Revolución repartera (te parte y te re-contra-parte)

En un día banal donde, a pesar de la primavera, la vida de todos no es de solo felicidad, le escribía a L. A. para preguntarle brevemente sobre otros textos y sobre este. Horas después, en mi melomanía, vi la publicación del último álbum de Chocolate MC: “Rf7. The return of the King”. Rf7 (Rastamemba forever 7)Esto fue una evidencia: Chocolate MC se (re)presentaba por sí solo y he aquí estas líneas. 

Sin embargo, la idea que angustiaba este texto —desde hace años en mi cabeza— eran las sobredisertaciones alrededor del reparto, alrededor de Chocolate, del rastamemba, del ragamorfa, de los reparteros. La justeza en muchos de esos escritos es plausible…

Mi acercamiento será entonces cultural y vivencial; pues, de eso, tal vez se trate “el reparto”, de vivirlo y llevarlo. 

El último álbum de Chocolate MC, a pesar de pronunciarse como un regreso violento y viril, aparece “alabando” a “la mujer” como ser y colocándose a él, hombre, como perdedor, deudor, víctima. Canciones como Singá, por ejemplo, son un grito a la desesperación amorosa. Además, la intro de este álbum (“Intro Rf 7”) expone un paneo por su carrera musical. El efecto es como una radio que busca la señal y encuentra temas como Bajanda o El campismo; canciones que consagraron a Yosvanis Arismin Sierra Hernández. A media pista, el grito melódico de Yosvanis entra: 

Llegó el Choco como siempre,
diferente como siempre,
con tremendo prende como siempre,
aunque me critiquen no voy a cambiar
voy a seguir siendo el mismo de siempre.
Voy a ponerte el deo’ como siempre,
es el negro feo como siempre;
pa’ ser un delincuente hay que tener antecedentes (…)

Y de ahí, al compás. En esas “barras”, Chocolate deja entrever el contenido de este último disco: él seguirá siendo el mismo, el talento por encima de su personalidad, sus vicios y formas seguirán iguales. Un total asumir aquello que lo ha hecho autoproclamarse el “rey de todos los reparteros”. Sin embargo, esta intro con sus versos parece dirigirse a “ella”, que podría ser una mujer, un amor lejano y/o también a esa sociedad que consume su música pero que, al mismo tiempo, emite un enorme juicio hacia su persona. 

Chocolate MC se (re)presentaba por sí solo y he aquí estas líneas.

Como intro —de este texto—, me parece importante asumir que el contenido de las canciones de Chocolate MC es de extrema violencia, tiene un ángulo mayormente machista y desborda vulgaridad. Además, Yosvanis es un hombre condenado por la justicia estadounidense; un hombre que se convierte en otra cosa cuando golpea y abusa de alguna de sus parejas. 

Sin embargo, su trabajo musical es el reflejo de la sociedad creada por Fidel Castro y la Revolución: violenta, machista y desagradable al pasaje. Un gobierno autocrático y dictatorial que solo llevó represión en el método y golpe en la ejecución, en cualquier evento o familia. La condenación social de Yosvanis, por tanto, podría aplicársele a toda la sociedad de barrios en Cuba, la cual aprendía y se desarrollaba —y se desarrolla— así, bajo el empingue y la obstinación. Cuando ese hombre-bestia estrangulaba a una de sus novias, alguna madre reprimía a cintazos a un niño y un policía le rompía la boca a Y. S. La violencia en Cuba ha sido la única opción que ha dejado el castrismo al pueblo. Chocolate MC, en arte como en persona, es una víctima de la gravedad revolucionaria.

Dicho esto, es significativo que este último álbum sea menos crudo en reparto, casi todo hecho de remixs y colaboraciones. La aparición de Wow Popy, parte de la nueva generación del reparto en Cuba, le da una intención cargada de frescura. Sin embargo, por sus características, este álbum me complace poco para desarrollar el statement de mi texto: 

El único género musical bajo la Revolución y el gobierno de Fidel Castro que podría ser parte del patrimonio cultural cubano de ese período sería el reparto (de Chocolate MC). Único en su independencia y desvinculación, creado desde la miseria y con una representación y lenguaje que no invitan ni dejan lugar ni al fidelismo ni al revolucionarismo; anti-establishment, el reparto mantiene siempre una postura disidente y contestataria: “es la pinga y el bollo pa to’l mundo”. 

Su trabajo musical es el reflejo de la sociedad creada por Fidel Castro y la Revolución.

El ser social de barrio de La Habana nace en el reparto, cuyo nombre proviene de la segregación de los pobres y de las personas de bajos recursos: una “guetisación” que ha desarrollado profundamente la Revolución en su intención ilusoria y superficial de resolver el problema de la vivienda. El reparto sale de la experiencia de todos aquellos albergados que nunca, desde el “año primero de la Revolución”, han resuelto un techo y un cobijo; el reparto es el feto prematuro entre una taquilla y una litera, con toallas viejas como cortinas y espuma como colchones: voilà los reparteros. 

En la primera década de los años 2000, yo era “moñero” (rap fan), al menos eso creía yo, escuchando hip-hop americano, vistiéndome con ropa ancha, en calor y siempre con la toallita blanca en el hombro, sup bro!Ni en el barrio de Jesús María ni en los del Cerro —en mi entorno— se escuchaba mucho rap. Yo “bajaba” siempre para Carraguao; con mi vestimenta entraba igual en los grupos de “repas”, por lo urbano y por lo barrio. 

Mi madre, a pesar de yo pertenecer a Habana Vieja, me consiguió una plaza en una escuela del Cerro, porque “hay muchos delincuentes en nuestro barrio mijo”. Fui a parar a un círculo infantil donde los varones, con 3 o 4 años de edad, entraban a los baños a ver el “toto” a las niñas; yo también entraba, en el embullo, sin saber aún lo que era “toto”, sin saber qué mirar. Luego, a una primaria donde el machito le chupaba la boca a la chamaquita y las canciones de Juan Gabriel antecedían el chupete y rosquete, con 7 u 8 años. 

Así me preparaba yo, y tal vez también Yosvanis, a la hombría y al machismo. Como en esa otra primaria, ya más seria y más grande, en la que se podía subir el tono en romance con Álvaro Torres y se podía menear con no recuerdo quién. Ahí ya comenzaba el meneo, ese que ayer fue perreo y que hoy es culeo. Y de allá a otra primaria. Fui (des)localizado con mi madre, echados de la casa de la abuela por inconveniencias con el padre de mi hermana —otra futura repartera—. Recuerdo, cuando aún el cambio domiciliario no estaba hecho, que mi cuerpo de 9 años atravesaba las barriadas en esa fantasma que fue la ruta 85. Desde Carraguao (esquina de Tejas) hasta Alta Habana (la oficoda de Vía Blanca y Boyeros) con un cuerpo de 9 y una cara y “mente” de 12, entrándole al mismísimo reparto, sin mirar pa’rriba ni pa’bajo, mirando pa’lante.

Chocolate MC, en arte como en persona, es una víctima de la gravedad revolucionaria.

Ya luego llegué a esa otra primaria, en que, entre yerba con rocío y trillo interminable, se atraviesa y se llega a Capdevila, donde, quien pasa por allí, es porque lo vive. Entre lo campestre y lo rural creé otro espíritu de barrio; sobre todo con mi primo paterno, que era un “mala cabeza”. Él fue uno de esos niños cubanos que tuvieron inventiva y creatividad pero, con el carácter desagradable de los amantes de mamá y el desinterés social que tuvo su persona desde pequeña, solo se recogieron malas yerbas en ese cerco mal tenido. Con menos de 15 años ya lo habían pinchado varias veces, la bronca no le era un problema, el arrebatar y engancharse le trajo expulsiones y accidentes; pero mi tía en ese entonces bebía demasiado y mi primo ya se “singaba una de 34”. 

“Primo mañana hay bonche en Río Cristal”, como podía ser en Fontanar, en Aldabó o en la Pasiega. Yo me empeñaba en querer pagar el camello y él de entrar por la puerta de atrás o de irnos enganchados, pues es la maldad lo que nos propone el reparto: “da primero, antes de quedarte dao’”. Nadie de los barrios centrales de La Habana llegaba a los bonches de lugares como Fontanar; el campesinado expresado en esos jóvenes hacía del machete la primera herramienta en caso de problemas y no había nervio ninguno en cortar la carne humana. Mi primo tenía preferencia por un lugar, justo al lado de la música de los bafles, pues ahí siempre “se forma problema”. Y de ahí salían problemas, machetazos, punzonazos, puñaladas. El mar del bonche se abría y el muerto o los heridos terminaban en el medio, mientras todos los veían morir, y luego a correr, pues, si hubo un machete, habrá más. 

En ese momento, la música en el reparto —como en los bonches de Alta Habana, etc.— era Pesadilla. Sin duda, no obviaría a Michel Maza, quien sería, tal vez, el monarca del reparto, por la actitud, por la intención; pero, infelizmente, la Charanga Habanera fue parte de ese sistema musical que mantuvo la doctrina en el poder, que cargó en su cintura que sube y que baja el sufrimiento del pueblo cubano, con la sonrisa de la timba. Ser un charanguero te convertía en institución; ser un repartero representaba exclusión. Pesadilla era un grupo panameño que ambientaba los bonches, con un reggae de alta profundidad y misticismo a pesar de sus letras, haciendo danzar a jovencitos y jovencitas. Pero el talento nacional, que no llegaba de La Habana ni de fuera, y que “calentaba” cada bonche en sudor y roce era santiaguero: Candyman.

Nadie de los barrios centrales de La Habana llegaba a los bonches de lugares como Fontanar.

Candyman revolucionó la música en las calles de los repartos; la música y el alcohol lo eran todo para cualquier tipo de situación: placentera, violenta o disidente. Candyman, antecediendo a Chocolate MC, trajo en sus letras el decir de aquella juventud que ya sabía que iba a morir; por lo tanto, “a bailar y a tomar y a singar y que no vengan a joder”. Ejemplo de esto fueron canciones como La mordiditaTendón o El Pru

Yo, te bajaré la blusa y te pagaré un peso pa’ que compres un Pru; Pru? (…)
Quieres que te lleve a Singapur? – Sí papi!
Si quieres que te lleve ven y prueba mi yogurt
 (…).

Pero, siendo otro tipo de reparto, Candyman le hablaba también al poder, le exigía y sin temor, porque el barrio y el reparto —a pesar de su aparente tranquilidad— es a vivirlo sin miedo. Señor Oficial fue un hit que colocaba a esa juventud en estado de batalla y consciencia: 

Oye, tú, Babylon, déjame cantar mi canción (…)
Señor Oficial, déjeme cantar mi canción,
Señor Oficial, déjeme ser como yo soy,
Señor Oficial, recuerde que usted hizo hace tiempo
las cosas que yo hago hoy
(…)
Con la mala forma nunca van a empujar
a los jóvenes que hoy se ponen a jinetear;
si, con sus poderes el miedo van a implantar,
creo que la situación en vez de ir bien va a empeorar
(…)

Así empeoraban las cosas en Cuba cada día; para contrarrestar, el Gobierno impulsaba su propio ritmo urbano. El reguetón de Puerto Rico se fusionó con la juventud cubana y nacieron otros grupos que comenzaron a ser difundidos en la TV, “representando” la calle, pero en realidad solo dando fiesta y cintura, pactando todo el tiempo con el Gobierno para recibir un premio Lucas o una aparición en programas sin nombres; cada uno de los reguetoneros salientes aspiró la coca revolucionaria y le sonrió al sistema para producirse y figurar. Mientras, en los repartos y en lo más profundo de cada solar o edificio en ruinas, salía cada día un pionerito con su merienda en la bolsita, o sin bolsita ni merienda, para las escuelas: la calle con uniformes y consignas e ideologías. De ahí, de los becados, salió el joven que traería de vuelta el I don’t give a fuck” del Reparto: Elvis Manuel.  

La Charanga Habanera fue parte de ese sistema musical que mantuvo la doctrina en el poder.

“Elvis Manuel desde niño podía cantar”, decía su madre; mas la Revolución, como único sistema, solo le propuso ser el solista de la casa de la cultura, de municipios —reparteados— como la Palma. Allí, más o menos, educó su voz, pero sin las posibilidades de maestros y escuelas de arte, por lo lejos, por lo caro, por lo antirrevolucionario: pues, solo los que están dentro y con el sistema revolucionario cubano pueden tener acceso a una cierta normalidad social; para los otros, es oprobio y dificultad. Así, Elvis no pudo guiar ni sus gustos musicales ni su expresión artística hacia otro camino que no fuera el poner su voz de semicastrato al servicio de la calle, de su calle. Nacieron entonces canciones como La mulata o El ditú. Cada una de sus canciones representaba un trazo del carácter de esa juventud cubana naciente, los nietos del abuelo no deseado Castro y el futuro de Cuba-modernia ya totalmente desvicerado por el comunismo en el Caribe:  

(…) Mírala, mírala como suda y como ella se desnuda,
ella no sabe que a mí, se me partió la tuba.
Y se me parte la tuba en dos y se me parte la tuba en tres,
cuando te coja yo te voy a dar, tres de azúcar y dos de café
(…).

Un tubo, según la Real Academia Española, es “una pieza hueca de forma por lo común cilíndrica y generalmente abierta por ambos extremos”. En Cuba, en el argot popular de la calle, es una metáfora para el sexo masculino. La representación puede ser vulgar y, cuando se lleva al extremo, es “la tuba”; al feminizar este sustantivo, deviene más grosero, grotesco, por la referencia a “cosa”; algo indefinido, extraño, la intención perfecta en el reparto para definir al pene.  

Moviendo los hombros hacia atrás y hacia adelante, discontinuados, bajándose con el ritmo, todo el cuerpo se prestaba para bailar ese reguetón de Elvis que era cubano, que era del reparto y que estaba en esos antros que llamaron becas, donde al sonido de la voz de Elvis Manuel el semen se le escapaba a algún muchachito en uniforme azul, recostado a un muro, por el meneo interminable de esa muchachita, entre la diablura y el banquito. 

El reparto de Chocolate MC viene de ahí. Yosvanis Arismin fue a parar a uno de esos centros de retención con nombres de héroes, donde la Revolución iba a “ocuparse” de la formación, educación e instrucción de niños y niñas. Había jóvenes que, quizás, serían la inspiración de Chocolate, becados desde el cuarto grado de primaria y que, al llegar al décimo, ya eran bestias de aquellos territorios, fieras que venían a espantar a quien no fuese fuerte de carácter. El compás “guaguanqueado” del reparto viene de cuando “se mandan a los baños” en las becas y entra de último el jefe de albergue a los dormitorios y vocea, como un Lázaro Ros desorbitado, una canción de José José: “Ya lo pasado, pasado…” y el coro, de los más desagradables y “malos” del albergue, le responde: “No me interesa”. Y una cuchara marca el paso en el tubo vertical de una litera y un puño da al lateral de una taquilla y las persianas metálicas forman, con su ruido musicalizado, el despelote: “Agua! Ya nunca más lloraré, todo quedó en el ayer / Pinga! / Ya olvidé, ya olvidé!…”.

Ser un charanguero te convertía en institución; ser un repartero representaba exclusión.

Esos aires melódicos, esa dejadez, ese lenguaje en doble sentido y prosaico salían de los cubículos aquellos, todos los días de la semana. Los viernes, en las becas, la recreación devenía un bonche y se sacaban los pañuelos en la mano perfumados; los uniformes con las sombras en la tela bien planchada; la “fuerza de cara”[1] sin moverse de los guapos, de los matonistas. “El Pre” olía a sexo y cuchillo; el alcohol de 90 grados mezclado con agua y refresco de paquetico circulaba de mano en mano; los cigarros; el té de campanilla, para no estar ahí.

Uno de esos también fue Yosvanis, quien, como todo joven de barrio, en busca de respeto y consideración, “se juró” y se hizo abakuá, y andaba “enchaveteao y enmacheteao”. Corrió y atacó como muchos, viviendo la experiencia de ser un joven en la revolucionaridad; pues los abakuás también fueron infiltrados por el G2 para violentarlos, para desmoralizarlos y para romper, en nombre del machismo y la Revolución, códigos de vida y conductas que hoy no existen más. Yosvanis, el Choco, encontró en el micrófono, entonces, una manera más de expresarse, ganándose a un público que casi no le pertenecía, ya que, para muchos, aún rodaba en audio la voz de Elvis, quien murió ahogado en el estrecho de la Florida con tan solo 18 años. Ese reparto se fue con él, huyendo de lo que se ha huido durante sesenta y cuatro años: morir por la Revolución una y otra vez, por el terror a la Revolución. 

Chocolate MC empezaría con El Único, cantando reguetón y rap. Sus letras y su actitud representaban y condenaban en aquella sociedad cubana, por lo que, directamente desde la existencia y notoriedad en las calles y escuelas de Cuba, la Revolución empezó a rodar la maquinaria del borrar y callar cada expresión achocolatada. Aunque para algunos Guachineo o Parapapampam pudieron haber sido el despunte, el hecho de que los pioneros de primaria bailaran al ritmo de El palón divino, desarrollando sexualidad y lenguaje, llamó la atención de muchos, sobre todo del Estado.

De ahí, Yosvanis hizo ese salto inevitable a esa otra Cuba, la de la Florida. Aquel que era un niño llegaba a “tierras de libertad” y de disidencia. En la Isla quedó, entonces, la institución y la segregación de un público sin rey, de un público a quien Chocolate MC había puesto no solo a bailar, sino a expresarse y hacerse sentir, con su “labia” y con su identidad —cosas que la Revolución y Fidel Castro habían hecho desaparecer. 

Al sonido de la voz de Elvis Manuel el semen se le escapaba a algún muchachito en uniforme azul.

Desde esa Florida, Chocolate MC desarrolla y exporta su música. Su público, ni latino ni caribeño; su público es cubano. Mientras la situación en Cuba se recrudece, los jóvenes siguen huyendo. Chocolate MC deviene entonces referencia inevitable de esas generaciones; aunque el bonche, por ejemplo, no exista en el referente de muchos(as) de los(as) oyentes y bailadores(as) de su reparto hoy; aunque la “juntamenta” con “reparteros” ha estado siempre bien limitada. Sería, solamente, la alimentación de una nostalgia, desde la superficialidad, ese disfrute del reparto fuera de Cuba, de las élites y alternatividades con canciones como Bajanda

“Irse bajanda” es que tu ruta está en la calle y el objetivo es resolver. Que “te dieron bajanda” signifca que te moriste, que “te la echaron”, una puñalada, un machetazo. “Arrollar por to’l muro e’ la malenca” es que, luego de esos carnavales asquerosos y peligrosos bajo la Revolución, aún quedaba una generación que arrollaba en esos horarios y con esas ganas, por desgracia y sin sentido. Cuando la generación de Chocolate anuncia que va a “barrer a uno” es tomar en serio los conflictos de la calle. Los barrios se limpiaron en los 90 por la muerte, la prisión o el exilio, dejando a muchos de esos muchachos, de los que nacieron a principios de esa década, sin referente masculino y sin familia. Era la Revolución o la calle. (Tal vez, irónicamente, siempre haya sido así.) 

Bajanda es, entonces, una de las primeras canciones que representa a toda esa generación de jóvenes desvinculados y con ganas. Cuando Chocolate dice: “Cuando yo no estaba, ustedes estaban inflanda, ahora recoge los chelines que es bajanda”, le habla a esos que luego de la desaparición física de Elvis Manuel fueron atraídos por la industria musical revolucionaria y acapararon el mercado, con el apoyo y la buena ventura del “aparato”. Imposible olvidar que quienes comenzaron “la farándula” en Cuba fueron “los hijos de”, pues solo los bien atados a Fidel y a la Revolución pueden ser creativos y emprendedores para la gestión de toda una industria de “buena vida”. 

Los abakuás también fueron infiltrados por el G2.

Bajanda, a pesar de ser danzado por cinturas que buscan el movimiento pretendiendo la pertenencia, es la representación musical de la violencia que se vive en las calles de Cuba, particularmente de la Habana. El lenguaje de cada barrio está presente con cada código de agresión que caracteriza el altercado: 

(…) y cuando te vuelvas a hacer el asfixiao,
ya me dijo el Entunakua que te va meter la mocha
 (…)
Ahora se va a calentar la yarda, ahora es que yo quiero ver su guapanga, bajanda,
ahora manda mete, mete manda y si no bórrate el banga, bajanda,
que no se me hagan más los ñanga’, te coge el Entunakua y Jean Carlo el Itanga
 (…)
Pa’ que no te me hagas más el ñanga una pila de ñangas que te van a hacer bajanda
 (…)

Juegos abakuás como amenaza. Solo quien crece bajo esas circunstancias comprende que hay dos pasos a tomar: atrás o adelante, cuando tu oponente se quita la camisa y tiene tatuado “el banga”, “el diablito”, el íreme distintivo de las sociedades abakuás, que espanta a muchos. Cuando de tatuajes y conflictos se trata, en la calle habrá siempre trazos de sangre. La cintura y el cuerpo meneados están obligados a saber esto, como cultura o chaleco salvavidas: cintura-conciencia.

Asimismo, bien interesante son los consumidores de la música de Chocolate, quienes se encuentran mayormente en Cuba. Los singles sacados en Estados Unidos eran dirigidos para el reparterismo más profundo dentro de Cuba y que, de a poco, estaba también en la Florida. Cada canción le hablaba a esa fractura en los espacios más pobres de la sociedad habanera. Al mismo tiempo, explotando su experiencia, Chocolate le hablaba a ese pueblo desde su nueva realidad y ese gen disidente que crece en cada célula cubana en la Florida también se expresaba. Ejemplo de esto fueron dos singles de 2019: año en el cual Yosvanis y Chocolate MC sentían la frustración de aquella juventud quedada atrás y olvidada por todos. 

Cuando de tatuajes y conflictos se trata, en la calle habrá siempre trazos de sangre.

Así, Fuego con la PNR no es una canción que, al escucharla, hable de un cierto fuera de Cuba. Sin embargo, este track es extremadamente aterrizado sobre la realidad cubana del momento: 

Policía, policía, no te me cojas pa’ eso
porque ando to’ Gucci, to’ duraco, to’ correcto
 (…)
Ando con el Entunakua que te sofo(ca), con el Nancabia que te sofo(ca);
ando con un combo que parece de PR y andan diciendo fuego con la PNR (…)

Esta canción casi traza sobre la antes mencionada Señor Oficial de Candyman. Pero la generación de Chocolate, tanto fuera como dentro de Cuba, solo experimentó la violencia y la represión llevados por la bajeza y la desesperación que se vivió y se vive en Cuba por la mano revolucionaria; como la Operación Coraza, donde Yosvanis niño vio sus bienes lanzados a la calle por la policía que estaba en su casa y a una parte de su familia, acusada y encarcelada por tráfico de drogas:

(…) esto es fuego con el jefe de sector, eso es fuego con el presidente del CDR,
esto es fuego con el chivatón (…)
Fuego con el del Partido y el del Ministerio, fuego con los comunistas,
fuego sin bombero esto es fuego en serio (…)
to’s los reparteros están diciendo fuego con la PNR,
fuego con la meta (…)
y díganle al jefe de sector que el Entunakua anda buscándolo con la mocha (..)
díganle al jefe de sector que ando buscándolo con una mocha y no estoy de farol (…)
La gente de Los Sitios, ando con la mocha, la gente de Belén, ando con la mocha,
la gente de Jesús María, ando con la mocha (…) la gente de Regla, fuego con la PNR,
la gente de Guanabacoa, fuego con la PNR, la gente de San Miguel, fuego con la PNR (…)

Luego de esto, cintura y a repartearse. Nadie estaba haciendo este trabajo, nadie fuera de Chocolate MC “partía” los bonches y viraba —aunque con violencia— la mirada hacia el poder y sus fuerzas represivas. 

Yosvanis, a pesar de su talento y sus éxitos, despunta, aunque con poco nivel en su trayectoria. El “cubaneo” —que yo llamaría “revolucionarismo”— atrapó desde la Florida a la persona debajo del artista y el Choco seguía en felonías y crímenes. En uno de sus arrestos, en el cual estaba en un live de redes sociales, dijo, con respecto a los policías: “Esta gente lo que me puede es tocar la pinga a mí (…) Me tocó irme? Me toca irme (…)”. En sus ojos se veía el miedo, el miedo de ese jovencito que no sabe ni de dónde viene ni a dónde va, que no conoce otro sistema que no sea el Revolucionario; en sus ojos se oía la voz melódica de “Yosvanis”, pues no podía dejar de ser así, no podía ser otra cosa que un “repa”, el rey de todos los “repas”, aunque esto le costase la carrera. Su vivir en souffrance lo convertía en un hombre-bestia, lo convertía en Fidel.  

Su vivir ‘en souffrance’ lo convertía en un hombre-bestia, lo convertía en Fidel.

El tanque no solo expone a Chocolate MC como un convicto orgulloso, sino como un presidiario de respeto. “Estar en el tanque” fue y es la realidad de muchos jóvenes y niños dentro de la Isla. Los muchachitos de barrio son quienes llenan esos calabozos, ellos y su desgracia, que les viene desde muy jóvenes. Aquellos que habían pasado por “escuelas de conducta”, lugares atroces donde la pedagogía que reinaba era a golpe de bofetadas, amenazas y secuestros habían “tanqueado”. Los jóvenes “descarriados” que se enfrentaban a estas escuelas y luego se incorporaban a la vida social y educacional normal devenían pequeños capos que quiebran continuamente a los más débiles: 

Para ser un tanke tiene que estar en el tanke,
tú no eres un tanke, tú lo que eres un cara’e guante,
tú no eres un tanke, tú lo que eres es un farsante
.(…)
Tú no eres un tanke porque los tanke están en el tanke, están allá adentro
 (…)
Tankes son to’s esos tankes que están tankeando en el Combinado,
que están tankeando allá en Valle Grande, en la 1580 y también en otros combinados 
(…)
hay que estar más de seis meses en el hueco castigao’,
pa ser un tanke tiene que estar bajo los efectos del candao’ 
(…)

La condición de segregados, apartados y desprovistos de estos barrios y modos de vida no le son propios a la Revolución ni a Fidel Castro. No obstante, entre los proyectos impulsados por el aparato revolucionario estaba el de cambiar situaciones como estas, mejorar las condiciones de vida de los lugares más empobrecidos, acabar con “la desigualdad”. La institución revolucionaria y sus máximos líderes recrudecieron la violencia, la inseguridad y cortaron toda vía de escape para niños y jóvenes nacidos y crecidos en barrios como Guanabacoa o Jesús María; todo esto, con el aumento de la represión y la exaltación del macho revolucionario. La vida de un barrio en el contexto fidelista de Cuba devino condominio horizontal de miseria y pérdida casi total de la humanidad. 

El grito de Yosvanis no se escuchará nunca en las tribunas de la moral revolucionaria.

El gato, que sale en 2020 y es un éxito “en la comunidad”, resulta una cadencia mucho más rápida y con una letra que calcaba ligeramente a Bajanda. Sin embargo, el artista nos lo dice en la letra, luego de transcurrir por ratas, ratones y gatos, alegorías a bandas y peleas callejeras, donde menciona lugares de tan fuerte concurrencia “repa” como la Piragua, a través de ese “haiga” que promueve la educación revolucionaria cubana: 

(…) que la suelte yo? Suéltala tú ‘beo anda;
este tema es El Gato, no la segunda parte de Bajanda
. (…)
Yo soy el Rey de to’l Reparto y en el Reparto me sirve cualquiera,
soy el único presidente, de la República Repartera, penco!
 (…)

Esta canción revolvía completamente el reparto por su rapidez, por su sonido y por Chocolate MC, que no solo se convertía en monarca y creador de su género, sino también en el presidente de cualquier posible República que pudiese desarrollarse en el reparto. La imagen es fútil, pero la provocación artística es rica. Era la primera vez que Chocolate MC utilizaba el verso de “Yo soy el rey de to’l Reparto y en el Reparto me sirve cualquiera”; letras que se volvieron un sello que firmó en sus dos últimos discos (3 Ases y La República Repartera”, en 2020 y 2021, respectivamente.

“3 Ases” es el primer single del disco de igual nombre y, como su nombre lo indica, hace referencia al ganador del tripare o el burle.[2] A este le sigue “Bebecita”, un reparto en balada dedicado a una de sus últimas amantes, la madre de su niña, quien también se separó, seguramente, por miedo, por temor al represor que vive en ese hombre de gangas. 

Un reparto en cuerpo, en alma y en consciencia, sería entonces reparto disidencia.

Chocolate MC, en la tercera canción de este disco, y bien representativo de lo que podría ser la realidad de cualquier joven de un barrio cubano, lanza “El Necio”, un remix de la canción homónima de Silvio Rodríguez; cancionero de excelencia y de vergüenza cubano, que en ese álbum llamado Silvio, de 1992, se expone en una trilogía musical, en unos años de mucho dolor y angustia. El referente de Chocolate MC para esta canción pudo ser muchas cosas. Sin embargo, tal una obra robada y luego comprada por la Revolución, “El Necio” era constante en cada marcha “antimperialista” realizada por la dictadura y los reparteros y estudiantes que iban para “divertirse” también sufrían el aparente realismo socialista. El referente, entonces, fue infligido y obligatorio.

“El Necio” de Chocolate MC nos priva de toda una primera parte a capela de la canción original, llevándonos con esa voz melódica y por veces sin guía musical a: 

(…) Me vienen a convidar a arrepentirme,
me vienen a convidar a que no pierda,
me vienen a convidar a indefinirme,
me vienen a convidar a tanta mierda,
me vienen a convidar y a confundirme,
ellos me vienen a convidar… me vienen a convidar…
 (…)

Ahí, justo en el verso que prosigue, entra el compás del reparto a romper el ritmo y a traer el barrio, con las caderas y el cuerpo y la actitud y la mocha: 

(…) ay yo no sé lo que es el destino (yo no sé, yo no sé),
caminando fui lo que fui (caminando, caminando).
Allá Dios, que será divino;
yo me muero como viví.
Si mañana acaso me muero,
quiero que se acuerden de mí,
que prendan un blunt,
que pongan reparto
y que canten este coro que dice así
 (…)

Ahí el repartero “se parte” otra vez con el estribillo. 

La genialidad de este gesto musical consiste en la total desacralización de esa obra de Silvio Rodríguez que, a pesar de su belleza, perteneció a la industria fidelista. Solo la quebradura del remix de Chocolate MC la vuelve nuestra, porque el grito de Yosvanis no se escuchará nunca en las tribunas de la moral revolucionaria. 

Escoger el reparto antes que a la nueva o la novísima trova, o escoger a Yosvanis (Chocolate MC) antes que a Silvio o a Fidel.

3 Ases tiene solo 7 canciones, pero estas engloban gran parte de una juventud con Norte y sin destino. Cada trazo en el texto es una oralidad de cualquier esquina habanera, un acercamiento identitario bien fuerte. El disco, en cada una de sus canciones, trabaja con precisión el reparto, desde su desenvoltura, su jerga o su ritmo. Las frases representan conversaciones entre personas que tienen el mismo convenio social establecido: divertimento, sexo y violencia. Ejemplo de esto es “Un descarito”; sustantivo que, en el lenguaje popular cubano, resulta desfachatez, desparpajo. Sin embargo, la canción de Chocolate MC hace referencia a un pequeño intercambio sexual, algo rápido y apresurado, una relación sexual furtiva, como una coquetería. “Echar un descarito”: compartir con su acompañante sexual el acto, solo para apagar un fuego fugaz: 

(…) Aquella noche nos fuimos del bonche echamos un descaro,
aquella noche nos fuimos del bonche echamos un menudo;
aquella noche echamos un descaro, echamos un menudo;
aquella noche echamos un descaro, echamos un cortico…
Aquella noche, echamos un descarito.
El palito fue cortico pero lo hicimos bien rico
 (…)

Algo superficialmente banal pero, por su intención y premura, de gran profundidad sensorial, ligera y de goceLa canción porta una visión en romance de lo que es la sexualidad en Cuba. La educación sexual, por parte de la institución es reprimida, pues el asumir cualquier sexualidad representa un problema, incluso hoy día. Niños y niñas de menos de 14 años ya tienen relaciones sexuales, sin protección ni consejo y con el total desocupe de la institución revolucionaria. Las campañas masivas de protección sexual son superficiales, donde el trabajo social es inexistente, mayormente por incompetencia de los órganos estatales que dirigen. En los núcleos familiares de barrios como el de Yosvanis, el acompañamiento y la educación sexual también sufrían al no tener espacio para traer temas de esa índole y por el total desinterés de una familia que es víctima de “otros problemas”. Niñas con menos de 15 años ya embarazadas; profesores acusados de violación y pedofilia; prostitución de menores de edad; confinamiento descontrolado de jóvenes de ambos sexos; exilios y fusilamientos con la sexualidad como causa número uno. 

(…) Yo soy tu palo, tú eres mi palo;
yo soy tu pocho, tú eres mi pocha;
porque te metí la mocha por to’a tu chocha 
(…)

Por lo regular, en la obra de Chocolate MC esa intención amorosa, cada mujer como amor eterno y para siempre, termina a gritos y golpizas, como cada familia cubana junta o separada, sin irse o antes de irse o luego de irse o al regresar; un juramento de amor infinito, por el que está, detrás o de frente, la cuchilla de la violencia revolucionaria que nos hará envidiosos o tiránicos, en cualquier caso despreciables y de temer. Lajevita (novia/esposa), sobre todo en las becas, era el elemento fundamental de una relación senso-sexual entre dos seres humanos de diferente sexo; no solo la presencia femenina, sino el concepto de jeva como objeto y carácter al mismo tiempo. A pesar de su categorización, una jevita es el pilar fundamental de toda pareja en el barrio: el levantarse y compartir las mismas desgracias, llevar adelante el proyecto de una vida o de una salida al Coppelia o de una salida del país; entre los dos, es quien soporta estoicamente las borracheras o drogadicciones de la hombría y recibe un par de bofetadas por una contesta pero que, al otro día, lo abraza con cariño cuando este le silba y la llama a su lado. 

El próximo álbum, por su nombre y concepción, será, a mi ver, el establecimiento total del género y música de Chocolate MC como patrimonio: La República Repartera.

Hasta la cajita es un single significante del siempre estado de donjuán del joven repartero. Para ligar ambos álbumes, Chocolate MC le canta a “su niñita, otra vez”: 

(…) De más está decirte que estoy frito,
yo estoy consciente que estás frita,
tú sabes que yo soy tu chiquitico, tú mi chiquitica;
Lo tuyo y lo mío es hasta la cajita
 (…)

Simpática manera de decir “hasta que la muerte nos separe”. Y ahí Yosvanis, Chocolate MC, visionando su público, en Cuba, en el barrio, en el reparto, pone sello y certifica otro de los desvíos del hablar: crea jerga y argot para el español de una sociedad que no puede evitar decir “compañero” y que completa en su léxico cualquier “hasta la victoria”. 

El próximo álbum, por su nombre y concepción, será, a mi ver, el establecimiento total del género y música de Chocolate MC como patrimonio: La República Repartera. Veintiuna canciones de interesante calidad rítmica, propia en su estilo y con una escritura que parecía nunca haber salido de Cuba, del solar. Una intro inicia el disco entre el self confidence speech y el toser de la cultura cannabis, dedicada a su público. Se alaba por su gestión y conceptualización del reparto como género y contracultura. El número que le sigue es una canción que llega no solo por su melodía de un meneo que asciende y desciende, sino también por su moral; por ese mismo revolucionarismo al que Chocolate MC se somete al escuchar las palabras de artistas de medio y miedo. Hipocresía emplea en su lírica la validación del joven que se afirma en uno de esos barrios olvidados por la Revolución y El Vedado: 

(…) Dale enciéndelo, soy la jodienda entiéndelo;
eso que tú tienes es mío, dámelo;
no me obligues a cogerte la cara y quitártelo yo,
si se te olvida recordártelo yo, ragamorfa tuve que inventártelo yo,
para que tú pudieras copiármelo
 (…)
Hipocresía, andan con tremenda cobardía;
hipocresía, todos con tremenda hipocresía,
ahora voy a descargar rico con la cara to’a partía;
yo llevo una pila’e años ustedes llevan unos días
 (…)
Tú eres la copia, de la copia, el otro que me copia,
que me copia, que copia al que me copia,
al que me copia al otro que me copia, o sea, todos me copian;
llévense la churrupia
[3] (…)

Esta última línea es pura burla, bufonerismo de aquel que sabe que tiene el poder porque sí. Chocolate MC generó musicalidad de la miseria del reparto y luego, fuera de él, siguió componiendo para este; haciendo incluso, del reparto, un tópico. Para referenciar entonces el reparto sería obligatoria, tal vez, una pertenencia; una cintura, sin el sufrimiento de ver pasar el punzón, la mocha, el machetín, el timbre, la galúa y el despingue. Puede gozar, pero, infelizmente, desde el desprecio. 

Tal vez, para esa juventud que aún vive en Cuba en condiciones que quiebran el espíritu, el reparto es la voz y el medio más empático que hayan encontrado bajo el régimen de la Revolución y Fidel Castro.

En La República Repartera se navega desde la autocrítica hasta “la tiradera” repartera; con audacia, Chocolate MC apura el compás y el paso de baile se debe a la melodía, como el meneado para el meneo. Se deja mirar también por los nuevos talentos desde Cuba y algunos establecidos y bien escuchados, como lo fueron Wow Popy o El Micha. El disco tiene muchas colaboraciones, donde se escuchan, en cada una de estas, una novedad; en el ritmo o en la letra se siente ya otro barrio de idénticos cimientos. Propone, sobre todo, desdén social y sexual; la generación que se está encaminando no posee más que lo inmediato. 

La República Repartera no era una descripción de una Cuba alguna, sino más bien la idea de crear un estado de reparterismo antirrevolucionario, con canciones y dicharachos; donde se expone una cierta prosperidad y riqueza en el cantar y crear de muchachos como Yosvanis Arismin. Que Chocolate MC exista a pesar de la dictadura es una batalla de disidencia ganada contra la Revolución como proceso. Apropiarse de su obra repartera y representar lo cubano con la cintura y con la bajanda es y debe ser, también, tomar en cuenta al otro —al pueblo repartero— y reconocerlo y acogerlo. Un reparto en cuerpo, en alma y en consciencia, sería entonces reparto disidencia.

Tal vez, para esa juventud que aún vive en Cuba en condiciones que quiebran el espíritu, el reparto es la voz y el medio más empático que hayan encontrado bajo el régimen de la Revolución y Fidel Castro. El sexo, la calle, las drogas y la violencia como refugio han sido el respirar de estas nuevas generaciones, pues con el carnet del Partido Comunista o la Juventud Comunista llegarían a los mismos males y modos de vida pero presos, sumisos y terribles por la Revolución. 

Escoger el reparto antes que a la nueva o la novísima trova, o escoger a Yosvanis (Chocolate MC) antes que a Silvio o a Fidel, es probablemente el estado de alma más libre que pueda tener la juventud cubana dentro de Cuba. No hay alivio en la voz del revolucionario o fidelista; sin embargo, el llanto de las caderas es siempre liberador bajo la voz sazonada del choco-reparto.

Hijos míos anden con tacto, ustedes saben que yo los parto,
que yo no soy el rey de to’l reparto, yo soy el mismísimo reparto.
Pow Pow Pow Pow!





Top 10 Subjetivo de Chocolate MC

  1. Bajanda (por el despunte)
  2. El gato (por el referente)
  3. El necio (por Silvio)
  4. Zíngamhe (por el remix)
  5. El totaso (por la idea)
  6. Fuego con la PNR (por lo disidente)
  7. Tremendo prende (por la cultura)
  8. Pobre enamorado (por la poesía)
  9. Guachineo (por la trascendencia)
  10. Voy a pegarlas todas (por el statement)




Notas:
[1] Actitud corporal, poniendo una cara de desagrado y molestia.
[2] Así le dicen en los barrios de La Habana a un juego de cartas con apuestas, parecido al póker por la actitud a adoptar cuando se juega. El juego puede tener hasta 4 jugadores. A cada uno se le reparten dos cartas, tres cartas al azar se exponen sobre la mesa y el otro manojo queda para repartir, si es necesario, otras dos rondas más de cartas a cada jugador. Solo se juega con las cartas “mayores” y los valores, de manera ascendente, son: 6, 7, 8, 9,10, J, Q, K y el As. Gana quien tuviese mayor puntuación en la combinación de cartas. Evidentemente, la combinación de 2 Ases era la más alta. Cuando se tenían combinaciones del mismo tipo, llamadas tríos, valían más que las combinaciones mixtas. Por eso los 3 Ases de Chocolate, nadie podría entonces derrotarlo.
[3] La palabra churrupia, en el argot popular y de los becados, es aquella bolsa de migajas que queda con pedazos de galletas, restos de comida. Los alumnos más virulentos de esos internados en la campiña, para demostrar su poderío, luego de terminarse su paquete de galletas de “soda” revolucionaria, decían: “Llévense la churrupia”.





© Imagen de portada: Chocolate Mc.




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Catherine Zuaznábar: “Yo quería volver a bailar en Cuba” (I)

Edgar Ariel

“A veces los bailarines se exigen demostrar que son buenos. Esa etapa para mí ya pasó. He estado en grandes compañías. He bailado obras de grandes coreógrafos”.






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