27N: el postotalitarismo desafiado

El hecho de que 300 personas expectantes reunidas frente al Ministerio de Cultura por casi 24 horas sea tan extraordinario es indicativo de las penosas condiciones en las que han vivido los ciudadanos cubanos en las últimas décadas. Dos hechos más completarán esta valoración: la falta de convocatoria previa y los indignantes sucesos ocurridos las vísperas. La duración, la ubicación y la motivación serían suficientes para requerir atención en casi cualquier contexto. Sin embargo, en un país de marchas uniformadas, vigiladas y altamente planificadas, un partido único (vaya oxímoron) y unas fuerzas (para)militares que, no bastándole su penetración de toda área de influencia, se identifican con el poder, la economía y hasta la cultura, el 27N alcanzó el grado de milagro improbable. 

Lo que no sorprende es que fueran los artistas quienes hayan iniciado y animado la protesta, pues un artista también es ciudadano, sujeto a leyes y animador del espacio público, pero con la aptitud de utilizar de una manera imprevista útiles y objetos de su entorno, construidos para un fin diferente, para hacerle quiebros al poder y para explotar al máximo el espacio de libertad que necesariamente subsiste en los intersticios entre los bloques de la intención y de la institución. 

Una semana pasó entre el comienzo de la huelga de hambre y sed de Luis Manuel Otero y otros miembros del Movimiento San Isidro hasta la irrupción en la sede en horas de la noche de personas vestidas de médicos para inmovilizar y sustraer los cuerpos de las paredes que demarcaban el espacio de libertad poética. Días antes el periodista y escritor Carlos Manuel Álvarez había logrado colarse en la casa y permanecer junto a los acuartelados. Consideraciones epidemiológicas ¿justificarían? el allanamiento. Algunos amigos y colegas acompañaban los acontecimientos leyendo poesía públicamente lo más cerca que les permitía el cerco policial. La noche del allanamiento muchos lloramos de rabia y desespero. Una indignación colectiva nos reunió frente al Ministerio de Cultura.

Se ha nombrado a las personas que llegaron primero, a quienes alzaron su voz con propuestas, a quienes sentados en un contén escribieron las demandas encabezadas por “el derecho a tener derechos” y a las 30 personas que cruzaron las puertas del Ministerio motivadas por una traicionada confianza en la representatividad, la urgencia, el agotamiento y la presión de miles de efectivos paramilitares rodeando el perímetro, algunos con armas largas. Los cortes de electricidad y las provocaciones constantes para pasar de un estado de calma a la violencia intensificarían la sensación de inseguridad. 

Asumida la responsabilidad de dividir al uno, de mostrar otro régimen de presentación y de interpretación de lo dado. La vida de los amigos primero. La protesta en primera persona. El rostro del protestante. La evasiva del interpelado. Se hizo ver lo que no se veía y oír el dolor de los cuerpos, en contraste con la insensibilidad, o la sensibilidad torpe del uno. Los protestantes hablaron en primera persona, mostraron sus rostros, biografías y razones; sin embargo, el oficio público respondió con torpeza, dijo no tener autoridad y, a la pregunta sobre su relación con el gobierno militar invisible, calló confirmativamente. Se trata de una división entre aquellos que están sometidos al irresponsable uno y aquellos que disponen de la libertad de asumir la responsabilidad que sus conciencias les dibuje.

Tanto la extrema proximidad como la lejanía artificiosa del simulacro escenográfico poseen escalas que convienen mal a la política. Sin embargo, en estos dos extremos se movió siempre el debate del funcionariado público con quienes atravesaron las puertas. A la honestidad de proscritos, censurados, vigilados, sometidos, críticos, reclamantes y observadores se devolvió el golpe en la mesa, el gesto autoritario, la promesa sin intención de cumplimiento. Una vez más se secuestró la publicidad del debate. Asuntos públicos quedaron privatizados. Ese grupo no olvidará los cortes de electricidad en los momentos más duros del encuentro, la palabra dictadura proclamada y argumentada, los sonidos alentadores de los colegas que acompañaron desde afuera.

El mensaje siempre el mismo: frente al socialismo irrevocable, los cubanos no disponemos de ningún derecho. En menos de 24 horas los acuerdos fueron traicionados a escala de televisión nacional, los involucrados difamados; pero de ese día salió un movimiento, grupo de trabajos, reconocimientos, iniciativas, acciones, debates que se transmutaron en un 27E, un 11J y un 15N. 

Nos enseñaron que el poder es abierto y público, y que las protestas son ocultas y subversivas. Nos han enseñado el miedo. ¿Qué pasa cuando las protestas son abiertas, demostrativas y públicas; los protestantes quieren que se conozcan sus nombres y rostros y los represores los ocultan? Estamos aprendiendo el cambio. Estamos viviendo el civismo.


* Este texto forma parte del dosier ‘La revolución de los derechos’, el cual da título a la plataforma de igual nombre. ‘La revolución de los derechos’ es una iniciativa de Article 19 e Hypermedia Magazine.


© Imagen de portada: Mary Esther, para el dosier ‘La revolución de los derechos’.




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El acuartelamiento de San Isidro como comunidad emocional

Anamely Ramos

El acuartelamiento significó una auténtica sacudida para todos. ¿Qué provocó semejante nivel de identificación con nuestra situación? ¿Por qué no se había dado antes un fenómeno como ese? Son preguntas que permanecen para el futuro.






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