la Isla. 

La lucha por la liberación ha consistido, en parte, en crear las condiciones para que, quienes antes habían sido silenciados, ahora hablen y sean escuchados”.[1] El silencio es condición universal de la opresión y las voces del 11J desactivaron ese silencio que parecía interminable.

El 11 de julio, al igual que las protestas más recientes a nivel global en los últimos años, estuvo ligado a la capacidad de generar acciones desde redes sociales y plataformas digitales. Sin la directa de Yoan de la Cruz desde San Antonio de los Baños, posiblemente el efecto dominó de las manifestaciones no hubiera sido tan inmediato. El acceso a las comunicaciones digitales, además de ser un motor para la acción, también permite resguardar el archivo de lo sucedido. Una ventaja que hasta las últimas décadas era impensable en Cuba.

La desconexión comunicativa que por décadas imperó en la Isla fue una de las más efectivas herramientas que utilizó el régimen cubano para el silenciamiento de la sociedad. No solo la digital. Hubo un tiempo en el que el solo hecho de conversar con extranjeros era causa de problemas para los cubanos. Esta desconexión y poca evidencia material de actos y manifestaciones de disidencia implicó que muchas demostraciones de resistencia ciudadana permanecieran silenciadas o poco revisadas por análisis y medios de comunicación internacionales.

El 11J irrumpió en el presente sin muchos antecedentes inmediatos, pero no por ello fue un suceso aislado.

La cobertura de las protestas en Cuba no es algo habitual. El Estado cubano ha mantenido un cerco de información sobre lo que sucede en la Isla. La prensa internacional acreditada pocas veces cumple las funciones que debe y, cuando lo intenta, la Seguridad del Estado se lo impide. Este cerco informativo, unido a la censura y complicidad de países y organizaciones internacionales, ha hecho que una larga historia de desapariciones, fusilamientos y disidencias no sea del todo conocida ni esté suficientemente historizada. 

El 11J irrumpió en el presente sin muchos antecedentes inmediatos, pero no por ello fue un suceso aislado. Desde la década de 1960 la sociedad cubana buscó múltiples vías de ofrecer resistencias a las opresiones del gobierno cubano. Así, en 1959, Pedro Luis Boitel fundó el Movimiento de Recuperación Revolucionario (MRR) de oposición al Gobierno. El 4 de abril de 1980, en la embajada del Perú en La Habana, miles de cubanos se reunieron a pedir asilo político. Las protestas en el malecón de La Habana el 5 de agosto de 1994 congregaron a cientos de personas que también gritaron por la libertad, tras lo cual vino una de las crisis migratorias más trágicas de la historia nacional. 

En los años 90 la sociedad civil también se organizó en grupos y proyectos que representaron una fuerza política: el Proyecto Varela, la “Carta de los Diez”, “La Patria es de todos” o el grupo Criterio Alternativo —fundado desde finales de los 80—, son algunos ejemplos. Las formas de resistencia de una sociedad son múltiples.

La lectura que hizo gran parte de la izquierda latinoamericana y mundial del suceso ha sido una de las más debatidas y cuestionadas.

Después de las manifestaciones pacíficas del 11J, en las que se gritó “patria y vida” y “libertad”, hubo un momento de sorpresa, entendible, teniendo en cuenta esa desconexión de Cuba con el mundo y la magnitud de las protestas; solo comparables con las de los años 30 del siglo XX. A pesar de la obviedad del suceso, de las imágenes, de los videos y de las directas de cientos de personas en redes sociales que mostraban la dimensión real del 11J, el gobierno cubano y medios internacionales aliados comenzaron un proceso de negación, en el cual son especialistas. Calificaron las protestas de “contrarrevolucionarias” y “orquestadas desde la CIA”, deslegitimizando las voces de las miles de personas que salieron a las calles.

La lectura que hizo gran parte de la izquierda latinoamericana y mundial del suceso ha sido una de las más debatidas y cuestionadas. Su ceguera, sordera y parsimonia frente al 11J no sorprendió a nadie. Los textos y posicionamientos que se dieron estuvieron llenos de lugares comunes y anularon, en gran parte, las voces de los cubanos. Esta manera de analizar lo sucedido en Cuba forma parte de una tradición que asume al gobierno cubano como estandarte de los procesos de justicia social del continente y obvia —o decide obviar— el costo para la sociedad cubana de mantener vivo un mito que nunca cumplió sus expectativas. Esa izquierda intelectual que no se posiciona justamente, muchas veces queda en un destino abstracto: ¿quién es la izquierda que no dice nada?, ¿es realmente izquierda?, ¿significa algo que “esa izquierda” no diga nada?, ¿es importante que diga algo? Son algunas preguntas que me hago sobre la base de pensar un mundo no binario en el que cada día tiene menos lógica hablar de solo dos polos ideológicos para entender la política.

La lectura del 11J, a pesar de ser un acontecimiento, se carga, desde afuera, de lugares comunes.

Varios artículos de opinión, en su momento, analizaron esta cuestión de forma muy acertada; entre ellos cabe destacar “La performatividad de la izquierda neocolonial” de Ileana Diéguez, “Pedir peras al olmo: los reclamos a una izquierda sorda”de Hilda Landrove y Anaeli Ibarra, y “La ceguera voluntaria” de Armando Chaguaceda —por lo que no me interesa analizar ese proceso mediante el cual la izquierda latinoamericana decide ignorar la realidad cubana—. Solo quisiera agregar un paréntesis. Las causas del posicionamiento de esa izquierda no solo responden al deseo de resguardar un mito en el que pueden mirarse desde la facilidad de la distancia; responden también a una historia política e ideológica concreta que comenzó a articularse a partir de 1959.

En la agenda del régimen cubano, la expansión de la Revolución como proyecto y faro guía fue eje central. Para ello, la Isla se convirtió en un centro transnacional de atracción para la izquierda internacional. En 1959, la fundación de Prensa Latina —agencia de noticias que aún hoy tiene su sede en La Habana— estuvo a cargo del periodista argentino Jorge Ricardo Masetti. Entre 1966 y 1968 tuvo lugar en la Habana la Conferencia Tricontinental de los pueblos de África, Asia y América Latina, la cual dio paso la creación de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL). 

Durante los años 60 y 70, guerrilleros de distintas latitudes del continente recibieron entrenamiento en la Isla. El Estado cubano se encargó así de articular toda una serie de mecanismos, prácticas e instituciones que nutrieron a las izquierdas latinoamericanas del tiempo presente. Esa historia de vínculos, en muchos casos clientelares, llega a nuestros días, actualizada de muchísimas formas que permiten que medios y plataformas de grupos de izquierda, a pesar de la información disponible sobre Cuba, sigan insistiendo en mostrar un discurso de apoyo al Gobierno. La lista es larga.

“Sublevación”, “manifestación” o “protestas” son formas semánticas de oponerse a un régimen que capitalizó para sí el concepto de revolución y lo despojó de sus sentidos más justos.

Mucho se ha escrito ya sobre el 11J y los cuestionables posicionamientos de la izquierda, por lo que me interesa aquí aportar algunos enfoques desde la historia intelectual y señalar qué recepción tuvieron las protestas en medios intelectuales para intentar responder qué lugares comunes se articularon sobre ellas. Más que hacer una mera enumeración de algunos lugares comunes, me interesa ver qué nos muestran de lo que se piensa o no sobre Cuba.

Por lugares comunes —tomando como guía las ideas de la historiadora mexicana Perla Chinchilla— voy a entender presupuestos que no cuestionamos generalmente y que otorgan identidad a personas, objetos animales o sucesos. Esas características identitarias son observadas y descritas generalmente por grupos ajenos a la comunidad que tienen la conciencia de estar frente al “otro”, al diferente, al extraño, a lo extranjero, y por eso ven necesario el dar cuenta de esas diferencias a sus compatriotas que desconocen.[2] En este caso, la lectura del 11J, a pesar de ser un acontecimiento, se carga, desde afuera, de lugares comunes que intentan explicar el suceso con las herramientas que poseen y que son capaces de leer. Para analizar los procesos de lectura, el teórico de la recepción Hans Robert Jauss plantea que todo lector se acerca a un texto con un “horizonte de expectativas”; es decir, sus propias ideas sobre lo que espera encontrar, que, a la vez, están permeadas por su contexto social, cultural y sus experiencias de vida.[3]

En términos de recepción, el 11J contó con varias formas de referirse a él. La mayoría de los medios utilizaron los términos “protestas”, “revueltas” y “manifestaciones populares”. De hecho, Proyecto Inventario confirma que “los términos ‘protestas’ y ‘manifestación’ alcanzaron récords históricos de búsqueda en Cuba desde 2004”. Es importante relacionar los conceptos de protestas, manifestaciones, sublevaciones, con el 11J, pues cargan una experiencia actual de las maneras en que se establecen resistencias a lo largo del mundo y ubica así a Cuba en relación con las experiencias de resistencia y protestas del siglo XXI. A pesar de la excepcionalidad que supone la existencia de un sistema totalitario socialista en Cuba, el 11J se insertó en un panorama global de revueltas actuales que marcan el curso de una nueva forma de irrumpir el espacio público por la ciudadanía.

Si algo sabe hacer bien el totalitarismo es secuestrar el lenguaje.

Las protestas en Iraq (2019-2021), Rusia (enero-abril de 2021), Bielorrusia (2020-2021) y las manifestaciones en Chile (finales de 2019) y Colombia (noviembre de 2019-febrero 2020) son momentos que guardan importantes semejanzas con lo sucedido en la Isla hace un año. Todas, más que detentar una agenda política determinada, responden a un agotamiento social y se levantan contra la autoridad de forma espontánea, reclaman, demandan, alborotan y no desean, necesariamente, tomar el poder; exigen que el poder se haga responsable de sus funciones. Estas protestas son inmediatas, fugaces en el tiempo, pero determinantes. No tienen la carga ideológica propia de las revoluciones del siglo XX. No las organiza ni la izquierda, ni la derecha, ni el centro; son pura contingencia, que es, en última instancia, la forma más eficiente de cambiar el presente.

“Sublevación”, “manifestación” o “protestas” son formas semánticas de oponerse a un régimen que capitalizó para sí el concepto de revolución y lo despojó de sus sentidos más justos. La forma en que nombramos las cosas es fundamental, pues el lenguaje crea realidades. Las palabras están estrechamente relacionadas a las estructuras culturales que dominan el mundo, de ahí la importancia de atenderlas; como bien diría Wittgenstein: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. 

Y si algo sabe hacer bien el totalitarismo es secuestrar el lenguaje. Desde los medios gubernamentales cubanos se utilizaron las expresiones “contrarrevolucionarios”, “golpe blando” o “golpe de Estado vandálico” más recientemente. Medios procubanos como teleSur se hicieron eco, de inmediato, de estas diatribas y, a menos de un mes de los sucesos, el economista mexicano Miguel Ángel Ferrer expresaba que no había “[n]inguna noticia y ninguna información de hechos de protesta o de manifestaciones de descontento popular, como se comprueba luego de una minuciosa revisión de los medios de información mexicanos e internacionales a lo largo de las siguientes tres semanas”. 

Rebelarse conociendo la capacidad represiva del gobierno cubano no solo puede ser explicado en términos de causas externas, sino también en términos de resistencia.

El borrado de los acontecimientos es uno de los mecanismos de silenciamiento por excelencia de los sistemas totalitarios. Establecer, con base a ninguna evidencia, que no había muestra de las protestas ocurridas en ningún medio internacional de lo sucedido el 11 de julio no solo es falso, sino que es una mentira obvia.

Otro de los lugares comunes que se puede encontrar en los textos de análisis sobre el 11J es la constante recurrencia para buscar las “causas” de tal sublevación. El bloqueo, la pandemia, la política del Gobierno en los últimos años, el empobrecimiento de la población, etc., son algunas de las más explicadas; pero, siguiendo a María Lugones y Ranahit Guha, me gustaría mostrar el carácter reaccionario de “buscar” esas “causas”. No estoy con esto omitiendo una válida intención de contextualización de la realidad cubana que antecedió al 11 de julio; para nada, soy historiadora y conozco bien la importancia de las circunstancias y condiciones de posibilidad que permiten los procesos. Cuando digo reaccionario me refiero al hecho de buscarle causas a algo extremadamente contingente y propio de un sistema opresivo y represivo.

En ese sentido, me interesa pensar, como propone Ranahit Guha al estudiar las sublevaciones campesinas de la India, que el 11J no se causó, se cultivó. El historiador indio lee en la tendencia de las historiografías dominantes (contrainsurgentes) a ver las revueltas campesinas como “causadas” una manifestación de su carácter reaccionario. En cambio, él las entiende como cultivadas, con dificultades y con elaboración, desde una posicionalidad subalterna que ha sido tomada por la lógica hegemónica de la dominación.[4]

El 11J no puede ser entendido como una mera reacción a una serie de causas coyunturales.

Las preguntas que se hacen muchos de los textos sobre el 11J respecto al “contexto inmediato” o el “contexto en el que se dieron las manifestaciones” aluden a coyunturas específicas recientes, sin tener en cuenta las condiciones de posibilidad y un contexto mayor. Rebelarse conociendo la capacidad represiva del gobierno cubano no solo puede ser explicado en términos de causas externas, sino también en términos de resistencia y de una actualización de la conciencia ciudadana sobre su posibilidad concreta de disentir.

El cultivo del 11J es imposible de entender sin las redes; sin el acuartelamiento de San Isidro en noviembre de 2020; la congregación de intelectuales, artistas y activistas el 27 de noviembre en las afueras del Ministerio de Cultura para exigir la liberación de los acuartelados y reclamar libertad de expresión, el cese de la censura y el hostigamiento; la manifestación pacífica en solidaridad con Luis Manuel Otero el 30 de abril de 2021 en la calle Obispo. “Causas” todas que muchos de los textos revisados no atendían, pues suponen una historicidad de las disidencias al gobierno cubano. Pensar solo en términos de causas también niega un recorrido de resistencia de la sociedad cubana a más de sesenta años de totalitarismo. 

El 11J no puede ser entendido como una mera reacción a una serie de causas coyunturales. Como bien diría María Lugones: “pensar en las lógicas de resistencia solo en términos de reacción es reducirlas peligrosamente, ya que la reacción no agrega nada creativo a los sentidos que están contenidos en lo que es resistido, excepto alguna forma de ‘no’. Cuando la resistencia se reduce a reacción queda comprendida desde el modelo físico y, por lo tanto, se la concibe como contenida en la acción”.[5] Lo que sucedió el11J fue un cultivo de resistencias cruzadas a la opresión del gobierno cubano.

La recepción del 11J por medios intelectuales, académicos o de prensa en general fuera de Cuba tiene aún mucha tela por donde cortar.

Algunas de las compilaciones que se ubican en esta perspectiva y que han visto la luz tras el 11J son ¿Qué ha pasado en Cuba?: Jóvenes en la Isla opinan a partir de los sucesos del 11 y 12 de julio de 2021 (Ocean Sur); “Cuba: 11 de julio. Dosier”Cuba11J: protestas, respuestas, desafíos (Julio Carranza Valdés, Manuel Monereo y Francisco López Segrera, coords., Escuela de Estudios Latinoamericanos y Globales); el diario argentino Página12 y el dossier The Road ahead: Cuba after the July 11 protests (American University de Washington). 

De todos ellos, el primero con un marcado corte oficialista y la mayoría de los textos del último, a pesar de que la selección se plantea como objetivo “proporcionar un relato fundamentado empírica y analíticamente de estas protestas sin precedentes”, invocan al lugar común de las causas coyunturales, apelan a la geopolítica internacional detrás del 11J y obvian la violenta respuesta represiva del Estado cubano a los manifestantes. La marca ideológica asoma por todas partes y en el índice de autores salta a la vista la ausencia de muchísimas voces analíticas de la realidad cubana desde una postura crítica y disidente; así como la presencia de autores que forman parte de la burocracia cultural cubana privilegiada y encargada de ejercer la censura, resultando incoherente que un texto que intenta pensar las resistencias de una sociedad tenga autores que forman parte del sistema opresor contra el que se sublevó la ciudadanía el 11J.

En contraste con estas fuentes se pueden revisar el dosier «Revuelta popular en Cuba: el antes y el después del 11 de julio», el informe “El 11j en Cuba: Estrategias del poder totalitario para el control de la narrativa” y el informe de Justicia 11J y Cubalex. Estas últimas sugerencias no buscan invalidar voces o medios y privilegiar otros; pero en un contexto en el que la posverdad es la nueva verdad, es importante buscar contrastes, opiniones y variantes para acceder a un presente convulso.

El 11J desmontó unos cuantos mitos sobre esa realidad y el más importante de ellos, a mi juicio, es el de la imposibilidad de protestar en Cuba.

He intentado aquí resaltar algunos análisis y enfoques sobre el 11J que me parecen llamativos. Considero que la recepción de este hecho por medios intelectuales, académicos o de prensa en general fuera de Cuba tiene aún mucha tela por donde cortar, y lo más importante, puede ser una forma de abrir múltiples direcciones de análisis que nos permitan continuar comprendiendo la realidad cubana y, más que comprenderla, transformarla. 

El 11J desmontó unos cuantos mitos sobre esa realidad y el más importante de ellos, a mi juicio, es el de la imposibilidad de protestar en Cuba, lo cual abrió un sendero de posibilidades y esperanzas imposibles de borrar por cualquier narrativa reaccionaria. Desmontó, después de sesenta años, la idea de que la realidad cubana deja al sujeto atrapado y sin salida frente a un sistema opresivo. Por ello, cuando ese sujeto cubano se dé cuenta de que no está atrapado en un sistema opresivo invencible y redescubra su potencia, será imparable.




Notas:
[1] Rebeca Solnit: La madre de todas las preguntas, Capitán Swing, Madrid, 2021, p. 29.
[2] Perla Chinchilla, en la introducción a los volúmenes de divulgación Los mexicanos (Fomento Cultural Banamex e Historia Viva: Identidades Culturales), utiliza la noción de lugares comunes para pensar qué significa ser mexicano y de dónde vienen los rasgos distintivos de lo que se entiende en la actualidad como Mexicanidad.
[3] Cfr: “Segunda Conferencia, La Estética de la Recepción (I) El cambio de paradigma” e “Historia de la literatura como una provocación a la ciencia literaria”.
[4] María Lugones: Peregrinajes, Teorizar una coalición contra múltiples opresiones, Ediciones del Signo, Buenos Aires, 2021, p. 60.
[5] Ibídem, p. 68.


© Imagen de portada: Marcos Évora.




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El 11J: la misma guerra de razas

Francisco Morán

Hay que advertir que, tras las protestas del 11J, quedó claro muy pronto que la delincuencia, la marginalidad, la indecencia y el anexionismo, para el Estado,tenían una geografía: la de los barrios.