Mientras Cuba vota

En dictadura no se vota. Los derechos no se plebiscitan. ¿Y qué?

Igual este domingo 25 de septiembre el pueblo cubano de la Isla saldrá a votar en masa, presionado por la propaganda oficial para participar en un plebiscito por el Apruebo o Rechazo de una parte de nuestros derechos.

El Código de las Familias, como toda ley en tiempos de totalitarismo ―o, tal vez, utopía―, desdobla de pronto una serie de derechos desconocidos por la mayor parte de nuestra ciudadanía, que durante décadas no ha sido más que una rehén de la Revolución y su indigencia cívica. Un país hecho prisionero de guerra en tiempos de paz, sometido a la violencia de un Estado con ínfulas intelectuales de ogro filantrópico. Y con tres ejércitos equipados con la última tecnología de muerte, por si acaso.

Ese estilo de gobernabilidad, llámese castrismo o continuidad, tan voluntarista como vertical, ideologizado al borde mismo de la idiotez, es típico de las izquierdas intolerantes que terminan implementando, sin oposición y sin una mínima referencia popular, sus líneas duras de corte ultraconservador. Cuba es hoy por hoy una reserva natural de delincuentes despóticos disfrazados de adalides de la justicia social.

Con este plebiscito de una ley que ya es ley aprobada oficialmente, el militariado local está haciendo una prueba de zafarrancho de combate electoral.

Este 25 de septiembre ha llegado la hora de la benevolencia del abusador. El violador practica hoy su cuota hipócrita de virtud. Los magnates nos perdonan la vida por un domingo, tirándonos su piltrafa política de magnanimidad, de acuerdo a lo recomendado por el progresismo internacional, al cual el castrismo debe persuadir de urgencia de que Cuba es el país con mayor índice democrático de las Américas.

Para la élite que gobierna en La Habana, sólo es legal ―e incluso moral― aquello que perpetúe impunemente en el poder a sus jerarcas militares y corporativos, desconectados institucional y financieramente del pueblo cubano.

En este sentido, la castrocracia ha secuestrado nuestra soberanía ciudadana como si de un ejército de ocupación se tratara. Con este plebiscito de una ley que ya es ley aprobada oficialmente, el militariado local está haciendo una prueba de zafarrancho de combate electoral. Quieren probar en la práctica cómo funcionan sus mecanismos de control y coacción. Van a ajustar en vivo sus armas secretas de conteo y manipulación. Están ensayando un bastión de sobrevivencia para, a la postre, entronizarse hasta los tuétanos en nuestra realidad nacional, de donde ningún cubano parece saber cómo desplazarlos. O decirles, de manera vinculante e irreversible, que no.

Los cubanos continuamos atrapados en el laberinto de nuestra soledad ciudadana.

Por su parte, como de costumbre desde 1959 y hasta el fin de la tiranía, en esta jornada electoral el exilio continúa excluido. Es precisamente el pasaporte cubano lo que garantiza el apartheid del cubano radicado en cualquier otra parte.

Mientras Cuba vota una ley ya votada por ese órgano legislativo de tramoya llamado la Asamblea Nacional del Poder Popular, los cubanos continuamos atrapados en el laberinto de nuestra soledad ciudadana. Habitando no en nuestra biografía individual, sino en el calendario colectivista de un gobierno a ratos grosero y a ratos generoso. En definitiva, a solas con la Revolución.

El Código de las Familias ha muerto. Viva el Código de las Familias.




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Julio Antonio Fernández Estrada: Un Código para el país que yo quisiera

Hypermedia Magazine

El Código de las Familias será aprobado. Ninguna votación promovida por el Estado cubano ha tenido un resultado distinto al que el Estado espera desde 1959.






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