Carta abierta al bienalista

Colega:

Podría empezar con uno de esos “no tengo corazón para exigirte o exhortarte a…”, pero no lo voy a hacer. 

No es necesario ser grandilocuente. Nos conocemos hace tiempo y mis palabras no van a ser más oportunas porque las deslice de una determinada manera. Prefiero que este mensaje parezca más una conversación como las que solíamos tener, ya que me decidí finalmente a combinar unas letras y comunicarme contigo, aunque sea por última vez.

¿Recuerdas aquello de que no hace falta definir qué es el arte para hacerlo y hacerlo bien? Esa sigue siendo una verdad enorme y no va a cambiar, aunque nos caigan encima mil pandemias y academias. Pero estamos en tiempos en que vale la pena no perder de vista aquel aforismo habilidoso que nos encanta, aunque te suene ahora mismo como una inoportuna definición: “El buen artista sabe hacer, con gracia, que un tareco no parezca un estorbo en el espacio; que una representación sea siempre sublime; y que sus actitudes políticas sean, al mismo tiempo, sus escudos y credenciales como ciudadano del mundo”.

No se trata de hacer lo que sea por engordar el currículo, de competir o de hacer lo posible por llegar “tan lejos” como otros artistones del patio…, eso es asunto personal de cada cual. Se trata de que tampoco se debe perder de vista que vivimos en un contexto en que el Estado lo controla todo y nos desprecia a todos por igual, aunque no lo parezca.

Una bienal de arte es una convención de manipulaciones, más o menos controladas, en cualquier contexto. La Bienal de La Habana no es la excepción. La diferencia del evento habanero con los de otros lugares es que en vez de ser un paquetazo de jugadas maestras en función de acumular poder en el contexto del arte, y dinero, se trata de acumular poder desde el punto de vista político, cuidándose siempre de que el dinero generado no sea demasiado.

“Los comunistas siempre tienen problemas con el dinero de los demás”. Leí esto hace poco y me encantó. A ti seguro también te encanta.

La Bienal de La Habana es un evento que nació condenado a la orfandad, como todo proyecto de gran envergadura impulsado por Fidel. 

Hace una pila de años ya, estaba con un piquete dando una vuelta, bajando unos alcoholes, por Habana Vieja. En el piquete estaba nuestro querido Hamlet Lavastida. De pronto, estábamos entrándole a la Catedral por la Calle de la Bodeguita del Medio y pasamos por el frente del Lam (Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam) y empezó, por supuesto, la risotada y el cuero que nos hizo terminar hablando de la Bienal de La Habana. 

Hamlet, que imita al líder histórico como nadie, me pasó el brazo por encima del hombro y me dijo que me hiciera la idea de que era Eusebio Leal. Comenzó a hablar como Fidel y yo no podía parar de reírme. Decía algo, apuntando al Lam, así como: “en este lugar vamos crear la institución que se encargará del arte contemporáneo, más importante de América Latina… Qué digo yo de América, del mundo. Es más… ¿Por qué no hacemos la bienal de arte más importante del hemisferio; para revindicar el arte de los pueblos de Asia, de los pueblos africanos, de todos aquellos pueblos que el imperialismo quiere avasallar…?”.

Nunca he olvidado esa noche. No tengo idea de si pasó algo así o parecido en la vida real, pero sintetiza perfectamente el espíritu de cómo se hacen ese tipo de cosas en Cuba. 

La Bienal de La Habana fue un evento que ganó su prestigio, no porque haya sido una iniciativa de Fidel, sino porque el trabajo en función del evento lo llevó a cabo un equipo de gente preparada, con mucho entusiasmo y ganas de hacer. Marcaron una época, porque es verdad que los grandes eventos artísticos no miraban en ese momento a esos artistas y esos territorios. Luego muchos lo empezaron a hacer y, gracias a eso, hoy tiene swing ver expuesta en un megaevento a una artista camerunesa, que vive y trabaja entre Yaundé y Paris…, o a uno boliviano, que trabaja entre Buenos Aires y Berlín. 

Una vez choqué con un catálogo en que la Segunda Bienal de La Habana (1986) estaba entre las exposiciones más importantes de la historia, en el período 1962-2002. El evento aparece como curado por Lliliam Llanes, Gerardo Mosquera y su equipo. Dicen también que Jean-Hubert Martin y su team no hubieran hecho Mágicos de la tierra (1989) en el Centro Georges Pompidou y el Grand Hall de la Villete si no hubiera existido la Segunda Bienal de La Habana… Quién sabe. De todos modos, no importa.

La Bienal de La Habana se ha mantenido como evento cultural oficial del gobierno cubano a través del tiempo, a pesar de no ser rentable, porque es una herramienta de control político. Con la Bienal, el Estado monitorea, de la mejor manera que puede, el impacto y el feedback que puede generar el arte cubano de cara a la arena internacional. Ha sido el evento en que algunos artistas no cubanos, que hoy son de renombre, tuvieron oportunidad de enseñar lo que hacían y se pudo ver, de paso, acá. También fue el espacio desde el que se impulsaron las carreras de unos cuantos artistas cubanos. Pero nada de eso niega que la Bienal de La Habana es un abuso. 

Es tristísimo ver cómo quienes han tenido posibilidad real de beneficiarse de la Bienal, como evento artístico, son unos poquitos, siempre con consentimiento del Estado y en sintonía con intereses que casi nada tienen que ver con el arte… 

La Bienal de La Habana es un hueco que se abre cada tres años (ni siquiera cada dos), de modo temporal, en las paredes de una celda en que estamos recluidos todos. Por ese hueco entra aire limpio y respiran solo unos cuantos, porque no hay capacidad para todas las narices y bocas. Eventualmente, alguno puede salir por el agujero, pero solo eventualmente. Más triste aún es que esas boconadas de aire que han logrado agarrar algunos no son tanto logros artísticos como venta de obras. Eso no está nada mal; pero se trata de supervivencia, no tanto de trabajo artístico. 

La Bienal de La Habana funciona para muchos como una feria de arte, pero como feria de arte es, si acaso, una vergüenza; como evento artístico es, si acaso, algo hecho a duras penas, donde las cosas quedan más o menos bien y hay que conformarse porque es “lo único que tenemos.”

Te comportas hoy como un bienalista y no te lo digo para que te sientas ofendido. Perdóname si así es. Vas a aceptar participar en la Bienal de La Habana porque crees que las bienales son un caminito de piedras en un jardín: la de La Habana, luego la de Curitiba a lo mejor, con suerte después la de Venecia. Creo que estás equivocado, pero si ese es tu punto de vista lo respeto. Lo que pasa es que en los últimos tiempos la Bienal de La Habana es algo más específico aún: 

La Bienal de La Habana hoy es la Bienal que se pospuso en 2018 con el pretexto de los destrozos del huracán y que en 2021 va a tener lugar en medio de la crisis económica y sanitaria más terrible que ha vivido Cuba en años, sin que importen las consecuencias. 

La Bienal de La Habana hoy es el evento con que el Estado confirmará que está bien que estén encarcelados Luis Manuel Otero y Hamlet Lavastida, a pesar de que no han cometido ningún delito. Básicamente, lo que vas a hacer es aprovechar una oportunidad de enseñar tu obra, pero como parte de una puesta en escena en función de criminalizar a colegas de profesión y de legitimar lo que mantiene al Partido Comunista en el poder: el terror instalado en el corazón de tu pueblo.

Hace unos años, mientras hablábamos sobre la pertinencia, o no, de que un artista cubano se mantenga en Cuba para poder hacer una obra poderosa, me decías que, en Cuba, por lo menos, las personas iban a poder siempre comprarse unos boniatos en el agro con cuatro pesos. Me gustaría saber qué piensas hoy y si sabes el precio del boniato. 

La mayoría de los artistas cubanos, que vivían y trabajaban en Cuba, que me ponías como ejemplo de lo que se debía hacer, que lograron trabajar con las mejores galerías y hacerse de un mercado estable, mira hoy donde viven. ¿Sabes por qué? Porque no se trata de que lo idóneo sea, para un artista cubano, quedarse en Cuba para que su obra sea buena de verdad. Quedarse en Cuba, a pesar de que sea un infierno, se trata de sentir que la Isla lo merece y que la Isla te importa como para correr el riesgo de vivir en ella. Como hemos hecho tú y yo… Hasta ahora…

Hace unos días choqué en Internet de casualidad con una foto en que se ve un apartamento, con arquitectura e interiorismo inspirado en el movimiento moderno, de los que tanto nos gustan. En una pared se veía uno de los retratos que Andy Warhol le hizo a Mao. Me acordé de ti porque recordé, a la vez, cómo hace unos meses hice un diseño con la cara del Che Guevara, en rojo sobre blanco, sobre un letrero que decía Supreme Abjection, jugando con la visualidad de la marca de ropa: la marca había sacado unas camisas chulas (de las que te encantan) basadas en el patrón de las caras del Che que el mismo Warhol hizo a finales de los 60. 

¿Sabes por qué las imágenes del Che y Mao aparecen sobre una pared o en una camisa sin conflicto aparente? Porque mucha gente, oportunamente, invirtió buen dinero en hacer rentables sus condiciones de íconos culturales. Con Hitler, por ejemplo, no pasaría lo mismo, porque mucha gente en su día, también oportunamente, invirtió capital financiero y simbólico en que fuese recordado como la imagen absoluta del mal. Las tres figuras fueron responsables de la muerte de miles de personas, pero el Che y Mao trascendieron como revolucionarios y Hitler no. Es así de simple.

Participar hoy en la Bienal de La Habana es colgar sobre una de las paredes del apartamento de tu corazón una imagen de la isla de Cuba en descomposición, pero que luce cool ante los ojos de muchos. Vuelvo y te repito que no pretendo persuadirte de nada, solamente me siento en el deber de decírtelo porque te estimo…

Un abrazo. Saludos a la tropa.       




julio-llopiz-casal

Tres artistas cubanas: Corazón bombardero tras el seno

Julio Llópiz-Casal

Antonia Eiriz, Sandra Ceballos y Camila Lobón son un camino las tres juntas. Sus obras son una respuesta firme ante el floripondio prestablecido que intenta autentificar la cultura oficial hasta llegar el tedio.





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