La pintura hechizada de Noel Dobarganes

Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, en su visita a Cuba en marzo de 1960, elogiaban el carácter, naturaleza o propensión de la intelectualidad cubana por la cultura y espiritualidad francesa, en oposición a la dimensión pragmática e instrumentalista de la cultura americana. Esta distinción adquiere sentido, hoy más que nunca, cuando se pretende analizar la deriva a la que ha sido sometida la intelectualidad cubana del exilio. 

La ubicuidad a la que se ve abocado el intelectual exilado —en el campo teórico es quizás donde más degradante resulta— suele ser lacerante. En esta ubicuidad —que habla mucho del esfuerzo personal por salir adelante en una sociedad de acogida— se debate toda la producción visual, conceptual y sonora de una intelectualidad cubana que ha rebasado la territorialidad de la isla para abrirse al mundo. 

Para mí, este es un elemento a considerar a la hora de analizar cualquier producción contemporánea. No basta con decir que la obra de Fulano es comercial si se desconocen, o sencillamente se obvian, las coyunturas del proceso de creación (en las artes visuales se ha dado mucho esta suerte de lapidaria estigmatización, condicionando la capacidad crítica y discursiva en torno a la obra de un artista). 

La obra de Noel Dobarganes llegó a mí de forma súbita y atropellada, como quien comienza a habitar en una ficción o en laberinto. Su riqueza visual denota una profunda sensibilidad que contrasta con la sobriedad casi estoica de su vida. Dobarganes tiene claro su acto pragmático y su potencia espiritual porque, como muchos otros cubanos exilados, ha vivido esa punzante ubicuidad.

Dos preguntas que me vinieron a la mente al observar su obra:

1) ¿Qué significa ser contemporáneo?, y 2) ¿Qué nos hace pensar que el diálogo con lo canónico en las artes visuales contemporáneas no es necesario? 

Noel Dobarganes. La niña de la perla.
La niña de la perla, 2018.

Uno de los valores fundamentales del arte contemporáneo ha sido revisar y poner en cuestión las cartografías, así como la construcción de una narración e historicidad muchas veces unilateral. Este cuerpo crítico ha conducido a una suerte de sensibilidad posmoderna, no siempre calibrada en su sentido y mesura crítica. Esta situación condujo a que durante las décadas del setenta y el ochenta del siglo XX la pintura fuera “desestimada” ante formas menos convencionales utilizadas por el conceptualismo, el arte antropológico, o el minimalismo, por solo mencionar tres ejemplos. 

Sin embargo, lo canónico —tal y como plantea Harold Bloom en The Western Canontuvo la virtud de resemantizar su discurso desde visualidades contemporáneas. El conflicto quizás radica en el hecho de que lo canónico en las artes visuales, a diferencia de la literatura, pretende ser desmontado. Las artes visuales contemporáneas cargan con este fardo y se encaminan, como Jesús hasta el monte Calvario, no siempre auxiliado por Simón de Cirene, sino por críticos despiadados que incitan a negar todo cuanto es posible negar en función de establecer un patrón que, en el tiempo, derive a tendencia. Quizás por ello el discurso posmoderno, en lo que se refiere al nihilismo (que han llamado positivo), sea una de las pautas cuando de diálogo canónico en torno a la historia del arte se trata. 

El carácter reduccionista en la búsqueda de lo contemporáneo obedece a una visión maniquea que pondera el borrón y cuenta nueva, soslayando la incapacidad de dialogar con una tradición. Woody Allen ha visto en el arte contemporáneo la coyuntura idónea para explorar y depurar ideas y visualidades. 

Ahora, siguiendo la lógica de las dos preguntas iniciales, ¿qué conflicto existe o puede existir con revisitar lo clásico? La literatura cubana lo ha hecho, y no ha generado conmoción, sino admiración. ¿La expresión americana y La cantidad hechizada, de José Lezama Lima, no son un balance crítico de la tradición occidental? 

Noel Dobarganes revisita una tradición clásica con mirada oblicua, como quien transita entre dos aguas, como quien destila lo mejor de ambas para generar una visualidad meticulosa. Poco de cubana tiene su pintura, y sí mucho de la pintura norteamericana, particularmente de la obra de Chuck Close, Mel McCuddin, o del pintor canadiense Andre Desjardins. 

Noel Dobarganes. La profecía de tiempo.
La profecía de tiempo, 2017.

La fascinación por lo clásico —desde una visualidad y lenguaje contemporáneo— ha llevado a Noel Dobarganes a una exploración que van más allá del revival

La fascinación por el tiempo —en sus lecturas de Ilya Prigogine—, por el tiempo perdido, los rostros absolutos en la firmeza de los espejos —como el poema de Lezama Lima—, las antípodas, el deseo fugaz de la fascinación, son elementos que van construyendo una visualidad intensa e infinita, una visualidad que desborda el cuadro. Por momentos tenemos la percepción de una fractalidad vidriosa que se apodera de la imagen para terminar cosificado en la excepcionalidad de un rosetón de Reims.

Noel Dobarganes es un pintor excepcional, un pintor que reivindica lo simbólico. Porque el arte es precisamente eso, la capacidad de crear símbolos, de crear un lenguaje y un sentido, la capacidad de crear una densidad conceptual. Gilles Deleuze propuso esta analogía en ¿Qué es la filosofía? En la filosofía, como en el arte, quien sea capaz de generar una dimensión conceptual tendrá habilidades para enfrentar el caos, el orden primordial del discurso. Noel Dobarganes lo hace, y lo hace bien. Su “hieratismo” simulado genera formas que se expanden; son imágenes que devoran la extensión de sus lienzos. La aparente fragilidad de sus actantes se disipa para reorganizarse en infinitas entidades totémicas. 

Noel Dobarganes. Rememorando el tiempo.
Rememorando el tiempo, 2016.

La causalidad en la obra Noel Dobarganes rompe su habitual teleologismo para dar paso a una súbita densidad “caósmica”, como decía Joyce. Nada es estable, no hay un centro, aunque tengamos la geométrica ilusión de una centralidad. La continuidad apriorística se diluye en su trabajo, todo es súbito, inesperado. Suerte de epiphaneia como revelación profunda.

Noel Dobarganes tiene claro su acto pragmático y su potencia espiritual. Su obra se va abriendo paso en esa consciente ubicuidad. Evocativa y profunda, como quien rememora una historia, una poética; no solo (re)escribe la historia del arte, sino que la resemantiza en un susurro que desemboca en delirio

Noel Dobarganes. El grito del silencio.
El grito del silencio, 2017.

No temo decir que Noel Dobarganes habita eso que José Lezama Lima llamaba “la cantidad hechizada”, sabiduría que se expresa desde el silencio. Noel tiene esa rara cualidad de lo cosmológico y lo tribal, obsesionado por la unidad perdida que él recupera con prudencia y rebeldía en sus lienzos.

Una fina rareza como luz refractaria confluye en él. Noel es un pintor de ribetes sombríos: en una gruta policromada de luz ha encontrado la superabundancia de lo desconocido.  

El video como espectáculo de la memoria

El video como espectáculo de la memoria

Carlos Gámez

La memoria que percibimos hoy está permeada de múltiples filtros informativos. Las imágenes se disuelven en una red de hipervínculos, deshaciendo la autoría personal por el collage extraído de la última historia de Instagram.

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