Kelly Martínez-Grandal

República del Rajatabla 

Cuando se prendía, se prendía. 

Aguanile y sudor,
barro de los cuerpos abrazando otros cuerpos. 
Bar Rajatabla y el chin chin de las botellas, 
república independiente de juglares y locos,
de una ciudad neón y la tenue vasija de su noche. 

Allí la lucha de clases se resolvía bailando. Era tan fácil. 
(Marx, obvio, nunca se bañó en las playas del Caribe) 
Luego lo cerraron en nombre de la lucha de clases, 
como todo el país se convirtió en espacio yermo
y no estaba Oswaldo, que se fue a México 
ni Mauricio, que está en Los Ángeles
ni Wendy, que ahora vive en Costa Rica
mientras Ariana pasea por Barcelona y visita a Tomás 
y a Mariana, que está en Irlanda
Enrique no baila a Jéctol en las calles de París 
y yo escribo desde Miami. 
Ya no quedaba nadie. 

Bar Rajatabla, en tu barriga besé, 
tuve amores infieles.
A dentelladas mordí
la carne de mis vergüenzas. 
Fui
con toda la furia mis veinte.
En tus entrañas retamos a Dios 
para ser expulsados, errantes 
hijos de una república descolorida, 
despedazada. 



Olokun

Me da miedo el mar,
su hondura milagrosa poblada de secretos. 
Cada ola la vida y la muerte. 

Confluencia de ríos,
me da miedo el mar.
Lo que hay de él en mí escrito con su sal. 
Ese vértigo sereno, ese pájaro en la noche. 



Perro en la boca 

Mi abuelo
tenía un solo traje para los velorios,
sabía que la muerte despedaza la memoria: 
nadie recordará cómo fuiste vestido.
Ir presentable, si acaso,
colores no estridentes.
La muerte no tolera estridencias, 
protagonista, diva insoportable. 

Cuando llega hay que hacerle cortejo,
poner la mesa,
viene siempre hambrienta como un perro callejero. 
Pasarle la mano y decidir
quién en la familia la adopta esta vez,
ir tapando huecos donde entierra huesos
que se comerá más tarde.
Huesos en la tierra chocando contra las raíces. 

Cuando llega hay que ponerle nombre 
y aceptar el orden que se altera.
Esta casa no va a ser la misma, 
será una casa habitada por la muerte: 
bestia huérfana que no sabes de amores, 
bestia huérfana que te enseña los dientes. 



Se resiste, no cede 

Se resiste, no cede. Las manos empujan el estómago distendido de la realidad. Todos los días la noria, su estribillo cansino, los trajes roídos de los funámbulos. 

Cortarse las manos podría ser un cambio. Sangre diamante aleteando sobre el suelo podría ser un cambio. Pero las manos empujan, escriben, coleccionan cadáveres de flores que pone a flotar solo para verlas ahogarse porque ella se ahoga. Se ahoga al sol, en la bisutería de las aceras, en las tardes de perlas negras.

¿Con qué humo espanta el cúmulo de moscas, manchas grasientas sobre las sobras del banquete? ¿Con qué humo las telarañas del odio? Todos contra todos en La Guerra de los Mil Ojos. La pesadumbre en el cuerpo arrastrando los pies. 

Si intenta abrir un hueco, el hueco se cierra. Aquí la humedad, la oscurana, las alas sordas de los murciélagos. Pero se resiste, no cede, incluso cuando la garganta queda en silencio, espacio febril. Niños alucinando conciertos de osos. 

A veces sueña con ser pez, un mar profundísimo donde habita una diosa con campanas. La espuma de sus pechos alimentando huesos y corales. Entregarle su cuerpo podría ser un cambio. Carne alga como alimento para cangrejos. Pero el cuerpo se tensa cuando el hombre lo toca, dibuja la orilla, la hace flotar. Vibra bajo sus ojos plancton. 

          Se resiste, no cede.
          Salta la marisma, abre sus larvas. 



Gajes del oficio 

A Elisabetta B.
 

Ser poeta no es estar en la luna, 
tampoco morder el polvo de la soledad. 
Los poetas también barren
y crían hijos
y cuervos
y a veces no se deshojan en otoño,
ni florecen en primavera.

Ser poeta es ser servil a la palabra, 
ponerle la mesa. Si tiene sed,
una limonada al pie de una palmera,
un abanico egipcio.
Pero los poetas también planchan, lavan ropa, 
recogen la caca del gato
y maldicen o bendicen su suerte,
tienen la desgracia de acertar. 



Boat people 

                                    A Michaelle Ascencio.
 

Los trajeron en barcos, amarrados como bestias. 
Congos, creían que cuerpo y alma
al morir
regresaban juntos a la tierra de los ancestros.
Para eso había que ser enterrado en el propio suelo. 
Algunos se arrojaron al mar. 
Otros vinieron a Haití, a la mordedura blanca, 
cuerpos sin casa que podían ser revividos. 
Luego vinieron los boat people
miles de muertos en el estrecho de La Florida. 

—No te juntes con haitianos —me dijeron—
                          No trabajes con haitianos. Pero una enfermera 
                                         haitiana acuna a mi padre en lopital,[1]
lo ayuda a morir. 

Punto sin luz en América Latina, parece que el terremoto 
                              quiere barrerlo. Con el vudú no te metas. 
Hollywood hace películas sobre zombies, 
series sobre zombies,
zombies sobre zombies que
infectan todo 
mientras ella canta en lopital, lo ayuda a morir,
la bata blanca de Maman Brigitte.
Pero no te juntes con haitianos, me dijeron, con zombies. 
Los trajeron en barcos,
amarrados como bestias. 



Doméstica

Duermo sin madre.
Tengo miedo
de lo que cabalga hacia la luz. 
Trapo de silencio,
pesa el destino sobre estos huesos, 
su amor y su desamparo. 

Espanto de oro 
lloran los niños. 
Duermo sin madre
y en la casa se cuela un pájaro, 
aletea sobre las fotos,
apaga velas. 

En la casa se cuela la melancolía. 



En las fotos me parezco a Norma Jean

No todos los caminos conducen a Roma, 
lo admito.
El mundo se llenó de fronteras,
suma y resta para construir, 
ni hablar de divisiones y multiplicaciones. 

Admito el desierto, mi impaciencia con Dios, 
macho sordo mirando el fútbol. 
A lo mejor si le ofrezco una cerveza.
 
Admito todo eso y que a veces,
en las fotos,
me parezco a Norma Jean.
Pero no me sienta el rubio platinado 
ni seré amante de un presidente, 
ni de su hermano.
No voy a tomarme un frasco de pastillas 
antes de cumplir 40. 



Blanco sobre blanco 

Prefiero que el blanco arrase.
El blanco tiene muchos tonos,
lo sabía Malevich.
Uno huye del MoMA y está ahí disuelto 
—volumétrico, malandro— 
en el descansillo de la escalera. 

Ese día era gratis,
todo el mundo un selfie frente a Van Gogh. 
No fue hecho para fondo de su cara, contemple, 
en el ombligo solo hay pelusa
y uno ahí, como alelado,
tratando de escuchar. 



Estirpe

Entre cuatro paredes preso, molinos de viento,
                                       Cervantes alucinó al Quijote. 

Caravaggio se hizo famoso en el exilio, en Nápoles, 
il pittore maledetto.
Estando borracho mató a un hombre por accidente. 

Matisse comenzó a pintar convaleciente,
a los treinta años su madre le regaló una caja de acuarelas. 

Anna Ajmátova siguió escribiendo (y tomando vodka) 
                                      cuando enviaron a su hijo a Siberia, 
un marido fusilado enfrenteTuvo amantes luego. 
¿Qué podía hacer una princesa tártara sino sobrevivir, 
                                                           contar lo que nos pasa? 

Algunos no pudieron,
Celan se arrojó al Sena,
Benjamin eligió una frontera para morir.
Sylvia Plath hizo la cena y metió la cabeza en el horno. 
El sufrimiento es una bandera, 
conquistamos o nos rendimos, 
Hay que saber cuándo ondearla. 



Impre(ci)siones de Nueva York 

Enloquecida y lumínica,
Nueva York estalla como un cohete.
Ciudad-pulpo, en tus tulipanes asesinaron a Lennon. 

Arriba la inmensidad, lo inalcanzable, 
el punto verde, la estatua faro. 
El cielo cristalino del High Line en el otoño. 
Abajo Ginsberg, disfrazado de profeta niña, 
en un vagón anuncia la locura, 
las mentes brillantes, el Juicio Final.
Una japonesa y un payaso lo interrogan.
Tienes razón, Stieglitz, solo se puede fijar en fotografías. 

El puente de Brooklyn se alza sobre mi cabeza, 
olor a máquina
el humo pútrido de las alcantarillas. 

A un mendigo-ángel lo persiguen las palomas.
En esa iglesia se habla directamente con Dios, me dice 
                           y ríe con el rostro arrebolado por el frío. 
Le creo y entro,
un coro de espuma anida sobre el mar. 

En las noches, de regreso, un hombre me abraza. 



Villancico

Esto 
no resuelve nada. 
Puedo escribir cien poemas 
que no resuelven nada. 
El mar sigue allí, 
la ciudad continúa 
su canto ajetreado de autopistas 
y que yo escriba los versos más tristes 
no repara la herida del mundo. 
Pero hace una noche esplendida,
un aire lleno de olores
de frituras grasientas que se cuecen en cebollas, 
un jazz lejano se cuela en la ventana.
En alguna parte la gente es feliz
y la Navidad se acerca. 

Si estamos lejos de casa,
estas líneas no podrán solucionarlo.



Indian River 

De Okeechobee a St. Lucy, el agua 
ve despegar cohetes.
Fuego breve se eleva,
estrellas que conoce desde niña. 

Cielo nacarado, valva de un molusco, 
en los manglares no ha llovido lo suficiente. 
El sur está solo, silencioso 
y el invierno no termina de irse. 
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Hoy el Indian River no tiene
rastros de despegue. Duerme,
murmura desde su orilla.
No abarca mi mirada su llanura de plomo. 



Jack Kerouac no me engañó 

El país de Kerouac no existe. No son lo mismo las autopistas. 

Hacer dedo en la carretera puede significar aparecer en el cartelito de desaparecidos de Walmart. Kerouac me mintió, me vendió un espejismo. 

Yo vine de Carolina del Norte en carro y lo único que vi fueron pinos. Nada de músicos y ni sombra del bayou; un país enorme, salvaje. 

Pinos y un ciervo. Fue como ver un unicornio. 

Cuando entramos a La Florida se acabaron los pinos y empezaron las palmeras.
 
Uno confía demasiado en los escritores y yo, a Kerouac, además, le hubiera hecho pestañitas. Su país se perdió, a lo mejor habría que poner un cartelito en Walmart: Make America Exist Again

Luego prendo las noticias y he aquí a un policía que mató a un hombre negro. Al carajo el letrerito de las guaguas, tan lindo, dedicado a Rosa Parks. He aquí a los mexicanos, “los Pedros y Panchos del estúpido saber popular americano”, acusados de violadores; los viejos, que ya no sirven a nadie. Las mujeres indígenas no son contabilizadas en las listas de desaparecidos. 

No aparecen ni siquiera en los cartelitos de Walmart. He aquí la rueda del odio. 

No son lo mismo las autopistas, están llenas de carros que van a millón. A nadie le importa nadie. 

Pero el Hudson sigue con chimeneas enormes ocultas en la bruma, en el humo que arrojan sobre Manhattan y en Oklahoma un campesino siega la gavilla. Hoy la estrella de la tarde se pondrá nuevamente sobre la pradera. 

Jack Kerouac no me engañó. 



Medulla Oblongata

VI

     Doncella impronunciable.
A Toñito.

Kore,
el ritmo de tu cuerpo es el ritmo de la tierra, 
tuya es la raíz y tuya es la semilla,
granada     reverso bajo el sol. 

Tuya también la soledad.

Allí está tu madre sollozando sobre el río, 
allí está tu madre reclamando tu inocencia,
joven Ofelia diluida en la corriente de la noche,
centro misterioso socavando la estructura del poema: 
un niño y una serpiente abrazados en la canasta.
El camino
hoy cubierto de fábricas.

Kore,
tu nombre es un conjuro impronunciable.



XI

¿Cómo se llamaba mi ancestro mongol?
¿Domesticaría halcones siendo niño?
¿Qué habrá pensado la primera vez que vio el Caribe?

Es su voz lo que ahora me obliga a soñar estepas.
Una voz incomprensible atrapada en un hueso, recia,
atravesando siempre montañas boreales.
Es su voz lo que ahora me incita 
a un cielo lejano,
nostalgia plagada de caballos pequeños.

¿Qué permanece en mi sangre de su sangre?
¿Qué permanece en mi vuelo de su vuelo?



XIII

Una niña baila sola en el patio, 
sin música,
batiendo las palmas con un choque de anillos. 
Su falda es un pájaro  puñal emplumado, 
un vértigo rítmico anunciando la herida.
Gira, gira absortos los ojos, 
gira huracán.

Afuera el viento y las hojas,
la savia de un árbol crujido de fuego 
naranja olorosa
la cenefa del sol
y ella
alzados los brazos 
repletos de un dios.

Una niña baila sola en el patio, 
dibuja la calma
con sus pequeños pies.

Ajena a mí, 
indiferente
a los bramidos del mundo. 

Ajena al fracaso.



XV

Estabas allí    presta
para el llamado del fuego.

No viniste a este mundo para exponer falsedades.

Estabas allí contemplando el anverso del cielo, 
tejiendo humos que no dan tregua.
Niña blanca monstruosa seducida por el crimen,
escuchando. 
Escribiendo.





Nota:
[1] Hospital, en créole.



© Imagen de portada: Kelly Martínez-Grandal.




Sobre la autora:
Kelly Martínez-Grandal  (La Habana, 1980). Poeta, narradora y ensayista. Tiene publicado en edición bilingüe los poemarios Medulla Oblongata (2017) y Zugunruhe (2020, Medalla de Plata de libro bilingüe y Premio de Poesía Juan Felipe Herrera del International Latino Book Awards 2021), traducidos al inglés por Margaret Randall; las plaquettes Paria (2019) y Una luna anacoreta(2021); y el libro de cuentos Muerte con campanas (2021). Realizó la antología Todas las mujeres (fulanas y menganas) (2018) y aparece como autora en las selecciones 101 mujeres contra la violencia de género (2014), Aquí ellas en Miami (2019), Equívocos. Poetas cubanos de inicios del siglo XXI (2022) y la colección de ensayos Iluminado artificioEnsayos sobre la obra de Mercedes Roffé (2022). Actualmente vive en Miami, donde trabaja como editora de producción.




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Poemas

José Miguel Navas

Corrí al ave / bello animal mecánico / leche desnatada
subí al monstruo que me llevaría al cielo
revisé mis hormonas / escribí un diario 
soy niña / mestiza / des binaria / escuela / bruja / sudaca






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