La persona más libre


Recordando la lucha política (y poética) de la escritora cubana María Elena Cruz Varela en su cumpleaños 70



¡Que le sangre la boca, que le sangre!


La poeta y periodista cubana María Elena Cruz Varela recordará con amargura toda su vida los traumáticos hechos vividos el 19 de noviembre de 1991. Esta bella mujer y premiada poetisa, nacida un día como hoy, 17 de agosto, pero de 1953, en el seno de una humilde familia campesina en la finca “El Laberinto” de Colón, Matanzas, nunca imaginó que ese fatídico martes de cielo despejado se vería obligada, literalmente, a comerse sus propias palabras.

Eran las cinco de la tarde cuando una turba enfurecida de trescientos militantes se reunió frente a su modesto apartamento en el reparto Alamar en el extremo este de La Habana. Traídos directamente de sus trabajos estatales, esta “brigada de respuesta rápida” patrocinada por el gobierno envió a un par de funcionarios de la Casa de la Cultura local, una pareja llamada Pablo y Nancy que ya eran conocidos de María Elena, para engañarla para que abriera la puerta de hierro que protegía la puerta principal de su apartamento.

Cuando dijeron que habían venido a aprender más sobre los folletos con su nombre y del grupo disidente Criterio Alternativo que habían aparecido por la ciudad el día anterior, ella les abrió la cerradura.

Fue entonces cuando la multitud irrumpió violentamente en su apartamento. Antes de refugiarse infructuosamente junto con su hija Mariela, de 16 años, y una amiga visitante y compañera disidente llamada Gladys González Noy, lo último que María Elena recuerda haber gritado con incredulidad a sus atacantes fue la pregunta: “¿Pero para hablar conmigo, tienen que traer las turbas?”

“Todo fue en fracciones de segundo”, recordaba después González Noy. “Aquella mesa la viraron al revés. No dejaron nada sano en aquella casa, no dejaron un vaso, un adorno, el refrigerador… Aquello fue horrible, algo así como si hubiera pasado un ciclón.”

Aunque no era el objetivo principal de la turba, ya que ese día se encontraba por casualidad en la casa de María Elena, González Noy fue denunciada por la multitud como “burguesa” mientras le vaciaban un jarro de café aún caliente en la cabeza. Luego, la manada de invasores buscó la preciada y ofensiva máquina de escribir de marca Olivetti de María Elena, asegurándose de llevársela.

Finalmente, agarraron a la propia María Elena y la colmaron de puñetazos e insultos verbales obscenos. Luego, la pusieron en una llave de estrangulamiento, la agarraron del cabello y la arrastraron por los cinco tramos de escaleras y la sacaron a la calle, sin permitirle que se parara sobre sus propios pies mientras bajaba.

“Cuando bajaron a mi hija, se me juntó el cielo con la tierra”

Allí, frente a su edificio, la arrojaron contra un auto estacionado y, mientras los gritos enloquecidos de la turba la envolvían, María Elena notó con horror que también habían bajado a su hija Mariela a la calle, para obligarla a presenciar la humillación pública de su madre. “Cuando bajaron a mi hija, se me juntó el cielo con la tierra”, recordó después con tristeza.

Entonces, una agente de la Seguridad del Estado ordenó a María Elena que se comiera un fajo de papel que intentó forzar en la boca de la poeta. Instintivamente, ella apretó los dientes, pero el agente logró abrirle la boca y empujar el fajo adentro, gritando: “¡Come, come tu cochina propaganda!”

Aunque, de hecho, nunca se tragó el fajo de papel, María Elena notó de inmediato el sabor metálico a sangre en su boca. Al ver esto, una mujer de la multitud exclamó: “¡Le sangra la boca!” Pero luego añadió triunfante: “¡Que le sangre la boca, que le sangre!”



Todopoderosos frente a su víctima


Cuando finalmente intervino la policía, que observaba pasivamente este sorprendente pero clásico “acto de repudio” cubano, no fue para arrestar a ningún miembro de la turba violenta, sino para detener a la propia María Elena.

En esta ocasión, además de un grupo de agentes de la Seguridad del Estado que dirigió toda la operación, los principales perpetradores fueron miembros orgullosos de la Federación de Mujeres Cubanas (la organización paraestatal dirigida por la esposa de Raúl Castro, Vilma Espín) y de los Comités de Defensa de la Revolución, haciendo difícil de creer la afirmación tan escuchada de que tales turbas eran grupos espontáneos del “pueblo enardecido”.

De hecho, muchos de los presentes en estos ataques son llevados allí bajo coacción directamente desde sus trabajos o escuelas, y solo participan por una mezcla de miedo, oportunismo y cobardía. Y resulta que un par de jóvenes estudiantes arrepentidas, todavía vestidas en sus uniformes de secundaria, regresaron al apartamento de Alamar unos días después.

Solo una de ellas tuvo el coraje de tocar a la puerta. Cuando Mariela lo abrió con miedo, esperando otra ronda de insultos o algo peor, la joven estudiante, ahora llorando, soltó: “Yo fui uno de los que participó en el acto de repudio, pero lo hice porque me trajeron. Tenía miedo. Tu mamá es una heroína. Perdóname”.

María Elena fue llevada a la estación local de policía de Alamar, donde permaneció hasta la medianoche. Mientras estuvo allí, fue interrogada nada menos que por el jefe de contrainteligencia cubana, José Luis Gondín, quien le advirtió siniestramente sobre las consecuencias de sus actividades subversivas. Pero ella, dada su erudición y afición a las bromas verbales, respondió repitiendo la siguiente advertencia propia: “¿Usted conoce historia?”, le preguntó a Gondín. “Nadie que haya pedido la cabeza de alguien”, declaró, “muere con la suya sobre los hombros”.

El amigo y mentor de María Elena, el poeta y periodista Manuel Díaz Martínez, captó con maestría el significado que esta experiencia traumática tuvo, no solo para ella sino también para la cultura política cubana en general. Publicado en España cuando Díaz Martínez aún vivía en Cuba, su artículo “Crónica de un delito anunciado” constituye quizás el mejor análisis descriptivo de una de las prácticas más oscuras de la cultura política cubana:

“Un acto de repudio es un espacio abierto a las pasiones y la histeria. […] Quedan en suspenso los códigos, las leyes y todas las normas de legalidad y convivencia civilizada. […] Con esta práctica de raíz inquisitorial, puesta de moda en nuestro siglo por el fascismo, se intenta trasladar a la masa la responsabilidad de la represión […]. Se sienten todopoderosos frente a su víctima y se saben amparados por la más completa impunidad”.

Después de tres días bajo arresto domiciliario virtual, con la turba enfurecida todavía frente a su casa, el 21 de noviembre María Elena fue arrestada una vez más, pero esta vez no fue llevada a la estación de policía local sino a la infame prisión de Villa Marista, ampliamente temida como el cuartel general de la Seguridad del Estado.

Allí permaneció incomunicada durante casi una semana, sometida a una nueva ronda de interrogatorios. En un momento, durante un interrogatorio especialmente intenso con el veterano teniente coronel de la Seguridad del Estado Rodolfo Pichardo, María Elena le mostró el labio ensangrentado y los brazos y piernas con hematomas, exigiéndole, “¡Mire como me han puesto y fue su gente! ¡No fue ‘el pueblo indignado’!”

“Aquí damos golpes que no dejan huellas”.

Entonces, con una ternura casi paternal, Pichardo le hizo una promesa que nunca ha podido olvidar: “No te preocupes”, le dijo a María Elena. “Aquí damos golpes que no dejan huellas”.

Después, María Elena fue acusada de “asociación ilícita”, “edición clandestina de impresos”, “instigación a delinquir” y “difamación de los héroes y mártires de la patria”, a pesar de que la turba que se había congregado frente a su casa, agrediéndola y difamándola durante tres largos días, actuó con total impunidad.

“En Cuba no incurren en el delito de ‘asociación ilícita’ quienes se reúnen para asaltar casas, apalear a sus moradores y destrozar propiedades ajenas”, apuntaba luego Díaz Martínez con amarga ironía, “ni en el de ‘difamación’ quienes, en los periódicos oficiales, acusan de colaboradores de la CIA a ciudadanos que nada tienen que ver con este ni con ningún otro servicio de espionaje extranjero”.

En un juicio sumario que se llevó a cabo a puertas cerradas a finales de noviembre, María Elena fue condenada junto con tres de sus compañeros de Criterio Alternativo (Jorge A. Pomar, Gabriel Aguado y Pastor Herrera Macurán) y sentenciada a dos años en prisión.



Creo en el perdón, pero no acepto el olvido


María Elena pasó los siguientes 18 meses en el penal de máxima seguridad Combinado del Sur de Matanzas, donde fue sometida a una serie de interrogatorios interminables bajo una luz potente y deslumbrante.

“Feo. Feo. Horrible”, le explicaría luego a la periodista Yanisset Rivero. “Allí cambiaron muchas de mis ideas sobre el ser humano, sobre la belleza, sobre la mujer”. No solo tenía que protegerse de los abusos de sus carceleros, sino también de los ataques de sus compañeras de prisión, algunas de las cuales trabajaban en connivencia con el régimen para atacar a María Elena.

Mientras estuvo en prisión, toda su familia fue sistemáticamente aterrorizada por agentes de la Seguridad del Estado. Su hermana fue expulsada del Partido Comunista. A su padre, Pascual, militante del Partido, le dijeron: “O tu hija o el Partido”. A lo que él respondió: “No. A mí no me hagan escoger, porque yo me voy a quedar con mi hija”.

En una visita posterior a María Elena en prisión, su padre le confió: “Tú sabes que yo siempre he sido un cobarde. Pero no iba a renunciar a ti”.

Todas sus visitas familiares fueron supervisadas directamente e incluso grabadas por un par de agentes de la Seguridad del Estado. “Todo, las lágrimas, los extrañamientos, era en presencia de ellos”, recordó más tarde.

Y como para confirmar la ominosa promesa que le había hecho el agente de Seguridad del Estado, Pichardo, en Villa Marista, la poeta lamentó: “Mis hijos quedaron destrozados, muy mal. No tanto por los golpes como por las ofensas, los golpes morales, orales.”

Durante sus visitas a la prisión para verla, su hijo pequeño Arnold lloraba incesantemente y le suplicaba: “Mamá, dicen eso porque no te conocen”.

“Mamá, dicen eso porque no te conocen”.

Ser testigo del sufrimiento de Arnold en ese momento pesaría mucho en la conciencia de María Elena durante muchos años después.

Tras su liberación anticipada el 24 de mayo de 1993, debido al deterioro de su salud, su amenaza de huelga de hambre y gracias al clamor internacional que acompañó su encarcelamiento, María Elena viajó al extranjero en 1994 con la intención de regresar nuevamente a Cuba, dado que su hijo Arnold permanecía en la Isla.

“Me dejaron salir”, explicó más tarde, “pero no me dejaron entrar”. La subsiguiente separación prolongada de Arnold casi la destruye y, aunque sufrió pérdida de la visión y un entumecimiento crónico en el lado derecho de su cuerpo en los años siguientes, como resultado de su encarcelamiento, María Elena no guarda rencor a sus captores o atacantes. “Creo en el perdón”, insistiría más tarde, “pero no acepto el olvido”.



La víctima no era yo


Cuando María Elena reflexiona sobre estos hechos desde el exilio en los Estados Unidos, ahora más de 30 años después, concluye que ella nunca fue la víctima.

“La víctima siempre lleva un papel pasivo, ¿no? Un papel de ‘pobrecito tú’”, razona. “Y que yo no me considero una víctima. Las víctimas básicamente eran los que estaban dando el mitin de repudio. Eran los que se prestaban, los que aplaudían, los que no despertaban, por adoctrinamiento, por conveniencia, por miedo, por lo que fuera”, insiste. “La víctima no era yo,” concluye: “posiblemente, en aquel momento, yo era la persona más libre de La Habana y de toda la isla de Cuba”.

No es que María Elena no tuvo miedo ante la multitud amenazante. En efecto, como señaló en su momento el periodista Carlos Alberto Montaner, muchas veces el miedo es peor que el dolor. “El dolor se olvida”, razonó. Pero “el recuerdo del miedo no nos abandona nunca. Se enquista en la memoria y le clava sus dedos afilados hasta el último día de nuestras vidas”.

Así es la lógica fascista del terror que sustenta el acto de repudio cubano. Sin embargo, María Elena recuerda claramente que su miedo inicial, abrumador y paralizante, fue reemplazado repentinamente por una especie de estupefacción, en la que se quedó fuera de sí misma observando el desarrollo del evento con una compasión creciente.

La lógica fascista del terror que sustenta el acto de repudio cubano.

Recuerda que, hasta aquel momento de su vida, no había leído nunca la Biblia. Dado lo que la Revolución había hecho para erradicar la religión y el hecho de que su familia nunca fue religiosa, no tenía un conocimiento del contenido de la Biblia. “Pero yo sentí una compasión divina”, insiste, “y algo dentro de mí que dijo: ‘perdónalos porque no saben lo que hacen’”.

En ese momento, algo vital, incluso espiritual, cambió dentro de ella. En lugar de sentir la ira, el miedo, el horror, la agresión, la violencia, el resentimiento o incluso la impotencia esperados, incluso intencionados, en lugar de ser convertida por la turba en un ser odiante, María Elena solo sintió pena y compasión por sus atacantes.

Más tarde, después de una reflexión más profunda, se dio cuenta de que no era tanto que no supieran lo que le estaban haciendo a ella lo que los convertía en víctimas, sino que no se daban cuenta de lo que se estaban haciendo a sí mismos.

Desde su exilio, María Elena ha seguido publicando libros de poesía y prosa, ejerciendo como periodista y denunciando al régimen cubano con una elocuencia nacida de su dura experiencia y amor por Cuba. Además, su viaje espiritual, incluso místico, iniciado aquella tarde de 1991, ha seguido profundizándose.

A estas alturas, ya está convencida conscientemente de algo que había intuido durante mucho tiempo sobre el comportamiento humano: “La ética es la estética de la conducta humana”. Es decir, para ella, la belleza del comportamiento humano se exhibe en el trato ético de uno hacia los demás. “Si tú renuncias a la ética, pues dejas de ser un ser humano y entonces tienes menos posibilidades de trascender”.

Aun así, nunca más ha vuelto a pisar su tierra natal, ni siquiera para asistir al funeral de su padre Pascual, quien falleció tras una larga batalla contra un cáncer de estómago, el 14 de abril de 2005.

Cuando se le preguntó si alguna vez había intentado regresar a Cuba, explicó: “No estaba, ni estoy, dispuesta a cederles el mínimo poder sobre mí. Menos, sobre mi duelo”.

¿Qué hizo María Elena Cruz Varela para merecer un trato tan brutal? ¿Qué palabras ofensivas contenía el panfleto que la líder de la turba le metió a la fuerza en su boca sangrante?

En una entrevista dada a Yanisset Rivero del proyecto “Voces de Cuba”, el 4 de marzo del 2022, ella explica con un lujo de detalle tanto sobre los orígenes de “La Carta de los Diez” y las razones de su activismo dentro del grupo disidente Criterio Alternativo, como sobre el acto de repudio que sufrió, su encarcelamiento y su exilio posterior.







Referencias


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Camila Acosta: “La información es poder. Ellos lo saben”

Ted A. Henken

Camila Acosta (Isla de la Juventud, 1993) ha experimentado en carne propia casi todas las estrategias represivas que el gobierno cubano despliega contra los que intentan practicar un periodismo libre de ataduras ideológicas en la isla. A pesar de todo, apuesta por quedarse en Cuba y seguir trabajando en la prensa independiente.






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