La vida en la frontera México-Estados Unidos es caótica

A medida que el debate sobre la política de inmigración de Estados Unidos se calienta durante la campaña presidencial de 2024, separar la realidad de la ficción en la frontera entre Estados Unidos y México se hace cada vez más difícil. “En mayo de 2023, poco después del fin de una restricción de salud pública que permitía a las autoridades estadounidenses expulsar inmediatamente a los solicitantes de asilo, un equipo de colegas académicos y de ayuda humanitaria y yo fuimos a la ciudad mexicana de Matamoros, justo al otro lado del Río Grande, a orillas de Brownsville, Texas”, relata William McCorkle, profesor adjunto en el Colegio de Charleston.

En aquel momento, dice McCorkle, no nos encontramos con la “invasión en la frontera” que legisladores conservadores como el gobernador de Texas, Greg Abbott, predijeron que se produciría una vez expiraran las restricciones de la COVID-19 —conocidas oficialmente como Título 42—. Por lo que supimos, la verdadera avalancha de miles de personas a través de la frontera se produjo en los días previos al levantamiento del Título 42, el 11 de mayo de 2023. Muchos migrantes nos dijeron que lo veían como su última oportunidad de cruzar la frontera estadounidense.

La mayoría de las personas con las que hablamos estaban esperando en campamentos provisionales superpoblados en México. Temían que, si intentaban cruzar a Estados Unidos, perderían la oportunidad de solicitar asilo y serían deportados en virtud de las políticas restrictivas desveladas durante el gobierno de Biden. La situación en la frontera ha cambiado constantemente desde entonces. En junio de 2024, por ejemplo, el presidente Joe Biden firmó una orden ejecutiva que limitaba el número de solicitantes de asilo en la frontera a no más de una media semanal de 2.500 migrantes. Las nuevas restricciones se levantarían una vez que esa media semanal descendiera a 1500.

La ofensiva se produjo poco después de la elección de la primera mujer presidenta de México, Claudia Sheinbaum, cuya política en materia de inmigración sigue siendo en gran medida desconocida. Pero el breve periodo en que finalizó el Título 42 ilustra perfectamente las diferencias entre la histeria de la derecha y las realidades sobre el terreno.


La evolución de la política fronteriza estadounidense

Desde el otoño de 2019, cuenta McCorkle, he estado trabajando en las ciudades fronterizas mexicanas de Reynosa y Matamoros —frente a McAllen y Brownsville, Texas—. Ese año, la administración Trump había iniciado los Protocolos de Protección a Migrantes. Conocida como “Permanecer en México”, la política restrictiva puso fin a la posibilidad de asilo para unos 70.000 migrantes, en su mayoría procedentes de América Central. En su lugar, se vieron obligados a esperar en México con pocas posibilidades realistas de poder entrar y permanecer legalmente en EE.UU. Cualquiera que entrara ilegalmente en el país era deportado inmediatamente y se le prohibía solicitar asilo durante cinco años.

La frontera se volvió aún más restrictiva durante la pandemia de COVID-19, cuando se aplicó el Título 42 en marzo de 2020. Limitó la entrada en EE.UU. por la frontera a los ciudadanos y residentes estadounidenses. Los puertos de entrada tradicionales en la frontera entre EE.UU. y México se cerraron a los solicitantes de asilo para evitar la propagación del COVID. Por ejemplo, los que llegaban a los puertos de entrada de los puentes internacionales de Reynosa o Matamoros eran devueltos a mitad de camino y no se les permitía tocar suelo estadounidense. Como resultado, la mayoría de las personas con las que hablamos en 2023 estaban esperando en México y temerosas.


Dentro de los campos de asilo

A lo largo de 2020 y 2021, mis colegas académicos y de organizaciones, dice McCorkle, sin ánimo de lucro fueron testigos de cómo los migrantes se afanaban en campamentos míseros e improvisados. Uno de los primeros campamentos de asilo se formó durante los últimos días de la administración Trump frente a Brownsville, Texas, en Matamoros, México. El gobierno mexicano permitió que organizaciones religiosas y no gubernamentales como Team Brownsville y Solidarity Engineering trajeran tiendas de campaña, alimentos, agua y otros suministros. En poco tiempo, miles de personas -principalmente de Centroamérica- dormían en las calles junto al puente internacional que conectaba la ciudad con Brownsville.

En un momento dado, el campamento llegó a albergar a unas 3000 personas. Sólo había dos aseos portátiles. Un segundo campamento no oficial se levantó por las mismas fechas en la plaza de Reynosa, ciudad situada al otro lado de la frontera con Hidalgo (Texas). También se llenó de gente, por lo que era difícil incluso caminar por el campamento. Las madres nos contaron que no podían dormir por la noche por el miedo constante a las agresiones sexuales y la violencia.

A diferencia de muchos campos de refugiados de todo el mundo, estos campamentos suelen tener muy poca estructura, casi ninguna seguridad y poca organización. Aunque hay algunos aseos portátiles y, a veces, duchas improvisadas, el saneamiento es un problema grave. Muchas personas se bañan en el cercano Río Grande. Los alimentos escasean. De vez en cuando, las iglesias y los grupos de ayuda sin ánimo de lucro proporcionan algo de ayuda. Pero nunca es suficiente para satisfacer la demanda.

El problema más grave para quienes se alojan en los campamentos es la protección frente al crimen organizado y los cárteles de la droga. Las familias con niñas están especialmente preocupadas, ya que se han denunciado agresiones sexuales en los campamentos. Las mujeres tenían miedo de salir por la noche. Por desesperación, algunos incluso enviaron a sus hijos solos a través de la frontera estadounidense con la esperanza de que se les permitiera quedarse en Estados Unidos. Por peligroso que fuera ese viaje, creían que era más peligroso para los niños permanecer en los campamentos llenos de cárteles.


Decisiones críticas

Hasta ahora, en las elecciones presidenciales estadounidenses de 2024, la inmigración ha surgido como uno de los temas principales entre los votantes. En este ambiente político polarizado, sería fácil para los que están en todo el espectro político concluir que la frontera es caótica y necesita ser cerrada. En mi opinión, cerrar la frontera permanentemente —como han intentado hacer el expresidente Donald Trump y otros legisladores de derechas— sería un error y no redundaría en beneficio de la seguridad nacional, la economía estadounidense y, en última instancia, las vidas de los solicitantes de asilo.

Como investigador que ha pasado incontables horas con solicitantes de asilo y otros inmigrantes, creo que las políticas restrictivas —de Trump o de Biden— sólo son útiles para el crimen organizado, que a menudo controla la inmigración sobre el terreno a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México. Esto a menudo pone a los solicitantes de asilo en grave peligro, tanto por la violencia directa de los cárteles como por el duro terreno que deben atravesar para evitar ser detectados por los funcionarios de inmigración. Si Trump vuelve a la Casa Blanca o el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, opta por adoptar una postura más dura, unas políticas fronterizas más restrictivas podrían obligar a las personas que ya han huido de sus países de origen a permanecer en campamentos controlados por los cárteles o arriesgarse a morir intentando entrar ilegalmente en Estados Unidos.





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