Uber Cuba 0121

Yo iba manejando en un taxi Uber interestatal. De Pittsburgh, Pennsylvania, al lago Erie, en el mismo estado. Pero que, por la distancia del viaje, bien podría ser un viaje internacional. O incluso intergaláctico.

Yo manejaba sin pasajero. Manejaba por manejar. Solo en alma. Como le corresponde a cualquier exiliado cubano en la gran unión norteamericana, donde todos y cada uno de los nativos son también una manada muda de exiliados: “Búfalos camino al matadero”, escribió hace poco un escritor cubano, hablando exactamente de otra cosa, que, sin embargo, provoca en nuestros compatriotas exactamente la misma sensación.

El paisaje pasaba y pasaba al otro lado de los cristales, como los autos mismos pasaban, modelos anónimos a tope de velocidad y en cámara lenta. Vehículos que van y vienen por la vida en total sintonía conmigo, que ahora hablaba conmigo mismo, mientras mantenía fijo el volante y la vista perdida en el horizonte hipnotizado, hechizado. Futuro sin historia. Únicamente es bella la Libertad. Sólo somos reales en Libertad. 

Yo iba conversando de tú a tú con los entrañables nadies de mi memoria, mis muertos amados que estuvieron durante tantos y tantos años llamándome desconsoladamente a su lado. Y con razón. Me extrañaban, tal como yo los extraño. Pero no pudo ser. Lo siento por mí, de corazón. Yo hice lo que pude, en Cuba y en el extranjero. Casi lo consigo pero, de pronto, casi también sin quererlo, sin darme cuenta, sobreviví. Lo siento por ustedes, de corazón. Su vivo tan amado sobrevivió. No se trata de olvido, sino de que hay que esperar.

Yo venía de Pittsburgh, la ciudad de las noches incógnitas. Donde, en una de mis primeras noches sin Cuba, me descubrí huérfano entre los puentes y el recuerdo de una muchacha metalúrgica en bicicleta. Flashdance.

Para entonces, ya no quedaban ni las ruinas de la industria metalúrgica en Pittsburgh. Ni muchachas. Ni bailes. Ni bicicletas. Sólo los puentes permanecían allí. Espantapájaros patéticos, pero al menos sordos, en medio de su antiguo glamour capitalista, a la musiquita mierdera del siglo XXI: canciones de niggas y suicidas y minorías y revoluciones.

Asco, asco profundo de América, la amargada.

Yo iba hacia el Lago Erie, en la frontera de todo con todo. Así se llamó durante décadas el cine de barrio de mi infancia. Erie. Así me lo presentó mi padre, cuando le pregunté de donde había salido aquella palabra, tan mágica como las maravillas inimaginables que se proyectaban en la sábana medio percudida de la pantalla.

―Hijo, Erie es uno de los Grandes Lagos ―me dijo, apenas empezado 1977, recién cumpliendo yo mis primeros cinco iluminados años.

Nunca fui tan sabio como entonces. Hasta hoy.

Sus palabras fueron una invitación irrenunciable para que yo nunca parara de moverme, hasta visitar aquella palabra tan paternal. Erie. Hasta allá iba ahora, hasta allá voy ahora, hasta allá iré ahora. No huérfano de Erie, sino con millones de padres que recuperar. Para colmo, siendo padre yo mismo de Erie. Enamorado de mí, enamorado del amor. Asomándome a la vida como no lo hacía desde aquella sentencia geográfica, pronunciada por el rehén de mi pobre padre un domingo de enero de 1977, día del que por fin tengo ya el recuerdo.

Yo iba manejando en un taxi Uber interestatal. Sin pasajero. Manejando por manejar. Nunca había estado menos solo en alma que sobre aquella autopista resbaladiza. Ser un “búfalo”, sí. Estemos hablando de lo que estemos hablando los escritores cubanos. Pero “camino al matadero”, nunca más. Ya ha sido suficiente. Sobran las palabras. Ahora lo que todos necesitamos es una buena parrafagada de acción. A ráfagas.




UberCuba - Orlando Luis Pardo Lazo

Uber Cuba 0120

Orlando Luis Pardo Lazo

“Cuba es mi primer candidato de país libre. Al menos los comunistas no se desgastan en tanta quitadera y ponedera de estatuas. Un amigo que viajó hace poco me dijo que en La Habana hay hasta una avenida que lleva el nombre del General Lee. Increíble, ¿sabes si es cierto?” Hice un gesto de quizás, quizás, quizás


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