Invitación a Legna Rodríguez Iglesias

Me encanta “El punto cubano”. (Es octosílabo, ¿viste?).
Lo asigno a mis estudiantes. Ah, que tú nos visitaras
sería todo una fiesta. No sé muy bien si me explico.
Esa visita sería virtual como los abrazos
que tanto han proliferado en época de pandemia.
Estarías con nosotros el tiempo que te convenga,
hablarías de tus libros, del exilio, de ti misma,
de la escritura que ha sido un modo de subsistencia
y un puente que nos conecta y nos acerca al pasado
y que imagina un futuro sin porrazos ni consignas
y que refleja un presente tan kafkiano como nuestro.
Imagínate en mi clase, comentando tus poemas.
Imagina a mis alumnos, mis alumnas, mi alegría
de compartir ese espacio contigo y con tus palabras.
No sabría presentarte. Va y me sale un disparate
y digo perogrulladas que tal vez no escribiría:
“Vaya gracia en tu escritura. Qué fluidez en tus versos.
Me recuerdan al arroyo que no olvida su trayecto
y va al mar como nos vamos los cubanos de la isla,
así, con el mismo impulso, con las mismas desazones”.
Yo quiero, cuando respondas, que escribas lo que te plazca.
Seguro que lo disfruto. Tu pluma no se equivoca.
No me he leído tus libros, pero eso debo enmendarlo.
Me releo tus columnas y siempre me hacen el día.
En abril, que acá es mes frío, se me congelan las manos
cuando me siento al teclado a cultivar amistades.
Tú estarás allá en Mayami, ocupada en tus labores
y de repente recibes esta nota que se extiende
como un rolling por tercera. (¡También hablo de pelota!).
Yo tengo un hijo y tú tienes un hijo al cual le has escrito
unos versos memorables que disfruto inmensamente.
Los dos nacieron en tierra de gente que habla una lengua
en donde los octosílabos no son siempre bienvenidos.
Los dos crecerán entonces nadando entre esas dos aguas,
mezclando idiomas, saltando del inglés al español,
del español al inglés, con una gracia infinita,
sin entender plenamente, por mucho que lo expliquemos,
el trauma con la comida que cargamos como el hambre
que pasamos allá en Cuba, que jamás olvidaremos,
como no olvida un espanto al horror que lo provoca.
Yo, por ejemplo, le cuento, con gran lujo de detalles,
a mi príncipe cubano que crece con privilegios
con los que yo ni soñaba, que conoce la bandera
y el escudo y las canciones de toda la propaganda
con la que me adoctrinaban en casa de mi padrastro,
la cuna del patriarcado, donde me hice feminista,
mi tiranía privada, jaula dentro de la jaula
más grande que era La Habana, que era a su vez una jaula,
como una muñeca rusa, como ruso es este nombre
con el que me identifica por siempre mi pasaporte.
“Agárrate de la brocha que te quito la escalera”,
nos dijo esa dictadura de la cual nos escapamos,
con más o con menos suerte, por mar o tal vez por aire,
con una nostalgia rara, con una sola maleta
si volabas en Cubana, si te daban el permiso,
con lo que tenías puesto, con lo que cupo en la balsa,
con una botella de agua, con la lata de galletas
de soda, con la dextrosa para los deshidratados,
con toda la incertidumbre, con el miedo y la esperanza
dentro de una misma bolsa que no era impermeable,
con la vista al horizonte, con ampollas en las manos,
con la sed, con el delirio, con el llanto solidario,
con la piel empercudida, con el beso de una madre.
Y es por eso que aquí estamos, a estas horas del partido,
con este cansancio viejo, compilando la memoria,
con una ilusión ilusa, con ganas de conectarnos
y repetirnos los chistes que oíamos en la infancia
y contamos mejorados, que no todos eran chistes
ni eran graciosos tampoco, pero ya nos enteramos,
que la ignorancia florece solo si se le permite.
Te escribo para decirte que es un gusto este intercambio
y que espero que algún día que tal vez viene llegando,
como ya nos anunciara la canción de los noventa
que cantamos en las fiestas, mirando por la ventana,
nos hablemos en persona, como dictan las costumbres
de esa tierra prometida que un día será de todos:
de mi hijo y también del tuyo. (Yo no regreso a esos predios.
No me gustan los castillos ni en el aire ni en la arena).
Te iba a pasar un correo, pero me salió esta cosa
del mismo centro del pecho, donde está el punto cubano.





La cosa cubana

La cosa cubana

Alexis Romay

“La cosa cubana” es una serie de siete décimas compuesta por:
• Evocación…
• Revocación…
• Invocación…
• Vocación…
• Provocación…
• Equivocación…
• Convocación….





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