Jorge Olivera: “No hay nada voluntario en un sistema totalitario” (III)

En esta parte final de nuestra entrevista, Jorge Olivera Castillo cuenta con lujo de detallesescalofriantes su arresto el 18 de marzo de 2003, la visita de 36 días a Villa Marista que nunca ha podido borrar de su mente, el juicio sumario el 4 de abril y su encarcelamiento durante 21 meses, que empezó el 23 de abril en el Combinado Provincial de Guantánamo —una prisión notoria a más de 900 kilómetros de su lugar de residencia en la Habana Vieja. 

Después de estancias más cortas en las también prisiones de mayor rigor de Agüica en Matanzas y del Combinado del Este en La Habana, fue liberado bajo licencia extrapenal en diciembre de 2004.

A diferencia de la gran mayoría de los 75 presos políticos de la Primavera Negra —quienes pasaron condenas largas tras las rejas antes de ser forzados al exilio por el gobierno cubano como condición a su excarcelamiento—, irónicamente, cuando Olivera solicitó su salida en 2005, el régimen no lo dejó irse del país. 

Así, después de una serie de negativas de la burocracia migratoria, decidió quedarse en Cuba y seguir con su activismo periodístico, que lo llevaría, junto a Víctor Domínguez, a fundar un grupo independiente de escritores; más tarde rebautizado como Club de Escritores y Artistas Independientes, con Ángel Santiesteban

Como estrategia de sobrevivencia mental y espiritual durante su encarcelamiento, Olivera comenzó a escribir poesía. En los casi veinte años desde su salida de prisión, en diciembre de 2004, ha publicado más de siete libros de poesía y cuentos que relatan detalles sobre su encarcelamiento, entre muchos otros temas. 

Estas obras incluyen los libros de cuentos Antes que amanezca (Fundación Cadal, Buenos Aires, 2010) y Huésped del Infierno (Aduana Vieja, Cádiz, 2007) y el poemario Sobrevivir en la boca del libro (Editorial Hispano Cubana, Madrid, 2012). En 2014, recibió el Premio Nacional de Literatura Independiente Gastón Baquero, del proyecto cultural Puente a la Vista, Miami. Su libro más recientemente es el poemario Quemar las naves (Editorial NeoClub, Miami, 2015).

Desde diciembre de 2020 vive exiliado en Estados Unidos, desde donde ha terminado dos nuevas obras literarias que serán traducidas al inglés y publicada pronto: el libro de cuentos “Tierra dura”, inspirado en sus experiencias como soldado en Angola entre 1981 y 1983; y un poemario de 40 sonetos. Actualmente, radica con su esposa, la dama de blanco Nancy Alfaya, en Pittsburgh, Pennsylvania, como writer in residence en el programa City of Asylum.


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Jorge Olivera con su madre y su hermana.


Existen fondos de entidades extranjeras dedicados a promover cambios sociales y políticos en Cuba, como la democracia, una prensa independiente, apoyar disidentes, etc. ¿Son legítimos estos fondos y programas?

Es público que existen iniciativas, especialmente desde Estados Unidos, que promueven estos objetivos. En líneas generales, no han sido efectivas. El castrismo está ahí y, por si fuera poco, sus representantes han usado todo ese andamiaje de leyes y disposiciones presidenciales para victimizarse en la arena internacional con muy buenos resultados. 

En mi caso, no me avergüenza aceptar que parte de esas ayudas han evitado que mi familia y yo nos convirtiéramos en mendigos. Desde mis inicios en la lucha por la reivindicación de las libertades fundamentales, me convirtieron en una no-persona.

Es oportuno destacar que un número considerable de activistas han tratado de fomentar un diálogo con las autoridades, sin injerencias externas, y han sido tratados con la misma dureza. El régimen no hado dado margen alguno para un entendimiento civilizado entre cubanos. Con su intransigencia ha estimulado las respuestas más drásticas, llevando la situación a un punto muerto.

En lo individual, creo que los personeros del totalitarismo insular prefieren la conservación del statu quo en las relaciones con Estados Unidos. El conflicto permanente, más retórico que real, les resulta más provechoso. Esa ha sido la tónica de este largo e insufrible período de escaseces y represión. El enfrentamiento con el poderoso vecino constituye la piedra angular de la permanencia del modelo de inspiración estalinista.

Mientras en todas partes del mundo el modelo de financiamiento de los medios está en crisis, en Cuba, el discurso oficial los acusa, al igual que a los periodistas independientes, de ser “subversivos” o “mercenarios” por contar con financiación alternativa. ¿Cómo valoras esta contradicción?

Esta es una de las tantas falacias esgrimidas por la maquinaria propagandística del régimen. No hay tal subversión. Se trata de exigencias basadas en preceptos legitimados por organismos internacionales que garantizan el respeto a la dignidad humana y el ejercicio de los derechos fundamentales sin distinción de raza, género, edad, afiliación política y religiosa.


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Con Nancy Alfaya poco antes de comenzar una serie de charlas en Dickinson College.


La vida en Cuba tiene muchos puntos en común con las reglas que rigen el funcionamiento de un centro penitenciario. Hay un libreto, diseñado por el partido único, que hay que cumplir a rajatabla. De lo contrario hay que prepararse para sufrir una cascada de represalias que incluyen el asesinato de la reputación. 

El supuesto mercenarismo y la subversión son parte de la condena por la “herejía” de quitarse el velo de la doble moral y decir “basta” a una élite que ha codificado la pobreza material, el racionamiento, el fantasma del enemigo externo y el miedo como recursos para mantenerse en el poder.

Ciertamente, se reciben modestas sumas de dinero desde exterior. De otra manera hubiese sido imposible mantener la resistencia ante el poder arrollador de un Estado que priva del empleo y encarcela a quienes se les oponen. En mi caso, nunca he estado sujeto a condicionamientos a la hora de exponer mis ideas. Algo que dista de las obligaciones que tienen que asumir los amanuenses de la prensa controlada por el Partido Comunista para conservar sus empleos.

Como periodista, ¿cómo aseguras que tu contenido periodístico y los enfoques de tus reportajes sobre Cuba no hayan estado influidos por los intereses de los patrocinadores económicos o políticos?

Nunca he respondido a intereses externos en mi trabajo como periodista. Hay que analizar en detalles cómo trabajan las cosas dentro de la Isla para darse cuenta que casi nada funciona de manera racional y esto abre la puerta a la crítica en su amplitud de formas. La perfección y la pureza que se transmiten en los discursos y en los medios de prensa es pura bazofia. No tiene por qué haber influencia de otros en el hecho de llenarse de valor y responsabilidad intelectual para arrojar luz sobre diversas temáticas de la cotidianidad.

La verdad absoluta que se propala desde las instituciones oficiales no resiste un análisis serio. Todos tenemos derecho a expresar nuestros puntos de vista sin que por ello se nos acuse de estar al servicio de terceros. La opinión que tengamos sobre cualquier tema siempre será relativa. Solo es necesario que sea auténtica, lo más equilibrada posible y ajena al amarillismo.

Entre marzo y abril de 2003 fuiste arrestado, llevado al juicio y condenado a prisión por 18 años por tus actividades periodísticas. ¿Cómo fue este proceso?

En 2003 fui incluido en el Grupo de los 75 activistas que fueron arrestados y condenados a largas penas de prisión. Mi detención fue el 18 de marzo. Estuve 36 días en una celda tapiada en Villa Marista. Pude ver a mi abogado 10 minutos antes de la vista oral, donde fui condenado a 18 años de privación de libertad por realizar “actividades subversivas”. En aquel momento era el director de la agencia de prensa independiente Habana Press. La mayor parte del tiempo lo pasé en el Combinado Provincial de Guantánamo, a más de 900 km de La Habana, mi lugar de residencia.


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Jorge Olivera y Nancy Alfaya, 1997: “el año en que comenzamos nuestra historia de amor”.


En los predios de este centro penitenciario, permanecí más de 8 meses en celda de aislamiento. En total, estuve recluido 21 meses. El 6 de diciembre de 2004 recibí una licencia extrapenal por motivos de salud.

Tengo entendido que tu condena en 2003 se justificó con la llamada “Ley Mordaza” (Ley 88 de “Protección de la Independencia Nacional y la Economía de Cuba”), que sanciona la colaboración “con emisoras de radio o televisión, periódicos, revistas u otros medios de difusión extranjeros” para facilitar el embargo estadounidense a Cuba.

Sí. Esa Ley causó un gran revuelo cuando fue aprobada en enero de 1999. Pero también se vio en aquel entonces como una maniobra para crear una atmósfera de miedo y se pensó que no la iban a aplicar nunca, menos masivamente. Aclaro que, al menos yo, no lo creí.

¿Tienes idea de por qué fueron condenados precisamente 75 personas, bajo la Ley Mordaza, en abril de 2003?

Me he hecho la misma pregunta: ¿Por qué 75? Yo lo asocio, igual que otras personas, a una respuesta al encarcelamiento de los cinco espías en Estados Unidos. Cinco por quince son 75. O sea, fueron 15 personas por cada espía. En realidad, los arrestos superaron esa cifra. No tengo la cifra exacta. Se dice que fueron más de 80, pero no puedo asegurarlo.

¿Fue más para llegar al 75 como un número simbólico o porque los otros arrestados colaboraron después de ser arrestados?

Que yo sepa, nadie colaboró, excepto los agentes que destaparon durante el proceso. Pienso que lo dejaron el 75 a propósito. Como dije, mucha gente lo asocia con eso de quince por cinco. Yo creo que fue una represalia, una orden directa de Fidel Castro y una manera simbólica de cobrarse el regreso de los que Estados Unidos tenía encarcelados por espionaje. Como decir: “Encarcelamos a 75 y vamos a ver si hay algún canje”. O sea, se hizo con ese propósito.



“Mi padre, joven”.


Fue una pieza de negociación que definitivamente no les salió bien. No hubo acuerdo alguno y esas personas, aunque salieron antes de las penas impuestas, tuvieron que cumplir muchos años tras las rejas; mientras nosotros fuimos liberados antes de extinguir nuestras largas condenas. Pienso que una decisión de esa magnitud, o sea, nuestro arresto y posterior encarcelamiento, solo pudo haber sido tomada por Fidel Castro.

¿Podrías describir los detalles de tu arresto el 18 de marzo de 2003?

Este evento y la época siguiente son hechos en mi vida que no puedo olvidar. Realmente no esperaba ese golpe. Yo esperaba las detenciones cortas y los actos de repudio, pero que fuera arrestado de esa manera, junto a decenas de activistas, nunca pasó por mi mente. Fueron tres días de detenciones, el 18, 19 y 20 de marzo. Me incluyo en el grupo arrestado el primer día de la llamada Primavera Negra.

Pensaba que el gobierno cubano no se atrevería a hacer esto porque sería una manera de llamar la atención internacional. Era de esperar que eso ocurriera con el arresto masivo y unas condenas que superaron los 4 000 años de prisión entre todos los encartados en este proceso.

En ese entonces, yo estaba viviendo en la casa de una tía de mi esposa. Allí fue donde ocurrió la detención en horas de la tarde. Parecía que iban a arrestar a un asesino en serie o a un delincuente muy peligroso porque cerraron las calles con muchos policías y patrullas. Se presentaron en mi casa dos docenas de policías, algunos vestidos de civil y otros con vestimenta militar. Fue un shock, no solo para mí, sino para mi familia, mi esposa y la tía de ella. Yo estaba incluso enfermo, poco antes había regresado del hospital. La tía de mi esposa también era una persona enferma; pocos años después murió, ese suceso la afectó considerablemente.

Vi a esos tantos policías realizar un registro minucioso y confiscar muchísimos artículos personales; entre ellos, fotografías de la familia. Todo fue robado. Por supuesto, nada de eso se presentó en la vista oral. 

En el juicio, el desenlace ya estaba determinado antes de comenzar. Todo estaba bien pensado y diseñado por la policía política. Un procedimiento amañado de principio a fin.


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Jorge Olivera y Nancy Alfaya, 2023.


¿Qué más recuerdas del juicio?

Sabía que iba a ser condenado y que las posibilidades de salir absuelto eran nulas. Pude ver a mi abogado y conversar con él solo 10 minutos antes de comenzar la vista oral. Me arrestaron el 18 de marzo y el juicio fue el 4 de abril, o sea, un poco más de dos semanas después. Se celebró en el Tribunal Provincial de La Habana, en el municipio Marianao. En el trayecto éramos parte de una caravana de patrullas que escoltaban el carro-jaula. Era parte del espectáculo para infundir más terror. Recuerdo que también había una ambulancia.

El juicio duró dos días. Éramos cuatro periodistas independientes: Edel José García, Julio César Gálvez, Manuel Vázquez Portal y yo. Durante la vista declararon contra nosotros Manuel David Orrio y Néstor Baguer: los periodistas devenidos agentes al servicio de la policía política. Baguer, a través de un video, y Orrio, en persona.

¿Esos dos agentes declararon también en contra de Raúl Rivero y Ricardo González Alfonso en otro juicio?

Sí. Ellos fueron testigos para el Gobierno, tanto en el juicio contra nosotros como en el juicio contra Raúl y Ricardo. A los agentes que destaparon, Orrio entre ellos, los trasladaban en automóvil de tribunal en tribunal. Baguer estaba muy viejo, apenas podía caminar; por eso decidieron filmar, previamente, sus diatribas contra el periodismo independiente. Orrio declaró frente a nosotros. Él también tenía problemas de movilidad, debido a la poliomielitis que había tenido cuando niño, pero era mucho más joven que Baguer.

En el juicio, mi petición fiscal fue de 15 años. Nos dejaron hablar una sola vez a cada uno. Cuando me tocó a mí, sentí temor, pero mis convicciones terminaron imponiéndose. Dije que no me arrepentía de nada, declarando, además, que continuaría defendiendo la libertad de expresión, más allá de las consecuencias.

Como respuesta, el fiscal comenzó a lanzar improperios a diestra y siniestra. Me calificó de “mercenario” y de “trabajar para los intereses de una potencia extranjera”. Le respondí: “Usted está diciendo eso, pero yo solamente defiendo la libertad de expresión”, reiterándole que no me arrepentía de nada.

¿Cuál fue el cargo?

La Ley 88. A causa de las palabras que utilicé en mi defensa, dentro de los cánones del buen decir, o sea, sin faltas de respeto, le agregaron tres años a mi condena. De 15 a 18.



“Con mi hijo y nieto. 2021. New Jersey”.


¿Tienes idea si esa Ley se había aplicado antes de 2003?

Fue la primera y única vez que se aplicó. 

¿Te subieron por decir abiertamente lo que decías?

Sí, a Julio César Gálvez, que ya murió en el exilio, le pedían 18. Pero finalmente le tocaron 15. Los tres años que le restaron, lo agregaron a mi condena inicial.

¿Aparte de decir que solo defendías la libertad de expresión y que no te arrepentías, qué más expresaste?

Fue breve porque no dan oportunidad de hablar mucho. Básicamente, hice una alusión a la libertad de expresión, en específico al artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Fui breve, pero contundente.

¿Cómo fue la defensa de tu abogado?

Interesante. Yo nunca tuve un encuentro con mi abogado durante mi estancia en Villa Marista. Cero contactos. Él le dijo a mi esposa Nancy: “Esto ya está decidido. Voy a hacer lo que esté a mi alcance, pero eso no va a ayudar en nada”. Considero que hizo una buena defensa, sin que eso cambiara el veredicto final. Y así fue. 

Regresamos a Villa Marista y, pocos días después, nos repartieron por varias prisiones. Yo, junto a otros colegas, terminamos en Guantánamo, en el extremo oriental de la Isla.


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“En las Vegas, con Nancy, mi hijo y mi hijastro. Fue durante los 5 meses que estuvimos en la Universidad de Las Vegas. 2021”.


Tú entraste al periodismo independiente con los ojos abiertos, ¿te importaban poco las consecuencias?

Estaba muy feliz en medio de los peligros y desafíos de una causa que aún considero justa y necesaria. Me apasioné con esa lucha. No pensaba en las consecuencias. Claro, lo de 2003 fue un golpe durísimo que no esperaba. Cuando me enteré de que habían fusilado a los tres jóvenes que trataron de llevarse una lancha, pensé que correríamos la misma suerte. Había un clima de terror y de exacerbadas tensiones.  

Todo se perpetró cuando la atención del mundo estaba enfocada en la invasión de Estados Unidos a Iraq. Fue una especie de tapadera. Calcularon que no habría una reacción fuerte a nivel internacional, pero se equivocaron. El gobierno cubano pensó que todos los medios de prensa iban a estar volcados hacia el evento en el Medio Oriente. Sin embargo, el tiro les salió por la culata. 

La repercusión fue amplia y contundente. Me enteré de todo en la primera visita de mi esposa. Ella se las ingeniaba para darme los pormenores siempre que se presentaba la oportunidad, como las breves llamadas telefónicas que teníamos una vez a la semana. En diciembre de 2004, cuando fui excarcelado con una licencia extrapenal por motivos de salud, pude ver toda la documentación que se publicó a instancias de este evento represivo.

En la época de mi padre, las prisiones más tenebrosas se encontraban en La Cabaña y El Morro. Me refiero a la década del 60 y parte de los 70. Él me contaba sobre los altos niveles de humedad que había en El Morro. Las galeras se encontraban rodeadas por el mar, lo que cual le producía permanentemente hongos en sus pies. Haber estado cuatro años y tres meses en cautiverio de una condena de diez, le produjo secuelas de por vida. 

Yo estuve mucho menos tiempo, solo 21 meses de 18 años, que no es poco. Igualmente fue un reto, con sus respectivos efectos nocivos para la salud física y psicológica, dadas las condiciones infrahumanas y la lejanía.

He oído hablar mucho de Villa Marista como el temido Cuartel General de la Seguridad del Estado, ¿cómo fue tu estancia allá?

Fue un período de instrucción de 36 días en lo que se conoce como el Cuartel General de la Policía Política. Estuve un poco más de dos semanas antes del juicio y otro período igual después de este, hasta que me trasladaron a la prisión de Guantánamo, a donde llegué el 23 de abril. 



“Con mi hija, en La Habana. 2016”.


En Villa Marista, todo el tiempo transcurrió en una celda tapiada, muy pequeña, sin ventilación, apenas con una bombilla de luz fría encendida las 24 horas y junto con tres delincuentes comunes acusados de tráfico de drogas. 

Dos o tres meses antes de nuestro encarcelamiento, se había llevado a cabo la “Operación Coraza”, a nivel nacional, contra personas presuntamente vinculadas al tráfico y consumo de estupefacientes. Centenares fueron detenidos, arrestados y, la mayoría, condenados. Y a nosotros nos mezclaron con ellos. Por ejemplo, en mi celda había tres acusados por tráfico de drogas. Así le ocurrió al resto de los colegas también.

Eran personas marginales. ¡Fumaban todo el tiempo! Fue una tortura. En la parte de atrás hay una ventana con tres gruesas persianas de concreto por donde se filtra un débil haz de luz y casi nada de aire. Yo estuve 36 días ahí en esta celda tapiada de Villa Marista. Irónicamente, la comida era bastante buena, comparada con la que tuve después en la prisión de Guantánamo. Era la misma que comían los guardias de ahí.

Cuando me sacaban a los interrogatorios, era con las manos atrás. En caso de que otro preso, siempre en compañía de un guardia, estuviera desplazándose cerca, seguramente también para algún interrogatorio, te ordenaban detenerte y ponerte de frente a la pared. El objetivo era que no vieras a ningún otro ser humano. Cuando a uno lo sacan a interrogatorio, no puedes ver a nadie. 

Fueron 36 días en total que me parecieron un año o más, en condiciones realmente paupérrimas.

¿Con el propósito de castigarte para no tener contacto humano?

Así es. A mí me sacaron pocas veces, pero no me interrogaron mucho. Me di cuenta que entre los objetivos estaba chequear mi capacidad de resistencia, detectar alguna debilidad para obligarme a una retractación o autoinculpamiento. No sé si lo hicieron con otros. Yo me mantuve fiel a mis principios. Sentía temor, pero más pudo la convicción que el miedo. Como se dieron cuenta de que no me iban a quebrar, el oficial le dijo al guardia que me llevara de vuelta.

¿A qué te refieres cuando dices que estuviste en una “celda tapiada”?

Una celda tapiada es cuando no hay ventanas y la puerta es una plancha de hierro. Prácticamente no hay luz; si acaso, una bombilla de muy poca intensidad. 


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“Leyendo mis poemas en un evento auspiciado por City of Asylum”.


A los 75 nos pusieron en una celda muy pequeña, con cuatro planchas de hierro como “camas” para los cuatro reclusos. O sea, dos planchas de hierro, una abajo y otra arriba, agarradas con cadenas a ambos lados de pared. Lo que quedaba de pasillo era un estrechísimo espacio para las cuatro personas que estábamos allí. Por la noche, cerca de las 8 p.m., entregaban unas pequeñas colchonetas y las retiraban a las 6:00 de la mañana. Recuerdo que había tan poco espacio en la celda tapiada, que los cuatro no podíamos estar de pie a la misma vez.

¿Por qué la falta de espacio?

Es parte del mecanismo de tortura. En ese espacio estaba también la letrina para hacer las necesidades fisiológicas. El mal olor era insoportable. La puerta de hierro se abría solo a la hora de entregarnos la comida. Hay una especie de escotilla en la parte superior de esa puerta. Cada cierto tiempo un guardia la abre brevemente, cerrándola de inmediato. Es para atajar cualquier intento de suicidio. Esto es constante.

¿O una pelea entre los presos?

Sí. En mi celda hubo una pelea entre ellos. Un día comenzaron a discutir dos de los delincuentes que compartían la celda y terminaron liándose a golpes. Yo estaba encima de la plancha de hierro, ya sin colchón. El desmadre fue durante el día. Cuando los guardias sintieron los ecos de la bronca, entraron y se los llevaron en medio de una lluvia de bastonazos. 

¿Cómo fue el traslado de Villa Marista a Guantánamo?

Creo que fue el 22 de abril cuando nos sacaron de la cárcel para comenzar a repartirnos por diversas prisiones fuera de La Habana en un ómnibus de turismo. Recuerdo que íbamos esposados, cada uno con un guardia de Villa Marista al lado. Nos ofrecieron una atención menos hostil. Después un tramo recorrido, nos quitaron las esposas.

Cuando quedábamos muy pocos prisioneros en el ómnibus, le pregunté a Manuel Vázquez Portal, que estaba en un asiento detrás de mí, para dónde era que nos llevaban. “Yo creo que vamos para Haití”, me dijo en broma. A él lo dejaron en Santiago de Cuba, en la prisión de Boniato. Y en Guantánamo, la última parada del largo viaje, nos dejaron a mí, a Oscar Espinosa Chepe y a otros cuatro o cinco más. Chepe llegó muy enfermo. Desde que llegó fue ingresado. Él casi no estuvo allí. Si mal no recuerdo, lo trasladaron para La Habana. 


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“Foto tomada en la localidad de Matala, Angola. Allí pase el servicio militar obligatorio. Fueron 26 meses sobreviviendo en albergues soterrados. 1982”.


Llegué a Guantánamo el 23 de abril. Fue muy difícil cubrir una distancia tan larga para mi esposa, cada vez que tenía visita. Estaba a casi 1 000 kilómetros de nuestra casa en la Habana Vieja.

Al llegar a Guantánamo, ¿cuál fue tu impresión inicial?

Nunca se me olvida la primera impresión de Guantánamo. Llegamos con nuestras escasas pertenencias y, mientras nos tomaban los datos, sentí unos alaridos mezclados con sonidos que supuse eran golpes sobre el cuerpo de una persona. Y no me equivoqué. Sabía que estaba en los umbrales de un infierno. Nunca había estado preso, por supuesto. Solo atiné a balbucear una especie de invocación a Dios. Poco descubrí a un hombre semidesnudo con los brazos atados a una reja con esposas y varias guardias propinándole una soberana paliza con los bastones reglamentarios.

Al paso del tiempo, descubrí que era un proceder común. Algunas de esas escenas pude recrearlas en mi libro Huésped del Infierno. Tomé escenas de la realidad y las mezclé con mi imaginación. Después de aquel terrorífico debut, vi cosas peores. Por ejemplo, otra anécdota que recreo en mi libro fue la vez que un preso se arrancó el cuero cabelludo a sangre fría. 

Estuvimos varios meses en una celda de aislamiento. Es el sitio hacia donde envían, como castigo, a los presos comunes. Un joven, para lograr una licencia extrapenal, hizo una fogata con bolsas de nylon e introdujo sus manos en aquella mezcla ardiente. La doble amputación fue la excusa para obtener la libertad. Otra vez, uno se lanzó de uno de los edificios de la prisión, salvándose milagrosamente. Otro tenía sus vísceras a flor de piel debido a las constantes autoagresiones con una cuchara afilada. Había quien se había cortado la oreja de cuajo.

Tuve que convivir con varias personas con serios problemas mentales. En este submundo, los que tienen el mando son los presos más recalcitrantes. Son un grupo de 8 o 10 personas reunidos en lo que se denomina “el consejo de reclusos”. Algunos, con uno o varios hechos de sangre. 

Yo nunca tuve problemas en ninguna de las tres prisiones que estuve: Guantánamo, Agüica (Matanzas) y el Combinado del Este (La Habana). Algunos los nuestros sí tuvieron problemas, pero no sé cuáles fueron las causas. Es posible, sin menoscabo de principios éticos y morales, sobrevivir en ese ambiente de maldad. Solo hay que tener tacto a la hora de enfrentar situaciones y comprender que una parte significativa de esos jóvenes crecieron en medio de traumas familiares y otras disfuncionalidades, no menos lacerantes. Muchos son analfabetos.



“Nancy en una reunión de las Damas de Blanco en la casa de Gisela Delgado, a la derecha (Directora del Proyecto de Bibliotecas Independientes) y a la izquierda, la periodista Mirian Leyva, esposa y ahora viuda del economista, Oscar Espinosa Chepe”.


¿Hay también violencia sexual?

Ya no se ve tanto. Cuando hay algún evento de tipo sexual es de previo acuerdo. Es la regla, por supuesto, con sus excepciones. Las transacciones de tal naturaleza son a cambio de comida, cigarros, etc. Rara vez hay uso de la fuerza.

¿Cómo eran las condiciones carcelarias para ustedes?

Estuvimos pocos días en un cubículo con presos comunes. La convivencia era bastante compleja. Por orden de los jerarcas de La Habana nos trasladaron a un edificio llamado el A-500, allí estuve casi nueve meses en una “celda de aislamiento”. Es un edificio horizontal, con una docena de celdas. Nos colocaron a cada uno con una celda vacía de por medio. Éramos siete prisioneros. Al final del pasillo había un soleador, donde nunca daba el sol. Por eso nunca salía fuera de mi celda. 

En esas condiciones sobrevivimos, excepto Chepe que se encontraba en el hospital, el periodista Omar Ruiz Hernández, el activista pro derechos humanos Víctor Rolando Arroyo Carmona, el opositor Héctor Raúl Valle, el activista Reynaldo Labrada Peña, el médico y activista Ricardo Silva Gual y el opositor político Félix Navarro Rodríguez (actualmente preso, junto a su hija Saily Navarro, por su participación en las protestas masivas del 11 julio de 2021. Él fue sancionado ahora a 9 años y ella a 8. Él fue uno de los que optó por quedarse en Cuba después de salir de la prisión, en 2010).

Fueron muchos meses en condiciones difíciles, en celdas semitapiadas, consumiendo alimentos mal elaborados o, en muchos casos, en estado de putrefacción. Allí transcurrió gran parte de mi estancia en el Combinado Provincial de Guantánamo, que se prolongó por un poco más de un año.

Sobre las “celdas de aislamiento”, aquí tenemos una nave donde hay muchas personas, espaciadas, que llamamos solitary confinement, pero allá se llaman así porque están aislados de la prisión principal, ¿no?

Así es. Normalmente es ahí adonde envían a los presos que han cometido alguna violación de las reglas carcelarias.

¿No querías salir y regresar a los cubículos?

Allí, en la celda de aislamiento, me sentía más seguro. En cambio, en los cubículos, las discusiones y las broncas eran constantes.



“Nancy en una reunión de las Damas de Blanco, al fondo Berta Soler y delante Julia Nuñez, esposa del periodista, Adolfo Fernández Saínz. 2003”.


¿Era más seguro estar aislado de todo eso?

Sí. Las celdas de aislamiento no están tapiadas. No hay una plancha de metal sobre la puerta enrejada y la única ventana tampoco está sellada; o sea, que podía ver el césped y las garitas. A veces, para matar el tedio, me ponía a contar las hormigas y las moscas. 

Fui el último que salí de la celda de aislamiento de la prisión de Guantánamo. Me negaba a abandonarla, por las razones que te expliqué; pero el asunto es que estaban violando los códigos carcelarios internacionales. Les dije, claramente, que de allí no iba a salir. Al final, el jefe de la prisión me insistió y accedí. 

Todo el cúmulo de tensiones terminó afectando mi salud. Es algo que definiría como efectos del estrés postraumático.

He oído que las autoridades carcelarias del Combinado de Guantánamo utilizan a los presos comunes como herramientas para amedrentar a los presos políticos. ¿Cómo lograste ganarte la simpatía de personas que incluso hoy funcionan como matones al servicio de la dictadura?

La convivencia en prisión es terrible. Hay que tener mucha psicología. Muchas de estas personas han estado en prisión desde su infancia y, en ocasiones, cometido uno o varios asesinatos. La mayoría son analfabetos o semianalfabetos.

Después que salí de la celda de aislamiento fui recluido en un cubículo donde había entre 20 y 30 personas. Casi todos provenientes de familias disfuncionales. Ellos me pedían ayuda para redactar sus cartas para alguna relación sentimental y para sus familias. También compartía mis pertenencias con los más necesitados. Guantánamo es la provincia más pobre de Cuba. La mayoría no eran visitados por sus familiares y, en caso de que fuera así, no podían llevarles lo que necesitaban.

Me quedaba impresionado con las anécdotas de sus largos historiales delictivos. Algunas de esas historias las usé como elaborar mis cuentos y como inspiración también para escribir poesía. No todos los que conocí merecían estar en cautiverio. Creo que una multa era suficiente para pagar su transgresión; pero sabemos cómo funciona la ley en Cuba, donde no existen las debidas garantías procesales y todo se supedita a lo que determinen los jerarcas.


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Jorge Olivera con menos de un año junto a su madre.


¿Fuiste testigo de muchas agresiones?

En algunos de los cuentos que publiqué en mi libro Huésped del Infierno hago alusión a actos agresivos que presencié, sin dar muchos detalles del lugar dónde ocurrieron. Lo más importante es recrear la acción, alcanzar una atmósfera que atrape desde el comienzo, como lo hacía Edgar Allan Poe. 

Las autoagresiones son muy comunes, al igual que las reyertas. Una persona que se cose la boca con una aguja mohosa y un pedazo de hilo mugriento, aquellos que se untan heces en las heridas, o los que se cercenan un brazo, son parte del paisaje tenebroso.

¿Cómo fue tu estancia en las otras prisiones estuviste? 

Agüica y el Combinado del Este también eran prisiones de mayor rigor, lo cual significa que el reglamento es más estricto. 

Agüica, en la ciudad de Colón, en Matanzas, está un poco más cerca, a 100 kilómetros al este de La Habana. Es una prisión con un historial tremendo de torturas y abusos. 

Después de estar varios meses allí, fui trasladado al Combinado del Este, en La Habana. Estuve ahí muy poco tiempo. No recuerdo con exactitud cuánto, pero fue menos de un mes. 

De allí salí con una licencia extrapenal, por motivos de salud, el 6 de diciembre de 2004.


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Jorge Olivera y su hijo mayor.


Tengo entendido que liberaron a varios presos de los 75 durante 2004, supuestamente, por razones de salud, con licencias extrapenales. ¿Quiénes fueron? ¿Crees realmente que fue por ese motivo?

Yo fui el último que salió de la prisión por extrapenal en 2004, después de 20 meses y 18 días. Ya habían excarcelado a Raúl Rivero, Osvaldo Alfonso Valdés, Carmelo Díaz Fernández, Manuel Vázquez Portal y Marta Beatriz Roque, entre otros.

¿Qué parámetros usaron como excusas para la excarcelación? ¿Por qué a mí? No tengo la respuesta. Más tarde, a mediados de 2005, liberaron al periodista independiente Mario Enrique Mayo. El encierro le provocó un desajuste nervioso. Había intentado suicidarse. Ese año también liberaron al opositor Héctor Palacios. Ambos exiliados en Estados Unidos.

Aunque estaba fuera de la prisión, pendía sobre mí una espada de Damocles. No estaba ajeno a la posibilidad de ser revocado. Nunca creí que los motivos de la excarcelación estuvieran relacionados con el deterioro de la salud. Me inclino a pensar que el móvil principal fue la presión internacional. Todos teníamos algún padecimiento, pero no de gravedad, salvo alguna que otra excepción. Es preciso tener en cuenta que, para ser beneficiado con una licencia extrapenal, hay que estar muy grave o casi moribundo, sobre todo para un prisionero político.

Entonces, ¿era más bien para justificarlo a ellos y ganar puntos en la opinión internacional?

¡Claro! Yo tenía problemas de hipertensión arterial y glaucoma, al parecer por los altos niveles de estrés, además de problemas digestivos, que aún tengo. El agua con tierra que tomaba en Guantánamo y los alimentos en mal estado hicieron sus efectos. 

¿Cómo fue tu salida de la prisión en diciembre de 2004?

Quisiera destacar el rol de mi esposa Nancy. Su apoyo fue de vital importancia durante mi encierro. Sin ella, hubiese sido más complicado sobrevivir a las difíciles circunstancias. Nancy es una de las fundadoras de las Damas de Blanco. Estuvo todo el tiempo luchando por mi libertad, enfrentando el acoso de la policía.


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1998, La Habana.


La salida de la prisión estuvo dominada por la intriga. Yo no sabía que me otorgarían una licencia extrapenal. Me dijeron que me iban a llevar a hacerme unos exámenes médicos a un hospital. Antes, le habían dicho a Nancy que me trajera ropa de civil. Hacía pocos días que estaba en el Combinado del Este, en las afueras de La Habana. Los agentes de la Seguridad del Estado me dijeron que estaba libre y que me trasladarían hasta la casa. Ahí se armó una discusión porque yo no aceptaba eso. Finalmente, Nancy y yo decidimos abordar el auto y salir de una vez de los predios de la mayor cárcel de Cuba. 

Me sentí raro, con una sensación muy parecida a la que experimenté cuando llegué de Angola en 1983. A las pocas semanas reanudé mi trabajo como periodista independiente. Comenzaron las amenazas, hasta que me citaron al Tribunal Municipal de la Habana Vieja, donde un juez de instrucción me dijo que tenía que cesar mi labor como comunicador y ponerme a trabajar en el policlínico local como parte de una brigada de fumigación; de lo contrario, sería revocada mi licencia extrapenal. No cumplí con ninguna de esas disposiciones. Mientras, recibí una amplia solidaridad de consejeros de varias sedes diplomáticas europeas y de Estados Unidos.  

Tú formabas parte del reducido grupo de los 75 que se habían quedado en Cuba después de salir de la prisión. ¿Tú no querías irte del país o no aceptaste la salida como condición? ¿Cómo pudiste quedarse en Cuba? 

No me dejaron salir del país. Traté de obtener un permiso de salida desde 2005 y me fue negado. Más tarde, en 2010, el grueso del Grupo de los 75 que todavía se encontraba en prisión fue llevado de la cárcel al aeropuerto, rumbo a España, hacia el destierro. 

Estando en Cuba, continué mi trabajo como periodista. Supongo que no me encarcelaron por tener cierta protección de varias legaciones europeas: Inglaterra, Alemania, República Checa, Polonia, entre otras. No quisiera dejar de mencionar que, en ese tiempo, fundamos el Club de Escritores de Cuba, y  varios puentes culturales en colaboración con diplomáticos europeos y de Estados Unidos.

En 2009, había obtenido una beca denominada Scholars at Risk, en la Universidad de Harvard. Las autoridades de inmigración alegaron que me dejarían salir con la condición de no regresar. Me negué. Con la visita de Obama a Cuba, en 2016, hubo una relativa flexibilización y nos permitieron a Nancy y a mí salir hacia Harvard con el derecho a regresar a la Isla. La misma autorización la extendieron a otros del Grupo de los 75 que habían rechazado el destierro; negativa por la cual tuvieron que permanecer más tiempo en la cárcel, hasta que les fue concedida la licencia extrapenal. 

Quien me propone a la beca de Harvard es el PEN inglés. Valga destacar que tuve el apoyo directo de esta organización durante mi cautiverio. Ellos y otras organizaciones afines apadrinaron a los 28 periodistas independientes miembros del Grupo de los 75. En Harvard estuvimos un año (2016-2017); posteriormente, obtuve otra beca, esta vez en la Universidad de Brown, denominada International Writers Project, donde pasamos un año (2017-2018). Al culminar nuestra estancia en Brown, regresamos a Cuba.


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2000, La Habana.


¿Ustedes querían preservar el derecho a estar en Cuba?

Sí. Después de dos años no podíamos regresar, de acuerdo a la nueva ley migratoria.

¿El gobierno cubano esperaba que no regresaran?

Sí. Obviamente. Pero tal y como habíamos planeado, y para la gran sorpresa de muchos, regresamos a Cuba en julio de 2018 para continuar con mi trabajo como periodista independiente. Me empeñé en organizar el Club de Escritores y Artistas de Cuba con el escritor Ángel Santiesteban. Pero fue imposible. El nivel de acoso fue brutal. No pudimos hacer prácticamente nada de lo que teníamos previsto.

Ellos buscaban a toda costa que me fuera de Cuba y una de las medidas para lograrlo fue el inusitado aumento de la represión contra mi esposa Nancy. En aquella época, ella trabajaba como activista en defensa de los derechos de la mujer, dentro del Comité Ciudadano por la Integración Racial (CIR).

¿Piensas que ese acoso fue debido, mayormente, a que querían llegar a ti a través de ella?

Sí. La estrategia consistía en eso. Querían empujarnos al exilio lo antes posible. Ellos sabían que tenía la posibilidad de regresar a Harvard. Efectivamente, como había sido un fellow, Jane Unrue, la directora del programa Scholars at Risk, mantenía un monitoreo constante de la situación. 

Siempre estaré agradecido de la solidaridad que tuvimos en todo ese tiempo de detenciones y amenazas, en las que Nancy era el objetivo principal. Multas, extenuantes interrogatorios, desapariciones, sucedían con una pasmosa regularidad. Muchas veces la arrestaron y nunca supe dónde se encontraba, hasta que la liberaban. Una vez estuvo 27 horas desparecida. En medio del sostenido acoso, contamos con el apoyo de diplomáticos de la Unión Europea, en especial de la embajada de Holanda.


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En Pittsburgh.


Finalmente, en medio de la pandemia, se reanudaron las operaciones en el aeropuerto Internacional José Martí. En pocas semanas viajamos por segunda vez a Harvard, donde permanecimos 5 meses a partir de nuestra llegada el 16 de diciembre de 2020. Después, obtuve una beca en la Universidad de Las Vegas, en el Black Mountain Institute, donde estuvimos otros 5 meses. El 20 de noviembre de 2021 viajamos hacia Pittsburgh, tras ser admitidos en City of Asylum por tres años, como parte del programa de ayuda a escritores perseguidos.

¿Cuáles fueron esta vez las condiciones de tu salida por parte del Gobierno? 

Me dijeron claramente que no me permitirían entrar a Cuba. “Aquí, no vengas más o tendrás que atenerte a las consecuencias”, me amenazó un oficial de la Seguridad del Estado.

¿Ahora han estado fuera de Cuba ya más de dos años?

Sí. Ya tenemos residencia permanente en Estados Unidos. Esperamos que algún día las cosas cambien para poder ir de nuevo a Cuba.

El exilio, especialmente para alguien como tú, ya entrando a la tercera edad, después de construir toda una vida profesional en Cuba, puede ser devastador. ¿Cómo ha sido para ti?

Honestamente, hasta ahora, el exilio no me ha sido duro, como otras personas han manifestado. Por ejemplo, creo que a Raúl Rivero lo afectó bastante. Él era un cubano muy apegado a su tierra, sus calles, los paisajes, las costumbres. Un cubano de pura cepa. 

Vivió un buen tiempo en Madrid, pero al final se mudó a Miami, ¿no?

Sí. Allí murió, rodeado de sus familiares y en cierto abandono. No tuvo todo el apoyo que esperaba. En España, él estuvo bien. Llegó en una época en que el presidente era José María Aznar, con quien tenía buenas relaciones y, además, estaba plenamente identificado con la problemática cubana. Con el cambio de gobierno en España, esto fue declinando.


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“Leyendo mis poemas en un evento auspiciado por City of Asylum, 2022”.


Él pudo haber liderado un proyecto periodístico o literario desde allá, pero no lo hizo. Quizás el exilio contribuyó a su relativo repliegue. No lo sé. En Cuba, estaba yo, Luis Cino, Iván García y otros, quienes habíamos trabajado con él durante años. Éramos de su confianza.

Cuando llegamos a Estados Unidos le escribí y la respuesta consistió en tres palabras: “Te escribo después”. Nunca más supe de él, hasta que me enteré de su muerte. Desconozco las causas de su deceso. Tal vez murió de tristeza. Él nunca pensó irse de Cuba.

Yo sé que hay razones obvias… Pero, ¿por qué se fue de Cuba si no quería?

Existía la posibilidad de volver a la cárcel. Y él, obviamente, no estaba dispuesto a enfrentar otro encierro. No se escondía para decirlo. Creo que nunca pensó que sería parte del Grupo de los 75. Era una figura de relieve internacional con una amplia cobertura mediática y el apoyo de decenas de personalidades alrededor del mundo.

¿Pensaba que su renombre internacional y su historial lo iban a proteger?

Sí. Cuando me arrestaron el 18 de marzo de 2003, Nancy fue a su casa para comunicárselo y denunciar el hecho. Él se mantenía dando a conocer los sucesos vía telefónica a agencias de prensa y organizaciones internacionales. Me imagino su sorpresa cuando fue arrestado el día 20 de marzo y conducido a Villa Marista.

Estaba pensando que tu caso es bastante raro porque, mayormente, los cubanos van a donde están otros cubanos para estar entre ellos; en Miami, por ejemplo. Pero tú estás en Pittsburgh, entre escritores. Una comunidad alternativa que, aunque te da apoyo, estás entre extraños, ¿no?

Sí, Miami es una ciudad muy compleja en cuanto a política se refiere. Y lo entiendo. Ha sido un exilio muy golpeado y el castrismo ha durado demasiados años. La frustración de no poder regresar ni acabar con el oprobioso régimen de La Habana ha dado lugar a la radicalización de un discurso que muchas veces desecha los matices, catalogándolos de la peor manera. A veces, discrepar de algún punto de vista puede convertirse en el motivo para ser tenido a menos, siendo también un convencido anticastrista.    


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Nancy Alfaya “leyendo un poema que le envié desde la prisión de Guantánamo”, 2003.


¿Querían algo de ti que no ibas a dar?

No, nadie esperaba nada de mí. El asunto es que cada cual tiene su criterio y yo tengo el mío, que puede ser igual al de otros o no. Lo principal es mantenerlo y no adecuarlo a las circunstancias. No soporto la deshonestidad. Considero que se han cometido y repetido muchos fallos estratégicos en la larga lucha por cambiar las cosas dentro de Cuba a través del activismo en sus diversas facetas. El ego, el favoritismo, la “infladera”, entre otros males, junto a la represión de la policía política, han hecho naufragar proyectos que pudieron haber tenido algún resultado trascendente. 

No voy a entrar en detalles porque detesto el chisme y el abordaje de temas sensibles que, lejos de contribuir a la causa, le proporcionarían ventajas a los odiadores, visibles y solapados.

La perfección no existe, pero es hora de sacarse de encima esos lastres que, lamentablemente, nos conducen al estancamiento y los espejismos.

El anticastrismo hay que fortalecerlo con la constante superación, entereza, tenacidad, sentido común y proyección estratégica. Las poses y el show entretienen, mientras nos convencen de falsos avances y triunfos ilusorios. 

El exilio cubano de Miami no es el mejor ni el peor, tiene sus peculiaridades y no creo que vaya a cambiar. Con sus luces y sombras es lo que tenemos. Apenas soy otro exiliado en una ciudad casi sin población latina, que no olvida sus raíces y que, por encima de cualquier discrepancia, estará siempre a favor de una Cuba libre de tiranías.  


* Esta entrevista fue realizada a partir de un cuestionario contestado por correo electrónico en mayo de 2021, cuando Jorge Olivera estaba en Harvard University como invitado del programa Scholars at Risk. Sus respuestas originales fueron suplementadas con una entrevista más larga y detallada que le hice el 19 y 20 de febrero de 2023 en Pittsburgh, Pennsylvania, donde radica ahora como writer in residence en el programa City of Asylum. Finalmente, algunas respuestas han sido aumentadas con su entrevista dada a Juan Gómez Fernández y Rolando Rodríguez Lobaina para Palenque Visión como parte del proyecto Memoria de la Nación Cubana, el 19 de septiembre de 2018. Todas las fotos reproducidas aquí son de la colección personal de Jorge Olivera.




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Jorge Olivera: “No hay nada voluntario en un sistema totalitario” (I)

Ted A. Henken

Jorge Olivera Castillo es periodista y escritor. En Cuba, dirigió la agencia de noticias ‘Habana Press’, hasta que fue encarcelado durante la llamada “Primavera negra”, en 2003. Ahora, vive en el exilio.






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