Quince minutos de felicidad occidental



1) Otra vez es 1996 en La Habana. En otro siglo XX, otra historia, otro hoy.
 
2) Meses antes, el pueblo de la capital cubana se había tirado a vandalizar vidrieras y gritar “libertad” en plena calle. Protagonizaban las postrimerías de la Revolución.
 
3) Poco después, la gente se tiró a sí misma al mar. Mamíferos desquiciados que ya no querían saber ni de dictadura ni de democracia. Remar, rezar. Irse es irse es irse.
 
4) Huían del hambre, de la inercia insular, de las enfermedades tercermundistas, del aburrimiento y la simulación, de la mentira y el miedo y la manipulación, de la bobería y la arbitrariedad y el abuso, de la demasiada patria, de esa objetividad científica del marxismo, del Partido Comunista local y del comunismo internacional, de la demasiada justicia, del crimen maquillado de compasión, de la demasiada poesía, del timbre de voz tan familiar (a veces en paz, a veces violento) de Fidel Castro.
 
5) El flujo de extranjeros a Cuba, en cambio, continuó como si nada. Diríase que ninguno se enteró nunca de nada. Inocencia insultante de los peregrinos políticos o turistas revolucionarios o compañeros de causa. Todos aplaudiendo en primera fila desde los cuatro puntos cardinales del mundo occidental. Sin extranjeros, la Revolución Cubana hubiera tenido que inventarlos si es que aspiraba a sobrevivir.
 
6) Muhammad Alí no podía ser la excepción. Gigante bonachón. Ralentizado por su enfermedad terminal. Haciendo chistes de uppercuts al mentón de barba cana del comandante en jefe. Los dos morirían veinte años exactos después, en el 2016.
 
7) Teófilo Stevenson los contempla orgulloso. Tiene problemas con el consumo de alcohol. Para entonces recién ha matado o está a punto de matar a un compatriota, mientras manejaba su carro. Los mira a ambos en silencio sonriente. El campeón mundial de boxeo amateur nunca aprendería del todo a hablar.  
 
8) No creo que exista un norteamericano que no sienta en su alma admiración por Fidel. Incluso aquellos que lo combatieron. Es como si, de algún modo, los norteamericanos nos estuvieran diciendo que deberíamos dar las gracias por haber contado con la figura universal de Fidel. Como si nos estuvieran acusando por ser tan malagradecidos con él. También, como si estuvieran a la espera de lo peor para Cuba para por fin demostrarnos a los cubanos que vamos a extrañar a Fidel.
 
9) Como puede notarse en cientos de fotografías, los únicos instantes de humanidad del caudillo cubano ocurrían siempre con extranjeros. Fidel se sentía en casa cuando lo rodeaba la fascinación foránea. En más de un sentido, él mismo fue un extranjero, un imprevisto, un invasor. Como tal, nunca pudo confiar en los nacionales. La guerra existencial de Fidel Castro no era con el imperialismo ni los imperialistas, sino en contra de la cubanidad. Y la ganó.   
 
10) En muchas fotos de Fidel Castro no aparecen mujeres. Mucho menos, mujeres cubanas. En esas él tampoco se atrevía a confiar.
 
11) A inicios de 1996, algunos norteamericanos fueron asesinados por órdenes expresas de Fidel Castro. Sin caer en el amarillismo mediático, la sangre de esos compatriotas todavía gotea en blanco y negro de los guantes invisibles de Cassius Marcellus Clay, Jr.
 
12) La luz de la foto de este lunes es artificial, por supuesto. Son fotones emitidos eléctricamente para las cámaras fijas y de filmar. Fidel tuvo la virtud o el vicio de vivir así, rodeado de una luminosidad noticiosa maravillosa. Mítica. Ese halo lo protegía más que sus tres o trece cordones de guardaespaldas.
 
13) Para los ciudadanos libres del mundo occidental, era inconcebible la idea de desperdiciar sus quince minutos de fama junto a Fidel. Lo sigue siendo, incluso muerto Fidel. Uno de esos ciudadanos libres del mundo occidental me contó hace poco que, casualmente por ese año de 1996, Fidel Castro y él estuvieron un buen rato compitiendo a ver quién movía mejor las orejas. No sé si el detalle aparecerá en alguna biografía del líder cubano, pero es un hecho. El extranjero conserva un video y me lo enseñó en su apartamento del Upper West Side de Nueva York. No me dejó ni tocar la pantalla. Al parecer, motivado por una demostración orejil del extranjero en una visita anterior a la Isla, Fidel Castro se había enseñado a sí mismo a mover las orejas. 
 
14) No hubo uppercuts al mentón ni tampoco orejas movedizas en la sesión de fotos habaneras del Líder Máximo con Muhammad Alí, apodado The Louisville Lip (“El Labio de Louisville”) por haber nacido en esa ciudad y no saber callarse sus secretos de púgil profesional. The Havana Lip, sin embargo, se los llevó todos a la tumba. Ni testamento dejó. Su piedra funeraria es muda o contiene caracteres intraducibles. Los cubanos nunca conoceremos a Fidel Castro.
 
15) No te hagas ilusiones: tú también has vivido una vida ajena. Rodeado de los discursos y hechos de Fidel Castro. Da igual si tirando o recibiendo golpes bajos, una vida ajena es una vida ajena es una vida ajena.




fidel-castro-navidad-cuba

Santa Castro

Orlando Luis Pardo Lazo

Fue, fumó, fascinó.






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1 Comentario
  1. Me place enormemente leer las sabias y fluidas letras de Orlando Luis Pardo Lazo, describiendo pasajes de cuando el asesino en jefe todavía vivía, y diferentes anécdotas de ese período en que no lo había leído a él sumergirse todavía. Solo lo había leído describir en un argot demasiado contemporáneo para mí, sucesos y vivencias de la nueva Cuba de los últimos años. Pensaba que no le interesaba el pasado o quizás no lo conocía, a pesar de su vasto conocimiento. Sí, me place oír esa fraseología que solo Orlando Luis Pardo Lazo puede hilvanar, en ese recuento de infames proporciones.

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