Big Freedia y las muchas versiones del colonialismo cultural

El pasado 14 de enero, la cuenta de Facebook de la Embajada de los Estados Unidos de América en La Habana publicaba, a posteriori, sobre la segunda visita del artista transformista Big Freedia, haciendo alusión a dos presentaciones realizadas en la ciudad, mientras posteaba una fotografía del cantante de bounce[1] junto a un mural en Estudio 50[2].

Ha sido significativo el aluvión de comentarios negativos en referencia a la postura de la sede diplomática y al suceso aludido. Numerosos usuarios coincidían en expresar su molestia por el tono festivo del mensaje virtual, dada la problemática social derivada de la crisis sistémica que conmueve al país. 

Pero esta publicación no es aleatoria, es ya práctica recurrente de la representación diplomática estadounidense amplificar las incursiones en Cuba de artistas y personalidades de diversos ámbitos de la vida social de ese país y exhibir su relacionamiento con instancias oficialistas a través de imágenes que dejan ver cordialidad, empatía y cuanta expresión de normalidad pueda reflejarse.

En el caso particular de Big Freedia, creemos relevante acotar algunos pormenores asociados a su reciente vinculación con Cuba. El artista ha declarado desde su primer viaje, en noviembre pasado, que su tiempo en Cuba lo dedicará “a aprender, apoyar y celebrar a la comunidad LGTBIQ+ de La Habana”. Tal propósito se corresponde con el devenir personal y profesional de Freddie Ross Jr., enfocado en “visibilizar disidencias sexuales a través de su música”, y definiéndose hombre gay con un lado femenino o como género no conforme, fluido, no binario. 

Sus espectáculos en vivo y las varias temporadas de su reality show han servido para expandir derivaciones del hip hop oriundas de New Orleans hacia grandes urbes como Nueva York; obviamente, con todas las garantías que la vida en democracia ofrece a un artista transgresor. Los viajes a Cuba también cuentan con las facilidades de las estructuras comerciales propias del mundo moderno. Por ejemplo, el de noviembre fue coordinado a través de Cuba Educational Travel, organización líder en intercambios culturales y académicos entre ambos países con resultados lucrativos evidentes. En este caso, el paquete ofertado en noviembre, con Big Freedia y sus actuaciones como eje central, redondeaba el costo en aproximadamente $5000 USD.

Queda claro que el programa no incluía la participación del público cubano más allá de algunas actividades en sitios determinados por los contratistas, como lo fue la Fábrica de Arte Cubano, FAC, centro cultural gestionado por particulares gracias a su vinculación no transparente con el oficialismo.

¿Pero qué pasó con las intenciones de aprender, apoyar y celebrar a la comunidad LGBTIQ+ cubana? 

Tanto en noviembre de 2023, como en el más reciente viaje de enero, Big Freedia ha cumplimentado estrictamente el plan de actividades pactados con la contraparte cubana. Determinados activistas LGBTIQ+, emprendedores y artistas que cuentan con la aprobación oficial han servido de interlocutores a su discurso visionario, desde el cual recomienda “que los emprendedores sigan creando emprendimientos, que la comunidad LGBTIQ+ siga luchando por tener un mayor espacio en la sociedad, que los artistas sigan desarrollando la cultura; eso es importante”.

Por su parte, activistas que representan los intereses de los artistas y miembros marginados de los círculos adheridos a instancias estatales como el Centro Nacional de Educación Sexual, Cenesex, dirigido por Mariela Castro Espín, integrante del clan familiar que ostenta el poder político en el país, no estuvieron presentes en los enriquecedores intercambios reseñados por medios como OnCuba, plataforma de comunicación estadounidense radicada en Cuba, portavoz del concepto de “intercambio cultural” impulsado desde la época de la administración del expresidente Barack Obama.

Al respecto, la actriz Kiriam Gutiérrez Pérez, artista representativa del transformismo y mujer trans con una relevante trayectoria en la lucha por reivindicaciones para su gremio profesional y colectivo social, describe que fue invitada en el último momento para integrar el jurado de la competencia de twerking que se realizaría en FAC; así como para ser parte de un encuentro con una selección de personas LGBTIQ+. Sin embargo, al no contemplarla con suficiente antelación, tuvo que declinar porque le coincidía con una gira nacional del proyecto AfroAtenAs, iniciativa sociocultural radicada en la ciudad de Matanzas con la que colabora desde hace años. Esta actividad fue censurada el día antes de su inicio y los organizadores fueron amenazados por agentes del Departamento de Seguridad del Estado con ir a prisión si mantenían su intención.

Por este incidente de hostigamiento, Kiriam determinó no participar de los eventos en torno a ese primer viaje de Big Freedia. Con relación a ello expresa: “Considero que el activismo LGBTIQ+ no se cobra, no puede cobrarse. Ni mi imagen, ni mi nombre lo va a utilizar para hacer dinero nadie. No se preocuparon por las personas trans que tienen VIH, por las personas trans que están presas. Vinieron a montar un circo de esto”.

En cuanto a si Big Freedia pudo compartir experiencias con sus homólogos artistas del transformismo en La Habana, Adelth Bonne, instructor de arte en las especialidades de teatro y música, miembro de la comunidad LGBTIQ+ y activista de derechos humanos, refiere que su presencia “no aportó nada o bien poco, por lo menos a la comunidad de artistas trans y transformistas, para las drags queens que trabajan en los shows no aportó nada porque ellas ni se enteraron de que estaba en Cuba. Estas visitas guiadas, estos intercambios culturales guiados no estuvieron para nada dirigidos a la comunidad, así que su visita para el mundo artístico del transformismo no existió. En el programa no estaba contemplada la relación con el transformismo en Cuba”.


Lo que una visita internacional ayuda a ocultar

Los proyectos y representantes del contexto cultural cubano elegidos para interactuar con personalidades del arte provenientes del ámbito internacional, cuentan con los avales imprescindibles para obtener dividendos económicos y otras prebendas siempre y cuando no interfieran con los eslóganes gubernamentales que promulgan apertura y estabilidad social. No obstante, en esta ocasión el simulacro no se sostiene, ya que el ejercicio artístico transformista, que es en definitiva lo que Big Freedia realiza desde el punto de vista escénico, se estrella contra el muro de ostracismo y desdén institucional que desde siempre demarca los límites de este arte en Cuba.

En 2014 el Ministerio de Cultura conformó, por primera y única vez, una comisión evaluadora para artistas transformistas. El Consejo Nacional de las Artes Escénicas, CNAE, escogió a tres proyectos orientados hacia la comunidad LGBTIQ+ de La Habana y, sin hacer convocatoria, otorgó un certificado de Actor Transformista a nueve artistas, de los cuales solo Kiriam Gutiérrez era una mujer trans en ese momento. Paradójicamente, aún esperan por sus documentos acreditativos. 

Dos de esos proyectos eran Bravísimo y Olimpo, pero los otros dispersos por todo el país no tuvieron acceso a esa regularización institucional de su práctica profesional.

Este escenario ubica a los artistas transformistas cubanos en un limbo que difícilmente puedan imaginar Big Freedia y su equipo de producción. Los espectáculos se realizan en bares y paladares que no pueden contratar artistas, por lo que estos cobran según la recaudación y el estimado que el propietario disponga. 

En Cuba los transformistas no están adscritos a ninguna empresa de representaciones artísticas, es decir, no cuentan con amparo legal. Aunque la precariedad salarial es generalizada, ni ese exiguo estipendio contempla a estas reinas del espectáculo nocturno; tampoco están sindicalizadas, ni acumulan jubilación. La vejez de nuestras drags queens suele ser ominosa, solo pueden contar con la solidaridad intracomunitaria para hacerle frente a la vida una vez que se apagan las luces de la escena.

Sin atisbos de cambio de esta situación, además se reitera el patrón discriminatorio que invisibiliza al transformismo y lo diluye dentro de una estructura generalista que contribuye a la no incidencia en aspectos propios de la especialidad. Hace pocos años se hizo una evaluación en el teatro América para los miembros de la Compañía Latin Jazz, en la que fueron catalogados como Comediantes Musicales, esto es lo más reciente que pudiera aproximarse a enseriar el panorama artístico que sostiene la exigua vida nocturna de La Habana.

Ante este estado de cosas, adquiere connotación ofensiva, por superficial y carente de transparencia, la incorporación forzada de un modelo cultural que se impone y niega, per se, cualquier intención de retroalimentación entre exponentes del género en ambos países, amén de las idiosincrasias respectivas.

Cuando la cultura se manipula para articular estrategias ajenas a su naturaleza dialogante y plural, y se supedita a cuestiones políticas e intereses económicos, difícilmente consigue crear lazos sólidos de enriquecimiento mutuo para los contextos artísticos involucrados. 

Resulta notoria la intencionalidad de blanqueamiento de la tristísima realidad que afrontan los artistas transformistas y mujeres trans cubanas, como parte de una población sumida en la falta de derechos ciudadanos básicos, que lleva adelante con marcada insistencia la sede diplomática de los Estados Unidos en La Habana, en concordancia con la línea discursiva del Gobierno cubano. A pocos días de la primera estancia habanera de Big Freedia, moría asesinada Rudy, artista transformista conocida como Blancanieves que ingresaba a la indetenible cifra de feminicidios en una sociedad también fustigada por la violencia machista en todas sus acepciones.

Vienen y van músicos, escritores y cineastas norteamericanos que celebran la felicidad que les produce la belleza natural y la riqueza culinaria del país, mientras a unos kilómetros algunos de sus colegas isleños languidecen en la prisión política por atreverse a reclamar libertad para crear, progresar y hablar.

El Observatorio de Derechos Culturales cataloga como una variante del colonialismo cultural la incursión de Big Freedia en Cuba. El ODC sugiere a los encargados del programa de “intercambio cultural”, viabilizado y promovido por la sede diplomática del país vecino, que se documenten acerca del horizonte artístico local y, en consecuencia, demuestren respeto por el drama humano que se desarrolla ante sus ojos. El ODC recomienda a Big Freedia que indague por Brenda Díaz, mujer trans encarcelada en un centro penitenciario donde se desconoce intencionalmente su transexualidad. Confiamos en que quizás esta pesquisa evite próximas golpizas a Brenda.





Notas:
[1] Subgénero del hip-hop oriundo del New Orleans suburbano que implica la integración de la comunidad LGBTIQ+, lo femenino y la diversidad racial.
[2] Proyecto gestionado por creadores cubanos reconocidos oficialmente a los que el Estado ha permitido radicar en un inmueble fabril en desuso, y donde se realizan eventos culturales que cuentan con el visto bueno de las autoridades políticas.





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