El Estado fallido vecino

La próxima gran crisis de política exterior del presidente Joe Biden le esperaba esta mañana en su despacho: un vecino del sur que se dirige rápidamente hacia el autoritarismo y la inestabilidad.

En los últimos seis años, el presidente autocrático de México, Andrés Manuel López Obrador, ha intentado subvertir la democracia competitiva multipartidista que su país logró en la década de 1990. Ha debilitado el organismo electoral independiente que garantizaba unas elecciones libres y justas. Ha quebrantado las leyes y despreciado las costumbres que limitaban el poder del presidente para utilizar el Estado en favor de sus candidatos preferidos. Ha socavado la independencia del poder judicial.

La democracia mexicana tuvo un breve respiro en 2021, cuando López Obrador perdió la mayoría absoluta en el Congreso, lo que le privó de la posibilidad de reescribir la Constitución a su antojo. Ese respiro restableció temporalmente la independencia del Banco Central mexicano y de otros organismos gubernamentales que aún no están subordinados al control presidencial directo. La victoria electoral que López Obrador otorgó ayer a su sucesora —el 59% de los votos presidenciales (en el momento de escribir estas líneas), al parecer una amplia mayoría de los gobiernos estatales y, casi con toda seguridad, una supermayoría restablecida en el Congreso— concentra más poder en el partido Morena, de López Obrador, que en cualquier otro gobierno mexicano desde los tiempos del unipartidismo.

El nuevo Congreso tomará posesión el 1 de septiembre; la nueva presidenta no lo hará hasta el 1 de octubre. Esto significa que, durante un mes, el poder absoluto sobre la Constitución mexicana estará en manos de López Obrador.

La sucesora de López Obrador en la presidencia es Claudia Sheinbaum, exalcaldesa de Ciudad de México. Sheinbaum será la primera mujer al frente del Estado mexicano, la primera persona de origen judío, la primera de la izquierda académica. Estas “primicias” generarán gran expectación internacional. Sin embargo, no deben ocultar su cualificación más importante: su servilismo a López Obrador durante toda su carrera.

De los tres candidatos del partido en el poder que competían por el favor de López Obrador, Sheinbaum era la que contaba con menos y más débiles seguidores entre las bases de Morena. La elección de Sheinbaum no se debió a que López Obrador buscara a alguien que rompiera esquemas, sino a que quería a alguien a quien pudiera controlar tras su obligada salida del poder al final de un mandato de seis años. López Obrador ha creado mecanismos para mantener su control sobre la política mexicana, incluido un referéndum a los tres años de la presidencia, que ofrece un medio para destituir a su sucesora si le decepciona a él y a sus seguidores.

Entrevisté a Sheinbaum en Ciudad de México en enero de 2023. La encontré muy inteligente, pero carente de las maneras de complacer a la gente de un político profesional. Lo más sorprendente es que repitió todos los dogmas de la ideología de López Obrador sin un milímetro de distanciamiento: La comisión electoral independiente era mala; las elecciones que López Obrador había perdido al principio de su carrera le habían sido robadas; el hecho de sustituir los organismos impersonales de servicios sociales por entregas personales de dinero en efectivo de la administración presidencial a los pobres equivalía a una revolución social igual a las otras grandes transformaciones del pasado mexicano, incluida la Revolución Mexicana de 1913.

López Obrador describió repetidamente las elecciones de 2024 no como una elección entre candidatos, sino como un referéndum sobre su trayectoria. Utilizó todos los instrumentos del Estado para ganar ese referéndum. El más importante de esos instrumentos fue el despliegue selectivo de la violencia.

Los seis años de presidencia de López Obrador han sido los más violentos de la historia moderna de México. No podemos saber el número exacto de asesinados, porque López Obrador destruyó la independencia del organismo nacional de estadística. En la actualidad, las cifras de criminalidad suelen manipularse con fines políticos. Pero una estimación creíble sugiere que se han producido más de 30.000 homicidios en cada año de gobierno de López Obrador: casi 200.000 en total. (Estados Unidos, con casi tres veces la población de México, registra menos de 20.000 homicidios al año, y la cifra va en descenso). Sólo una ínfima parte de los homicidios mexicanos son perseguidos efectivamente por el sistema judicial. Decenas de miles de personas han desaparecido sin dejar rastro.

La mayoría de los asesinatos en México no son el resultado de disputas personales o de violencia callejera casual. México está siendo atacado por lo que se ha llamado acertadamente una “insurgencia criminal”. Funcionarios estadounidenses llevan mucho tiempo advirtiendo en privado que el Estado mexicano está perdiendo el control de su territorio nacional, algo que el secretario de Estado, Antony Blinken, declaró públicamente en 2023.

Cuando las fuerzas de seguridad mexicanas se enfrentan a un sindicato criminal, todavía pueden ganar, pero normalmente a un coste terrible. En enero de 2023, las fuerzas de seguridad mexicanas se enfrentaron a un grupo de pistoleros en Sinaloa. Las fuerzas tenían la ventaja de la sorpresa y de los helicópteros artillados. Aun así, sufrieron grandes pérdidas en el tiroteo: 10 soldados muertos, 19 miembros del cártel abatidos y decenas de heridos para capturar a uno de los hombres más buscados. Pero en conjunto, los cárteles superan en armamento al gobierno.

Lo que esto significa para la democracia mexicana es muy crudo: los políticos y los periodistas, en particular, viven o mueren en función de si los sindicatos criminales creen que están protegidos por el Estado. El año pasado describí el caso de una destacada personalidad de la televisión mexicana que escapó por poco de la muerte cuando su coche fue acribillado a balazos después de que el presidente le denunciara en su rueda de prensa diaria. En este último ciclo electoral, más de 30 candidatos a cargos públicos fueron asesinados. Un candidato de la oposición a la alcaldía del estado de Guerrero fue asesinado a tiros delante de las cámaras. Cientos de candidatos más han sufrido amenazas o, en algunos casos, han sido secuestrados, tanto en el bando gobernante como en el opositor.

En vísperas de las elecciones, un analista político mexicano explicó la violencia a Los Angeles Times: “El crimen organizado necesita algún tipo de entendimiento con las autoridades. Eso puede ser un tipo de negociación que puede ser amistosa, o eludir la legalidad, o implicar sobornos y connivencia, o puede ser violenta, con amenazas, extorsión o agresión directa”. Los cárteles criminales quieren eliminar a los políticos que consideran enemigos, pero también quieren mantener una relación de trabajo con el gobierno nacional.

La propia relación de López Obrador con los cárteles es turbia. En enero, ProPublica informó sobre una investigación interna de la Administración para el Control de Drogas de EE.UU. que sugería que los cárteles criminales probablemente habían dirigido donaciones por valor de 2 millones de dólares a la primera campaña de López Obrador para la presidencia, en 2006. López Obrador negó indignado la historia y exigió una disculpa de la administración Biden por la evaluación de la DEA. La línea más dura seguida por la DEA de la era Biden es una de las razones por las que López Obrador ha preferido tan abiertamente a Donald Trump como socio estadounidense de México; incluso viajó a Washington, D.C., para elogiar a Trump ante los votantes mexicano-estadounidenses durante las elecciones de 2020 —y luego retrasó la felicitación al presidente electo Biden durante varias semanas después de las elecciones.

No se puede negar que López Obrador tiene estrechas relaciones personales con importantes traficantes. También en 2020, visitó un polvoriento pueblo de montaña en Sinaloa para presentar sus respetos a la madre del capo de la droga conocido como El Chapo. Cuando, ese mismo año, Estados Unidos arrestó a un general mexicano (y ex ministro de Defensa) por cargos de narcotráfico, López Obrador sugirió públicamente —y amenazó en privado— con suspender la cooperación antidroga a menos que el hombre fuera puesto en libertad. Tras conseguir su liberación, López Obrador condecoró al general en una ceremonia pública.

López Obrador llegó al poder en 2018 con un enorme mandato que ganó en unas elecciones libres y justas. Sheinbaum llega al poder a través de una elección que fue libre pero no tan justa. Debido a que carece del carisma y el atractivo popular de López Obrador, su supervivencia dependerá de si puede inclinar las reglas aún más radicalmente a favor del partido gobernante.

En sus discursos de campaña, Sheinbaum se comprometió con un programa muy contradictorio para complacer a todas las facciones políticas. Prometió más gasto social, pero también más disciplina fiscal. Prometió respetar la independencia del Banco Central, al tiempo que se mantenía fiel a la visión de López Obrador de un poder consolidado. Expresó su deseo de mantener relaciones cordiales con Estados Unidos, al tiempo que rechazó las medidas enérgicas contra el crimen organizado en favor de abordar “las causas” de la delincuencia. Si ese programa tiene problemas y ella consigue su supermayoría, Sheinbaum tendrá los medios para suprimir la oposición y la disidencia.

Un México que está perdiendo su democracia también seguirá perdiendo autoridad ante los sindicatos criminales. Para los estadounidenses, la gran pregunta es: ¿cuánta autoridad puede perder el Estado mexicano antes de fracasar del todo?

La paradoja fundamental de la sociedad mexicana es ésta: La presidencia es demasiado fuerte; el Estado, demasiado débil. López Obrador engrandeció aún más la presidencia y con ello debilitó aún más al Estado. Ahora esta poderosa presidencia será ocupada por una protegida de un predecesor que aspira a controlarlo todo desde la sombra. La inminente lucha de poder entre ambos sólo puede redundar en beneficio de las fuerzas de la criminalidad y el caos que amenazan con consumir al vecino del sur de Estados Unidos.  



* Artículo originalThe Failing State Next Door, de David Frum. Traducción ‘Hypermedia Magazine’.





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